BUENOS AIRES, 12 oct 2017 (IPS) - La industria argentina del biodiesel, que en los últimos 10 años se convirtió en una de las más potentes del mundo, mira con incertidumbre el futuro, ante medidas proteccionistas de Estados Unidos y Europa y dudas en el escenario internacional sobre el impacto ambiental de esos combustibles basados en materias primas agrícolas.
En agosto, el gobierno de Estados Unidos bloqueó en la práctica, mediante la imposición de altos aranceles, la importación del biodiesel argentino, que se fabrica exclusivamente a base de soja, con el argumento de que compite de manera desleal con productores locales de la leguminosa.
El efecto económico de esta medida en este país sudamericano se alivió, al menos parcialmente, un mes más tarde, cuando la Unión Europea (UE) acató un fallo de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y bajó, aunque no suprimió, los aranceles que había impuesto al producto en 2013.
“Las emisiones que se ahorran por la sustitución del petróleo podrían ser menos que las generadas para transportar la soja, que en Argentina se hace en camiones. Además, la soja explica más de la mitad de la deforestación en años recientes”: Hernán Giardini.
“Estamos convencidos de que existe proteccionismo, que se esconde detrás de argumentos falsos. La decisión del gobierno de Donald Trump no solo perjudica al consumidor de Estados Unidos, donde ya están subiendo los precios del combustible, sino que demora la sustitución del uso del petróleo”, dijo Gustavo Idígoras, asesor en relaciones internacionales de la Cámara Argentina de Biocombustibles.
A su juicio, “la baja de los aranceles en la UE permite recuperar una oportunidad comercial que se había cerrado de manera arbitraria, pero no sustituirá al mercado de Estados Unidos”.
La UE había apostado fuertemente por los biocombustibles hasta 2012, pero comenzó a reducir su uso desde 2015, cuando consideró que destinar materia primas agrícolas al transporte aumenta la deforestación y acelera el cambio climático.
Este razonamiento fue rechazado a IPS por Idígoras, quien fue agregado comercial de Argentina ante la UE en Bruselas, entre 2004 y 2009.
“La utilización de biodiesel genera un ahorro de 70 por ciento en términos de emisión de gases de efecto invernadero, como lo demuestran estudios internacionales, y resulta una herramienta fundamental en la lucha contra el calentamiento global”, argumentó.
Gran productor de soja desde que en los años 90 se autorizó la comercialización de la primera semilla transgénica del gigante transnacional de biotecnología Monsanto, Argentina comenzó a desarrollar su industria del biodiesel en 2007.
Ese año entró en vigencia una ley de promoción de los biocombustibles que obliga a incluir porcentajes de ellos en los derivados del petróleo que se venden en país.
“Hoy el país tiene una capacidad instalada para producir 4,4 millones de toneladas al año de biodiesel, de las cuales 70 por ciento se concentra en 10 grandes empresas transnacionales.
“Este país es el tercer productor mundial de biodiesel de aceite de soja, detrás de Estados Unidos y Brasil, pero es el más importante exportador de biocombustibles, consideradas todas las materias primas”, explicó Julio Calzada, director de Estudios Económicos de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR).
La central ciudad de Rosario concentra en sus cercanías la mayoría de las plantas productoras de biodiesel y de su puerto fluvial se embarcan hacia el océano Atlántico las exportaciones provenientes del monocultivo de soja.
Sin embargo, más de la mitad de la capacidad productiva nacional está actualmente ociosa.
El mercado interno consume 1,2 millones de toneladas, debido a la obligatoriedad de incorporar en el diesel 10 por ciento del combustible vegetal.
Aunque el sector presiona el gobierno de Mauricio Macri para que se aumente la proporción, las empresas automotrices hacen lobby en sentido contrario, ya que sostienen que podría impactar en el funcionamiento de los motores.
El país también produce etanol, con maíz y caña de azúcar, pero en una cantidad que no deja un saldo exportable. En 2016, según datos oficiales, fue de 815 millones de litros, destinados casi íntegramente a mezclarse con gasolina que se expende en el país, que según la ley de 2007 debe incluir 12 por ciento del biocombustible.
En 2016, las exportaciones argentinas de biodiesel totalizaron 1,6 millones de toneladas y generaron divisas por 1.175 millones de dólares, según datos de la BCR.
Sin embargo, más de 90 por ciento de ellas fueron a Estados Unidos, que en agosto generó una parálisis de las compras cuando impuso un arancel de 57 por ciento promedio al biodiesel argentino.
La razón aducida fue que a nivel local se subsidia la producción de biodiesel, ya que sus exportaciones no tributan impuestos, al contrario de los gravámenes de salida que sí pagan el grano de soja y su aceite, de 30 y 27 por ciento de su valor, respectivamente.
La decisión de la administración estadounidense dejó en una posición particularmente incómoda al gobierno argentino porque se adoptó pocos días después de que el vicepresidente Mike Pence fuese recibido como un amigo en Buenos Aires y que elogiara las reformas económicas de Macri, en el poder desde diciembre de 2015.
El Ministerio de Relaciones Exteriores rechazó la decisión el 24 de agosto en un comunicado, en el que aseguró que el biodiesel “deriva su éxito (en el mercado de Estados Unidos) de la reconocida competitividad de la cadena de la soja en nuestro país” y anunció negociaciones para intentar revertir la medida de Washington.
Sin embargo, no solo no tuvo éxito hasta ahora, sino que, según trascendió, en un futuro cercano Estados Unidos podría aumentar los aranceles al biodiesel argentino por la alegada competencia desleal.
Precisamente por vender a un precio más bajo del normal es que la UE impuso una tasa de 24 por ciento al biodiesel argentino en 2013, una tasa que fue mal calculada según dictaminó en marzo de 2016 la OMC y la UE acató el mes pasado.
De todas maneras, no solo son las cuestiones económicas sino también las ambientales las que ponen una sombra de incertidumbre sobre el futuro del biodiesel argentino.
“Más allá de que dedicar cultivos a combustibles atenta contra cuestiones alimentarias, el biodiesel argentino, de verde, no tiene nada”, dijo Hernán Giardini, coordinador de la campaña de Bosques de Greenpeace Argentina.
“Las emisiones que se ahorran por la sustitución del petróleo podrían ser menos que las generadas para transportar la soja, que en Argentina se hace en camiones. Además, la soja explica más de la mitad de la deforestación en años recientes”, agregó en diálogo con IPS.
En cambio, Jorge Hilbert, consultor internacional del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, aseguró que los cuestionamientos ambientales contra el biodiesel argentino responden, en realidad a intereses económicos y políticos.
“Los biocombustibles argentinos están cumpliendo con los objetivos de reducción de emisiones acordados a nivel global, dado las características de nuestro sistema agrícola”, afirmó a IPS
Hilbert alegó que “80 por ciento de los granos que se utilizan se cultivan en la zona de Rosario, en suelos con más de 100 años de agricultura, en las que no hay problemas de deforestación ni de afectación a la biodiversidad”.
“El aceite utilizado para el biodiesel es un subproducto de la soja que Argentina produce en tal cantidad que no existe mercado dónde ubicarlo. Su utilización en biocombustible no compite con la cuestión alimentaria”, agregó.
Para Daniel Lema, economista especializado en el agro, “los productores estadounidenses y europeos se ven perjudicados por el biodiesel argentino y el problema es que nuestro esquema impositivo les da un argumento para aplicar medidas proteccionistas.
“Argentina debería unificar sus impuestos a todos los subproductos de la soja para no perder mercados”, planteó a IPS.
Lema alertó sobre una incertidumbre más para el combustible vegetal. “El biodiesel enfrenta otro obstáculo: es más caro que el diesel derivado del petróleo y por ahora los consumidores no dieron muestras de estar dispuestos a pagar más a cambio de la reducción de emisiones de gases contaminantes”, destacó.
Editado por Estrella Gutiérrez