“Dios y Patria”, así comienza y termina el discurso de Johana Alejandra Garzón.
Habla en un tono suave, casi melodioso. Pero hoy entona con fuerza un discurso en el marco de la conmemoración del día de la Memoria y Solidaridad con las víctimas del conflicto armado. Respira hondo y amplía el diafragma para que las palabras que pronuncia transmitan el orgullo que recorre su cuerpo cada vez que porta su uniforme verde oliva.
Con 21 años, es la más joven de los oficiales condecorados. Johana se alista para recibir la medalla que representa su valentía: fue víctima de un atentado el 19 de febrero del 2017 a la 10:36 de la mañana, prestando el servicio de seguridad en la Plaza de Toros la Santamaría en el barrio la Macarena de Bogotá. En ese momento se celebraba la última corrida de la temporada taurina, por lo cual había un gran dispositivo policial. El Ejército de Liberación Nacional (ELN), puso un artefacto explosivo en una alcantarilla que se encontraba cerca a los escuadrones.
— El día anterior, cuando firmamos la planilla de salida, mi compañera y yo estábamos destinadas a otro lugar, siempre nos tocaba en el Museo Nacional, pero hubo un cambio y resultamos en la carrera 5 con calle 27. Después de formar nos distribuyeron y quedamos los más amigos, todos estábamos en el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD).
Desde ese punto de la conversación Johana cambia su postura, se inclina hacia adelante y empieza a frotar sus manos como si intentara quitarse algo de ellas.
— Mi sargento nos separó en dos escuadras. Mi compañero José Flores quedó en la primera escuadra y yo en la segunda con otra compañera. Entonces yo le dije a Flores que gracias por dejarnos solas y él me respondió “no amiguita, ya me cambio”.
Lo vi entrar a una tienda y tomarse una bebida energética, luego se acercó a nosotras con dos dulces; cuando le fui a dar las gracias sentí la explosión.
Johana tiene la mirada dispersa.
— Estábamos todos en el piso, no sabía qué hacer, saqué fuerzas para subirme al andén. Miré mis manos y noté que gotas de sangre caían de mi cabeza. Solo pude pensar ¿Dios mío, qué pasó?
Casi un año después de haber sido víctima de este atentado, el 6 de abril del 2018 se llevó a cabo la ceremonia en donde se le reconoció a Johana su labor. El evento transcurre en el Teatro Patria de la Infantería con todo el protocolo que la institución exige; todos los asistentes están impecables, sin ninguna arruga en sus faldas o pantalones. Johana intercala el peso de su cuerpo de una pierna a otra porque le duelen los pies, los tacones hacen parte del uniforme, pero no da señal de sentir alguna incomodidad. Ese día es la representación de las mujeres en la policía. Las ampollas pasan a un segundo plano.
***
Un comisario se me acerca y me dice:
— Se la recomiendo mucho, es muy sensible.
Johana es de Consacá, Nariño. Una parcela alargada de casas que no superan los dos pisos, con una iglesia color amarillo opaco y un parque central con diez o quince palmeras.
— Siempre he sido juiciosa, me iba bien en el colegio, ocupaba los mejores puestos, me gustaba mucho las artes, pero me iba mal en matemáticas. Vivía en una finca donde cultivamos principalmente café, naranjas y plátano. Ahí tenía perros, gatos y algunas gallinas. Me encantan los animales.
Johana me cuenta de su vida mientras recorremos las instalaciones de la Policía Metropolitana de Bogotá.
Está de civil, con un saco vinotinto, jeans y botines, aunque ella prefiere su uniforme, el honor que implica llevarlo y la fuerza que proporciona el sentir la pesada tela sobre la piel. Es un poder que no da otra prenda de vestir.
***
— Mi mamá me culpó de la muerte de mi papá.
Para Vilia del Carmen Ortiz no fue fácil perder a su esposo, Miguel Ángel Garzón.
Su partida dejó un hueco en la familia, en todos los aspectos en los que una persona puede dejar un vacío cuando fallece.
— En el 2010 murió mi papá y yo cargué con esa culpa. Mi papá tenía un taxi y quería entregarlo porque ya estaba cansado de ese trabajo; yo no quería que lo vendiera porque ese carro era el sustento de la familia. Él me hizo caso y al día siguiente salió a trabajar. Me fui a caminar por el pueblo y todo el mundo me miraba raro, como si les debiera algo. Mi mamá me llama y me dice que mi papá no le contesta. Luego una persona se me acerca y me dice que mi papá había tenido un accidente, que algo le pasó a quien manejaba el taxi blanco, y como yo estaba en negación pensé que el del accidente había sido el señor del otro taxi, porque había dos en el pueblo.
Johana baja el tono de la voz.
— Caminé hasta el terminal porque era donde él trabajaba, pero no lo vi; ahí me empecé a asustar. Luego me llamó mi tía y me dijo que me fuera para la casa que allá me contaba todo. Llegué a la casa de mi abuela, mi tía me abrazó muy fuerte y me dijo que ya no había nada que hacer, que mi papá estaba muerto. Yo quería terminar con todo, porque él era mi vida.
La relación entre Johana y su mamá empezó a mejorar cuando se separaron. En el 2015 Johana entró en su formación como policía y se mudó a Bogotá: el estar lejos las unió. Vilia no quiere que su hija sea patrullera, le asusta lo que pueda pasar y su instinto de protección materna ha hecho que valore la presencia de su hija en su vida, dejando los rencores en el pasado.
Johana encontró su propio proceso de catarsis por medio de la institución. Afirma que el accidente de su padre fue una de las razones para tomar la decisión de pertenecer a la Policía Nacional, porque así contribuye a la efectividad del sistema judicial.
—Yo estaba convencida de que quería estudiar medicina, pero cuando estaba en sexto de bachillerato, el D.A.R.E (programa educativo de colaboración entre la Policía y las administraciones municipales con diferentes centros educativos), vino a capacitarnos y ahí me quedé. Además mi familia es militar, por eso había contemplado esa opción.
***
En la Policía Metropolitana de Bogotá se siente fuerza en el andar, en la entonación, en la postura. La imagen de los hombres y mujeres que trabajan allí es de personas fuertes, casi parecen libres de tener colapsos emocionales, casi.
— Eres una enferma.
Este es el argumento que tuvo el exnovio de Johana para terminar con ella.
El atentado trajo consigo más que las esquirlas en la mano y en la cabeza. Las secuelas psicológicas están latentes día a día. El lupus eritematoso que debilita la salud de Johana le fue diagnosticado unos meses después, cuando empezaron a aparecer en sus brazos y espalda manchas rojas, síntomas de la enfermedad autoinmunitaria, es decir, el sistema inmune del cuerpo ataca por error el tejido sano. Este puede afectar la piel, las articulaciones, los riñones, el cerebro y otros órganos, como la piel.
Las secuelas emocionales fueron más dolorosas.
— Hay personas que me ven como si yo me estuviera haciendo la víctima. Me ha tocado alejarme para no sentir esa presión porque yo trato de hacerme la fuerte, pero es que soy muy sensible a todo lo que me digan o lo que me puedan hacer. Así que llego a mi casa y lloro sola para no demostrar mi debilidad. La policía es como una familia, y como en toda familia, aquí también hay todo tipo de personas.
»Hay compañeros que me han apoyado mucho. También me molestan, pero en broma, me dicen “ardillita” porque en una parte de la recuperación física me medicaron una pasta muy fuerte y mis cachetes se inflamaron, por lo que me empezaron a llamar “ardillita” diciendo que tenía comida escondida en los cachetes.
Parte del control psicológico que va a recibir Johana tendrá como foco el sentimiento de culpa que la agobia por haberle pedido a su compañero Flores que se cambiara de escuadrón para que estuviera con ella. Para esto es necesario el apoyo de la familia, afirma el psicólogo e intendente Jorge Alejandro Suárez Ramírez.
— A Flores solo le pido perdón. Él me dice que todo lo que pasó son cosas de Dios. Él ahora está en Montería Córdoba. Perdió el ojo izquierdo. Todavía no asimilo los sonidos que se parezcan a una bomba, de una me pongo a temblar. Tampoco puedo ver noticias o videos del atentado porque empiezo a llorar. Así que las esquirlas son lo de menos, aunque no me las pueden sacar o si no pierdo el 90% de movilidad de la mano izquierda porque me afectó los tendones y los nervios.
— ¿Qué planes tienes ahora?
— Es hora de continuar mi camino, pero lo haré dentro de la Institución. Siento que ya cumplí mi ciclo acá, así que ahora quiero otra especialidad, me gustaría estar en los grupos que trabajan contra el secuestro, en los carabineros o en la guía canina, porque soy de finca y me la llevo muy bien con los animales. Aunque todos esos cambios serán cuando Dios quiera.
***
Nillyerth Garzón, Sargento Mayor, estación de policía de Fontibón.
Carmen Alicia Correa, Subcomisario, grupo de protección a la infancia y la adolescencia.
Blanca Yolima López, Subcomisario, responsable de archivo de la estación de policía de Fontibón.
Rocío Acosta, Subcomisario, estación de Fátima.
Mujeres, policías, madres, hijas, esposas. Las cuatro con más de veinte años de trayectoria en la institución.
Al igual que Johana, estas mujeres permanecen en la policía por la satisfacción del deber ser. Aunque no todas ingresaron por los mismos motivos.
— Nunca imaginé ser policía, quería ser profesora. Cuando era joven, un día vi una propaganda de Chicas de Acero, eso fue como en el año 92 y me gustó la idea, así que hice los documentos para ingresar, solo por ir a vivir la experiencia como patrullera. Durante el curso fue que me di cuenta en qué me había metido — cuenta Blanca entre risas.
Al pasar tantas horas al día en servicio, los compañeros se vuelven familia.
— Nosotras formamos dos familias, una que es la institucional donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo, y luego está nuestra casa donde encontramos otro tipo de apoyo. Aquí se forma un vínculo muy fuerte, tanto con los compañeros como con la ciudadanía, porque es muy bonito cuando ellos le dan las gracias a uno. Ese cariño que nos brindan es la mayor satisfacción —afirma Rocío.
—También es gratificante cuando podemos estudiar y especializarnos. Por ejemplo, yo pude estudiar psicología — dice Carmen.
Todos estos cambios en las políticas institucionales de la policía que les permiten a las mujeres tener más libertades, se han venido dando de manera progresiva desde el 1978.
Los ojos de Nillyerth han contemplado esos cambios, ella lleva más de 25 años en la institución y ha experimentado en primera persona toda esa transformación.
— En el año 1993 salí de cabo segunda y llegué a una estación en la Metropolitana de Cali. Ahí trabajé hasta el 2007, pero cuando llegué era la única mujer, eso no fue fácil porque los patrulleros preguntaban ¿una mujer me va a mandar a mí? También antes a uno le tocaba andar en falda en las motos porque así era el uniforme para la mujer, eso fue hasta 1995; era muy agotador patrullar así y además con tacones, pero esa era la norma. Afortunadamente las cosas cambiaron, pero se aguantó cuando tocó y aquí estamos, ahora podemos ocupar cargos altos.
A mitad de la entrevista recuerdo que no me han dicho sus edades así que les pregunto.
La respuesta no me sorprende porque es lo que cualquier mujer que ya ha pasado de los cuarenta respondería.
— Eso no se pregunta— dicen entre risas.
Al final evaden la pregunta y seguimos con la entrevista.
— A mí también me pasó lo mismo que a la compañera. Era el año 2006 y estábamos implementando la Ley 1098 y yo estaba a cargo del grupo de Soacha. El patrullero Galindo me cogió en el parque principal y me dijo “yo a mujeres no obedezco”, en ese momento le aclaré que el problema era de él, yo estaba a cargo así que tenía dos opciones o trabajaba conmigo o pedía el traslado. Ahora somos buenos amigos — cuenta Rocío.
— Cuando yo estaba en Caquetá, tenía treinta hombres al mando porque era jefe de seguridad, en ese momento crearon un cargo que era ser jefe de capturas, yo me enfoqué en capturar porque me gustaba mucho, en un mes me hice cincuenta capturas — comenta Blanca.
Para lograr posicionarse como mujer de autoridad, Carmen ha tenido que pasar por varias experiencias.
— Recién graduada de patrullera me tocó un servicio de desalojo, recuerdo que yo dije “me metí en la vaca loca”, me puse a llorar porque me cuestionaba el para qué había ingresado, luego uno entiende las normas que impone la institución y aumenta su sentido de pertenecía porque se da cuenta que al final le hace un bien a la comunidad.
Todas concuerdan en que el trabajo se encarga de formar el carácter, empezando por la voz, ya que depende de la propiedad con la que hables, así te van a tratar.
El viaje de la mujer dentro de la institución comenzó mediante la Disposición 20 B de 1978, con el ingreso de 12 mujeres profesionales como oficiales de los servicios. Desde este punto de la historia, las mujeres empiezan a incorporarse a la policía en los distintos niveles que este otorga, esto lo afirma Donadio & Mazzotta en el libro “La mujer en las instituciones armadas y policiales”.
El llegar a un alto grado dentro de la institución es un resultado de lo que el éxito significa para estas mujeres, Johana Garzón está empezando a dar sus primeros pasos como oficial y así como Carmen, Blanca, Rocío o Nillyerth; Johana siente un gran amor por su uniforme y por la mujer que se ha convertido al portarlo.
Así lo demuestra en la parte final de su discurso, que dio el 6 de abril de 2018:
— A pesar de lo sucedido no se me ha ocurrido dejar de portar el uniforme, nunca dejaré mi institución, la cual me abrió las puertas para mi desarrollo tanto profesional como personal y la que me permitió hacer mi sueño realidad. Estoy orgullosa de servir a la sociedad y representar la entrega de la mujer en diferentes profesiones y campos del saber, en mi caso en la Policía Nacional.
-----
Esta crónica hace parte del especial "Historias sin uniforme" producido por el CrossmediaLab en asocio con la Policía Metropolitana de Bogotá, a través de su Modelo de Policía para el Posconflicto, que busca contar un puñado de historias que tienen como común denominador: la vida, la reconciliación y el perdón de sus protagonistas.