Desde que los conocí supe que eran especiales. Su carisma, su sinceridad y su energía me dejaron claro que, a todas luces, son un par de muchachos que vivien los incontrolables caprichos del destino. Su historia representa la fragilidad e inestabilidad de la vida en una etapa tan experimental y crucial como lo es la juventud, en la que el ser humano se define, se encuentra y se proyecta. Encarnan la odisea del migrante actual, se enfrentan a una sociedad feroz que, diariamente, busca devorarlos.
Son dos jóvenes que, al igual que miles más, se vieron obligados a dejar sus sueños y metas a un lado y a sus familias a cientos de kilómetros de distancia para ir a un país extraño en busca de un mejor futuro, enfrentando al destino, asediados por un sistema que los persigue y criticados por una sociedad que los juzga constantemente.
Al estar indocumentados se les bloquea toda posibilidad de aspirar a establecerse con mejores condiciones en el país. Se les niega el acceso a la educación, la afiliación a una entidad prestadora de salud, aspirar a un trabajo estable con las garantías de ley o de alguna manera cubrir sus necesidades básicas. Por esto, su vida se ve limitada a una monotonía permanente de la cual logran escapar con el skateboarding, el cual representa sus estilos de vida, lo que les permite sentirse libres y plenos. No obstante, el pensamiento de lo que sacrificaron y dejaron atrás está siempre presente en su mente.
Parecen hermanos: Mar es de Maracay y Mota de Mérida, Venezuela. Ambos llegaron a Colombia en diferentes meses del 2018. En su país se habían visto un par de veces, ahora son inseparables. Con un futuro incierto, y que parece como si nunca fuese a dejar de serlo, ellos arriesgan todo lo que les queda en el azar de la ilegalidad.
Para Ayrton y Josh, las noches son una constante aventura. Foto de Juan David Flórez.
Mar parece ser de los menores de la banda y no aparenta ser tan rudo como en realidad lo es. En octavo grado decidió dejar el colegio para dedicarse por completo a la patineta y a sus patrocinios. Vivía con su abuela, quien le quería bastante y lo apoyaba económicamente. Viajaba bastante en su país; la energía que tiene lo conecta fácilmente con las personas por lo que dejó conocidos en varios estados venezolanos.
Mota, por otro lado, es obstinado como solo él puede serlo. Se fastidia fácilmente y algunos hasta dirían que es un niño de casa consentido. Su único vínculo con la calle siempre ha sido la patineta, pero en su país era un joven de familia. En su casa aún le esperan sus papás y su hermana menor, quienes le representan todo esos sentimientos de nostalgia y amor que genera la familia, y son una gran motivación para él. Es evidente que estar lejos de sus seres queridos ha afectado bastante sus relaciones sociales, pues cada vez aumenta más su desconfianza con la gente y se vuelve más esquivo.
Cuando la situación se puso crítica en el vecino país, a finales del 2017, Mar, a pesar de su esfuerzo, los patrocinios y el apoyo que le brindaba su abuela, no podía seguir llevando el estilo de vida que tanto había buscado. La industria nacional de skateboarding en Venezuela fue gravemente afectada por la crisis social y económica y la mayoría de marcas tuvieron que desaparecer. En algunos casos tuvieron que continuar simbólicamente debido a que les era imposible producir por los excesivos costos. La abuela de Mar, la señora Laura, podía sostenerse económicamente sola sin mayor esfuerzo, y ya era hora para Mar de independizarse. Aunque es su casa, y no le faltaba la comida, sabía que en medio de todo eran más las posibilidades de una vida independiente fuera de su país.
La crisis persuadió a los papás de Mota para aceptar su petición, quien, agobiado porque ya ni patinar podía, quiso dejar su casa para poder tener otras aspiraciones y probar suerte en otras tierras. Con cada día que pasaba, eran más las personas que abandonan el país: para el 2018 según cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) 1.17 millones de venezolanos viven en Colombia, y Mota, a través del internet, logró hablar con algunos conocidos de su lista de contactos que ya estaban en el país.
"Todo es pasajero, pero el hogar es solo uno y siempre se regresa a él". Foto de Juan David Flórez.
Recién iniciando el 2018, Mar ya estaba, junto con cuatro amigos, en las trochas de la frontera, cruzando sobre las piedras del río Táchira y atravesando un camino improvisado con costales de arena construido y controlado, según fuentes oficiales de la policía, por contrabandistas y traficantes. Cuando llegaron a Cúcuta lo primero que hicieron fue buscar la forma de poder viajar a Bogotá ese mismo día. Allí encontró una ruta que pudo 'regatear' en combo, y mientras esperaban la hora de salida, se fumó un porro. En la capital había un amigo esperándolos en un apartamento, los iba a recibir de pana, sin cobrarles, ya que sabía que el dinero con el que llegaban era en un principio para establecerse.
En el caso de Mota, al ser menor de edad, tuvo que esperar varios meses hasta que unos familiares de sus padres lo ayudaron a llegar Bogotá a través de un permiso especial. Antes de salir su padre le dio un dinero mientras le aconsejaba y le prevenía sobre los peligros a los que podía enfrentarse. Siempre fue muy valiente, lo que le ayudó a enfrentar su suerte de la manera más madura y medirse a la aventura de vivir solo en el extranjero sin tener 18 años. Ese día dejó atrás a las personas que amaba, la vida que tenía, los recuerdos del pasado, y a pesar de que fue su propia decisión, le costaba bastante asumirlo.
Lo primero que hizo Mar al llegar después de dejar las maletas fue conocer la plaza Santander, un lugar que había visto en videos incontables veces. Ya habían algunos pocos conocidos suyos que llevaban un tiempo en el país y fueron ellos quienes le recibieron. Su actitud y el andar en patineta le ayudaron a adaptarse fácilmente al asfalto capitalino. A pesar de que encontró trabajo con relativa facilidad, no aguantó mucho. Al principio tenía turnos de doce horas al día por veinte mil pesos, seis días a la semana. Solo tenía un día libre a la semana. Se sentía preso. La explotación laboral a migrantes es un fenómeno en Colombia que se agudiza a medida de que la situación en el país vecino se agrava y se agudiza proporcinalmente al aumento de su necesidad, lo que ha generado el incremento de casos de pagos injustos, turnos esclavizantes, altas tasas de desempleo y marginalidad. Respaldado por la hospitalidad de su amigo, quien pasados ya varios meses seguía sin cobrarle un solo peso de renta, renunció y comenzó con la búsqueda de un nuevo empleo.
Al principio, Mota no aguantaba las frías temperaturas de Bogotá y ni con tres chaquetas podía aclimatarse. Por la red social Facebook, Mota se había puesto en contacto con un conocido suyo de Mérida que había llegado meses antes a la ciudad y con quien había quedado de salir a patinar. Se instaló temporalmente en un hostal que había reservado en internet, dejó sus maletas, y como solía hacerlo cuando niño, cuando su vida era normal, salió a patinar. Siguiendo las indicaciones que había recibido, preguntó por el Museo del Oro. Al llegar a la plaza no paró de patinar en todo el día, ya en la noche, había hecho conocidos suficientes como para pasar el rato.
Las calles son el refugio de los vacíos que trae el destino. Foto de Juan David Flórez.
Mar ya llevaba un año en Bogotá y su situación no mejoraba. Había tenido que vender o empeñar sus pertenencias para poder cubrir sus necesidades mientras recibía alguna oferta o respuesta laboral. Después de haber vendido su cámara, empeñado su celular, algunos zapatos y prendas que trajo desde Venezuela, había agotado las opciones que le quedaban. Mar ya fumaba marihuana, una que otra vez le había vendido algo de mercancía a algún amigo que le pudo haber pedido el favor cuando todavía vivía en su ciudad, pero nunca se esperó migrar y convertirse en un dealer o distribuidor del centro turístico de Bogotá.
Con el tiempo, al papá de Mota se le dificultaba cada vez más ayudarle económicamente. No tenía muchas comodidades, pero nunca le había faltado nada. Norss seguía sin poder trabajar, porque por más de que ya hubiera cumplido 18 años su situación de ilegal en el país le impedía hacerlo. Fue acogido y apoyado desde un principio por sus convives, como él les llama, quienes habían llegado antes que él. Desde un principio optó por vender porros, comenzó de a pocos jalando clientes a algunos de sus amigos que ya llevaban un tiempo en el negocio de los pegados, como les dicen. Con el tiempo se involucró cada vez más en el negocio.
Sentado, mientras se toma una cerveza a las siete y media de la noche, Mota detiene su constante ir y venir por la plaza un momento. Al parecer, acabó la bomba que tenía, ahora puede relajarse un rato mientras llega la siguiente. Hace las cuentas para separar el dinero y entregar de una vez el pago de lo que acaba de vender. Aparta el dinero en sencillo para él y guarda en otro bolsillo el pago de la habitación. Habla con nosotros mientras vemos a BricoBri, un amigo de Medellín, grabar un Fs shove it en las cinco escalas. Notamos el ambiente de la plaza, que no hubiera policía, quería decir, para nosotros, que podíamos estar tranquilos otro rato.
Frecuentemente, los uniformados llegan en las noches con voz de mando, ordenando retirarse a todo el que esté pasando el rato ahí, con la premisa de prevenir inconvenientes. El que se oponga a esto entra en disputa con los agentes, durante la cual, si ellos llegaran a considerar que la persona se encuentra un poco exaltada, tan solo por prevención, podrían trasladarlo por 24 horas a la UPJ, mientras se calma y respira, para poder salir sin representar algún peligro potencial.
A pesar de lo que hace, lidiar con la policía nunca ha sido un problema para él. Logra siempre pasar desapercibido, por eso procura no meterse en líos. Lo que sí considera una constante amenaza, es la olla del sector. Sus trabajadores, al igual que los patinadores, son de los primeros en llegar y de lo últimos en irse. Algunos llegan en patineta para camuflarse o escapar con rapidez. Ellos le llaman darse vida y, literalmente, están dispuestos a darla por su negocio. No les importa tener que enfrentarse con cualquiera que les esté quitando sus ventas. Son obligados a defender su territorio debido a la presión constante de sus jefes por rendir en las ventas.
Como en toda organización las funciones están repartidas, en el caso de la seguridad, por ejemplo, son los encargados de hacer valer su ley y su orden. No suelen dialogar mucho, no hay argumentos que les discutan fácilmente. El crimen colombiano es tradicionalmente violento y esto se refleja aquí, si alguno de seguridad llegara a saber de alguien que está vendiendo contrabando en su territorio, podrían apuñalarlo por estar invadiendo.
Mota cuenta que tan solo llevaba dos semanas en Bogotá, y una noche, en un costado de la plaza, lo atraparon unos tipos y le reclamaban por andar vendiendo. Perdió unos tenis Nike Blazer rojos nuevos y su billetera con el dinero del diario y el plante. Solo tenía 17 años, y a pesar de que no ignoraba el mundo de las drogas, no se imaginaba, en algún momento, verlo como la mejor o tal vez la única opción para sobrevivir.
En su manifesto, reflexiona y aclara que para él no es un orgullo el hecho de vender droga. Recuerda, con nostalgia, que en su país no le faltaba nada y reniega el hecho de que ahora tenga que pasar por esta situación. Como joven que piensa en su futuro, tenía planeado estudiar Artes Visuales. En los dos años que ha estado en el país de manera ilegal, no ha podido solucionar su situación, viendo así cada vez más lejana la posibilidad de establecerse, abandonar la incertidumbre que lo agobia día a día y vivir tranquilo con lo que hace.
Mientras tanto, Mar nunca paró de patinar, mientras monta sigue facturando, es su rutina diaria. El dinero se transformó en una necesidad, y a pesar de que no le es nada fácil de conseguir, nunca pierde la actitud positiva. Como si su vida fuera un juego, solo le importa divertirse y disfrutar, decidió apreciar la vida de manera diferente y no ofuscarse por lo que le deparó el destino. Al contrario que Mota, no piensa mucho en su futuro, sabe que en estos momentos es algo incierto, le preocupa mantenerse en condiciones vitales para patinar y solo espera que en algún momento la vida juegue a su favor.