La pintura, el macramé y la reutilización de materiales reciclables para la creación de artesanías, le han permitido sanar heridas para construir nuevos relatos llenos de esperanza, siguiendo con la lucha de la defensa de los más desprotegidos en la localidad de La Candelaria.
Desde la fundación de Bogotá, la carrera Séptima ha sido la vía más representativa, y por muchos años, la arteria vial por excelencia de los bogotanos. Su trazado nació por iniciativa de los indígenas que buscaban conectar el poblado de Usaquén con los demás sectores de la Sabana.
Desde sus inicios, la Séptima se ha convertido en un lugar predilecto para la venta y comercialización de todo tipo de productos. La cantidad de personas que la recorren, dan muestra de la trascendencia e importancia de ella para la economía de la ciudad. Muy cerca de la Plaza de Bolívar, está el puesto de venta de artesanías de Mónica Londoño.
Allí hay una mujer que extiende en el piso sus telas de color verde, junto a unos recuadros en madera de color azul, perfectamente organizados, como si se tratase de una vitrina de almacén. Se encuentran todo tipo de collares y aretes tejidos en macramé, pero decorados con piedras preciosas, libretas hechas con material reciclado, cuadros de paisajes pintados a mano, que no tiene nada que envidiar a una captura fotográfica. Ese es el escenario preciso para que peatones y transeúntes, se acerquen a comprar una de sus inspiraciones.
Detrás de aquel puesto se encuentra Mónica Inés Londoño, bogotana de nacimiento y habitante de la localidad de La Candelaria desde que tiene memoria. Ella recuerda que las manualidades, al comienzo de esta travesía, no le llamaban mucho la atención, pero gracias a sus hermanos artistas le fue cogiendo amor a este arte ancestral.
Entrega por parte de la Fundación Renacer y la Alcaldía Local de La Candelaria de un reconocimiento a las mujeres lideresas que luchan contra el ESCNNA.
Su madre la describe como la niña de la casa, debido a que ella es la menor de tres hermanos. De familia bogotana, Mónica creció bajo la protección de una madre que tuvo que trabajar sola para levantar a sus hijos ante la ausencia de un padre. Sus hermanos mayores, estaban dedicados al arte escénico debido a la constante influencia de vivir en esa localidad.
Estudió su primaria en el Colegio de la Contraloría y su secundaria en el Colegio Nuestra Señora del Pilar. Cuando se graduó de bachiller, se enfrentó a una de las decisiones más importantes de su adolescencia: ¿Qué voy a estudiar? Al comienzo, entró a Publicidad en la Universidad Central de Colombia, pero por falta de soporte económico, se vio obligada a dejar sus estudios, sin embargo, su meta era graduarse.
En la búsqueda de combinar su formación artística, la que obtuvo durante su infancia en la localidad, reforzada con cursos de pintura, escritura y teatro, decidió estudiar un técnico profesional en Medios Audiovisuales en la Corporación Unificada Nacional (CUN).
Para el cierre de su carrera, hizo una producción documental en el 2002, la que cambiaría su vida. Pasó como practicante en Canal Capital, donde conoció y aprendió sobre nuevas formas de contar en los medios, después fue profesora en una universidad.
La situación del conflicto armado en Colombia, para el año 2002, dejó miles de desplazados, desaparecidos y víctimas. Mónica enfocó su documental en las víctimas del desplazamiento forzado de los diferentes departamentos de Colombia, fue un trabajo de crónica sobre las víctimas de la violencia. Asistió a reuniones y eventos en donde pudo comprobar que los relatos que se contaban sobre este drama, no eran suficientes. Sintió que las personas calificaban a otras como buenos y malos, olvidando la responsabilidad que tiene el Estado ante su ausencia en varias regiones del país.
El documental se realizó mediante el uso de entrevistas a víctimas. Mónica Londoño describe su propia producción como “un trabajo sin maquillaje, mostrando una realidad del país que muchos desconocen”. Luego de su exhibición, algunos de los miembros de la producción recibieron amenazas de muerte, lo que la llevó a exiliarse en el Ecuador.
El exilio fue algo que le cambió la vida, escogió ese país debido a la cercanía que podía tener con Colombia, y en ese tiempo, fortaleció su técnica en la elaboración de productos artesanales que vendía en la ciudad de Quito.
La experiencia que vivió fue una de las más traumáticas de su vida. Alejarse de familia y amigos, le dolió en el alma, verse en la marginalidad, la marcó para siempre. “El exilio es como estar muerta en vida”, describe en pocas palabras Mónica. Se sentía perdida, que no encajaba, que ese trabajo le había traído más problemas que reconocimientos. Aun así, no se arrepiente.
Mónica Londoño junto a su amiga Viviana Roa. Fue quien la convenció de ser lideresa de la localidad.
El regreso a Colombia sucede con el inicio de los Diálogos de Paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Farc. Volvió y encontró una sociedad que había recuperado parte de la esperanza. Se sintió segura y tranquila, pero no sabía qué iba a pasar con su vida, de qué iba a vivir y cómo se ganaría los pesos necesarios para su subsistencia. En la Casa de la Mujer, una fundación que queda en La Candelaria, le brindaron una mano amiga. Lentamente, todo volvía a la normalidad.
Con algo de dolor, decidió abandonar su carrera de Medios Audiovisuales, separarse de todo ese mundo para dedicarse a lo que hacía en Ecuador, que era la venta de artesanías, sin embargo, este año decidió embarcarse en un proyecto audiovisual que está en fase de edición.
Cuando Mónica era pequeña, recuerda su localidad como un pequeño pueblo lleno de escenarios e iniciativas artísticas y culturales. Hoy, La Candelaria se ha transformado en otra cosa. Ve que el turismo arrasó con gran parte de sus recuerdos, son pocos los habitantes que todavía le hacen el quite a la venta de sus casas y negocios, y no se doblegan ante el poder del dinero y la modernización.
Una de sus buenas amigas la llevó a conocer el proyecto de la Fundación Renacer, que, en gran medida, busca que las mismas habitantes de la localidad contrarresten los delitos de la explotación sexual infantil, que es un problema que viene creciendo sin control en su localidad.
El proyecto le gustó, así que se convirtió en lideresa de estas causas. Esto le ha permitido contribuir a prevenir esto delitos, pues sabe que su localidad está expuesta a este tipo de atropellos contra la población menor. La fundación le ha ayudado con la implementación de talleres de formación acerca del emprendimiento de su negocio, esto le ha permitido potencializar la venta de sus artesanías.
Sobre la Séptima, muy próximo a la Plaza de Bolívar. Allí sale a vender sus artesanías de lunes a domingos.
Mónica lleva toda la vida con el trabajo manual del arte ancestral proveniente de la época precolombina, que es el tejido y el manejo de distintos materiales como el alambre y la pintura, adaptando su técnica a los gustos y aficiones de una sociedad que todavía consume este tipo de productos. Mucho de lo que sabe y hace, es también el resultado de sus años en el Ecuador.
Los múltiples y muy variados trabajos manuales que realiza, la convierten en una de las mejores vendedoras de esta zona. Su puesto de trabajo es una experiencia visual única, debido a que se puede encontrar desde un tejido hasta una pintura, pasando por los tatuajes en henna, lo que llama la atención de los peatones.
Lo primero que llama la atención son las libretas realizadas con material reciclado, cada una se encuentra producida a mano. La tapa es pintada con figuras precolombinas por la misma Mónica, y el anillado se realiza con un tejido en hilo que evita el consumo de algún metal.
El bonsái es una de sus técnicas favoritas, la realiza en metal dulce y es decorado con piedras multicolores, lo que conforma el denominado “árbol de la vida”. Debido a su firmeza, este alambre es uno de los materiales más difíciles de moldear, pero mediante un aro hecho por lianas de árboles secos, su movilidad se vuelve más dócil.
El paisajismo es su principal técnica de pintura, pues le permite retratar todos aquellos lugares que más le gustan. En la búsqueda de poder reciclar y reducir la mayor cantidad de basura, sus lienzos son las mallas que comúnmente encontramos en los costales de papa.
Reciclar las lianas de los árboles es una técnica poco convencional a la hora de hacer artesanías; sin embargo, en esa búsqueda de diferentes materiales naturales, las lianas secas se presentan como una opción de manejo fácil para la realización de “atrapa sueños”, por ejemplo.
Desde su imaginación crea la idea de un patrón que tejera en macramé, así continúa el arte ancestral proveniente de la época precolombina.
Por último, su técnica más antigua, aprendida desde niña, es el macramé. Una técnica manual ancestral que consiste en el tejido de fibras sintéticas para la creación de patrones que dan como resultado un collar, una manilla o un cuadro. Mónica realizaba collares y manillas que vendía en el Ecuador, pero las nuevas tendencias la han llevado a actualizar su técnica, recurriendo a la combinación de alambre dulce junto a piedras preciosas, o como ella lo define: “Terminar de decorar con macramé las piedras preciosas que traen una belleza natural”.
Estas manifestaciones artísticas le han permitido canalizar sus adversidades, sobrevivir de aquellos momentos que pensó que no podría más. Ha encontrado paz y estabilidad emocional en su trabajo, siente que ha liberado su mente de cosas malas.
Entre hilos, ha tejido una relación de fraternidad entre los vendedores informales de la Séptima. Muchas de sus técnicas, las aprendió viendo a sus propios compañeros de calle. Se defienden, se aconsejan, se cuidan entre todos.
A pesar de esta fraternidad que se ha construido entre los vendedores informales, la situación de inseguridad en el sector es una de sus más grandes preocupaciones. Hace poco, puso su puesto de trabajo muy cerca de una de las bancas que tiene la calle, extendió sus artesanías y comenzó a pintar como lo hace todos los días; sin embargo, dejó su material en la banca mientras atendía a un cliente, cuando volteó a mirar hacia la banca, ya no se encontraba su mochila juntos a los materiales de trabajo. Ese día perdió no solo su materia prima, sino los instrumentos que le permitían realizar cada una de sus manifestaciones artísticas. Desde aquella vez, no pierde nunca de vista nada que esté a su lado.
Los tatuajes temporales hechos en henna traen de vuelta la tradición hindú en Colombia.
Aparte de la amistad que ha forjado con los vendedores ambulantes, en la Casa de la Mujer conoció a Ángela Viviana Roa Hernández, una amiga que se dedica a la venta de esmeraldas en la plazoleta de la Universidad del Rosario. Junto a ellas, la Fundación Renacer encontró dos buenas aliadas en su lucha contra los delitos sexuales a menores de edad.
“Mónica es una persona responsable, amable y muy buena amiga”, así la describe Viviana Roa, con quien llevan forjando más de cinco años de amistad. Ambas son comercializadoras de productos artesanales y comparten no solo el gusto por las pinturas y los colores, sino que sienten una responsabilidad mayor por su localidad.
Las ferias son un gran apoyo para ello, pues le permiten salir de la informalidad y vender sus productos de una manera más organizada y segura. En la organización de este tipo de actividades, la Casa de la Mujer y la Fundación Renacer, han jugado un papel importante.
Uno de sus proyectos es poder crear una microempresa de artesanías y pinturas para poder dejar la informalidad; sin embargo, el poco apoyo económico y el costo de los arriendos en el sector, se convierten en sus principales escollos. Viene trabajando también en la producción de un largometraje sobre el desplazamiento de una niña; dentro de esta filmografía, Mónica Londoño se ha inspirado en la memoria de la niña Yuliana Samboní, una menor de edad que fue víctima de violencia sexual hace un par de años en Bogotá. Mientras todo esto se materializa, Mónica sigue firme en su empeño de hacer de su localidad un espacio seguro, no solo para vendedores y artistas, sino también para todo niño o niña que quiera recorrer sus calles llenas de historia sin el temor de caer en las garras de un monstruo que no conoce de respeto o humanidad.
Libretas totalmente elaboradas de materiales reciclados, que tardan una semana en ser producidas, pues todo lo hace manualmente.