Con la diestra, el tabique; con la rodilla, el pulmón. Tres segundos, tres patadas. Cadera, costillas, columna baja.
—¡¿Por qué no la trajo?! —Le gritó al oído — ¡¿Le parece un juego?! ¡¿Una broma?!
Con el rostro sobre el suelo, Héctor luchaba para no caer inconsciente, inhalaba tierra húmeda y en la mejilla le caían gotas de agua que resbalaban de un palo de guama. Con la vista nublada siguió las pisadas de las botas del cobrador hasta que subieron a un Mitsubishi Montero blanco, chispeado por el barro. "Desde la ventana me decía, espere la llamada. Si lo matan es su culpa. Deje de hacerlos perder el tiempo y sea serio", cuenta Héctor.
Esa era la tercera y última visita que hizo Héctor Campos a los secuestradores de su padre, Siervo Campos. Fue antes de proponerles intercambiar su cuerpo por el de su papá. Propietario y agricultor de las mejores tierras de Granada, Meta. Boyacense de nacimiento, a los cuatro años migró al departamento de Antioquia junto a su familia huyendo de la violencia, y una década más tarde llegó a tierras llaneras por las mismas circunstancias. Adoptado y criado por la sabana oriental como un nativo más.
—Mi papá era muy “guapo”. Desde los ocho años empezó cargando papas, manejaba camiones, si no había se las inventaba. No terminó la primaria, pero era un hombre ahorrativo e inteligente para las finanzas, —dice Héctor al recordar a su padre fallecido— todo lo guardaba y por eso llegó a ser tan grande.
El departamento del Meta, durante la década de los 90, fue escenario central del conflicto armado colombiano. Algunos recordarán los hechos ocurridos en julio de 1997, en el municipio de Mapiripán, que costó la vida de un número desconocido de ciudadanos en manos de grupos paramilitares; o la masacre en Puerto Alvira, en el Meta, también perpetrada por las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) con el objetivo de sacar a las antiguas Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) del territorio.
El gobierno colombiano en cabeza de la cancillería y el DANE afirman que la cifra de inmigrantes colombianos en EE.UU es de tan sólo un millón y medio.
Las AUC eran una coalición de escuadrones de la muerte de ultraderecha, que utilizaron el conflicto para maquillar sus actividades económicas ilícitas. El origen de los paramilitares se remonta a principios de la década de 1980, cuando los narcotraficantes, enfrentados a una ola de secuestros por parte de grupos guerrilleros izquierdistas, decidieron crear ejércitos privados. Este fenómeno se expandió exponencialmente en áreas rurales. Pero pronto los grupos de autodefensa protegieron depósitos de drogas y cargamentos en lugar de civiles. Estas organizaciones también desataron oleadas de violencia contra sectores de la población que ellos consideraban eran partidarios de la guerrilla.
El surgimiento de las AUC coincidió con una transformación en la industria del tráfico de drogas. Luego de la desaparición de carteles como el de Medellín y Cali, el mercado se segmentó, dando lugar a otros grupos de microtráfico más pequeños. Los guerrilleros de las Farc también comenzaron a ejercer control territorial con más fuerza sobre las áreas donde se cosechaban y producían los cultivos de droga, dando como resultado un conflicto entre estas dos superestructuras, las AUC y las Farc se enfrentaron por el control de las áreas estratégicas en el tráfico de drogas y fueron responsables de masacres en contra de la población civil.
De acuerdo con el excomandante de la Brigada Móvil 10 en La Macarena, el coronel Orlando Castaño Ruiz, quien era el entonces responsable de la captura del guerrillero y jefe de las acciones armadas de las Farc, Víctor Julio Suárez Rojas alias Mono Jojoy y director de la Tarea Conjunta Omega, el Meta ha sido un territorio de dominio guerrillero durante los últimos veinte años. "Esto ha generado un enfrentamiento entre grupos al margen de la ley por tomar el poder de la tierra y el orden de los caseríos". Castaño dice que durante su servicio en las Fuerzas Militares conoció más de 300 casos de secuestro extorsivo por parte de la guerrilla. "Es un modo de subsistencia para ellos. Algunos de los secuestros fueron de carácter político, con esto presionaban al Estado, mostraban una imagen de dominio y lograban obtener lo que le pedían al gobierno. La otra modalidad de secuestro se daba para sobornar a los grandes empresarios, ganaderos o agricultores del territorio y de esta manera recibir dinero que les permitía financiar su armamento y alimentación", agrega.
En octubre de 1996, don Siervo salió muy temprano de su casa. Su día empezaba a las cuatro de la mañana. Se tomaba un tinto cerrero en ayunas, un tungo de arroz y dos cuajadas; ensillaba su caballo y salía a la sabana a reunir el ganado. Lo arreaba, lo llevaba al corral, luego lo enlazaba y herraba las reses. Lo volvieron a ver al mediodía.
—"Nos fuimos con Arnulfo y Teresita (los criados) a llevarle el almuerzo a los trabajadores. El llanero come muy rápido porque el trabajo del campo es mucho. Aún le faltaba pasarse por el cultivo de palma así que me dijo que nos veíamos en la tarde—, cuenta Mercedes, su esposa.
Se fue el Sol. Los empleados regresaban uno a uno para terminar el día recostados en los chinchorros. Regresaban todos, menos él. Cuando Héctor terminaba su jornada laboral en el molino familiar, recibió la llamada de su hermano mayor, Moisés. Los trabajadores avisaron que el tractor que manejaba su padre había sido encontrado solo en medio de la vega a las seis de la tarde, y don Siervo aún no aparecía. "Eran eternos los minutos observando el teléfono, rogando que sonara para que nos dieran información de él. Ya sabíamos que se lo habían llevado, pero no sabíamos quién o para qué, y seguramente, esas personas no querían que llamáramos a la policía, entonces lo mejor era esperar", dice Héctor.
Las FARC tuvieron importantes campamentos en los llanos del Yarí, en límites entre Meta y Caquetá, y una presencia decisiva en San Vicente del Caguán durante sus años de militancia.
Al amanecer, sentados en el comedor de la finca y en medio de oraciones, recibieron la llamada:
—Tenemos a don Siervo y necesitamos plata —dijeron del otro lado del teléfono fijo.
—¿Cuánto quieren? ¿cuánto es?, —les dijo Moisés.
Pero esa era solo la primera llamada de las treinta que llegaron después durante la semana. Provenían de números diferentes, algunos privados La conversación no duraba más de veinticinco segundos y colgaban. Los dejaba a todos con el corazón entre las manos.
A la segunda semana se identificaron como del Frente 26 de las Farc y revelaron el monto que pedían: ciento ochenta millones de pesos en efectivo. Según un informe de la Unidad de Análisis 'Siguiendo el conflicto' de La Fundación de Ideas para la Paz (FIP), la presencia del grupo guerrillero se hizo visible en la región del Ariari, donde "se concentró el 91,2% del total de acciones armadas guerrilleras del departamento en 2012, así como el 90% de los combates por iniciativa de la fuerza pública, especialmente en los municipios de Uribe y Vista Hermosa", según el informe. Es en ellos donde se había enfocado las operaciones de la Fuerza de Tarea Conjunta Omega, liderada por Castaño en su época.
Don Siervo pagaba juiciosamente la vacuna correspondiente a dos grupos guerrilleros. Se trata de una modalidad de extorsión económica, impuesta por grupos subversivos, a los habitantes de un territorio para garantizar el bienestar de sus propiedades y el de sus familias. Sus hijos relatan con extrañeza el momento de su desaparición. Por sus mentes pasó el rostro de posibles responsables de su secuestro: vecinos del pueblo, socios o deudores, pero no imaginaban que fuese la guerrilla. Su hija mayor, Blanca, lo describe como un hombre que caía bien, que siempre trataba con respeto al otro, incluso a los vacunadores y a sus empleados. "Su característica más grande era la humildad. Si invitaba a uno, los invitaba a todos. Nunca con atropellos", dice.
"Ninguno teníamos todo ese dinero. En esa época eso sumaba mucho. Ellos decían que mi papá facturaba más que eso, pero seguramente estaban contando la maquinaria, el valor de la tierra, los gastos y los costos. Nosotros sabíamos que no había una cuenta con esa cantidad, pero les dijimos que sí", cuenta Héctor. Tres veces lo citaron y tres veces apareció a la hora asignada sin el dinero, arriesgándose a perder la vida. "Yo amarraba a las llantas las bolsas con parte de la plata y justo antes de llegar sentía en el corazón algo que me decía que no la entregara, que me esperara. Afortunadamente nunca me mataron. Me golpeaban, pero me dejaban vivo porque necesitaban el dinero", dice. Después de la tercera visita supo que no podía seguir así. Estaba poniendo en peligro su vida y la de su papá. Don Siervo tenía 56 años, sufría de diabetes e hipertensión. Con el pasar de los días se arriesgaba a sufrir un evento traumático o una complicación en su salud. Por esto, decidió esperar la siguiente llamada para hacerles la propuesta: su cuerpo, por el de su papá.
Informes de inteligencia señalan que el Secuestro bajó un 5% en el 2017. 190 casos fueron reportados en todo el país.
—¿Por qué entregarse usted? ¿Por qué no otro de sus seis hermanos?
—Yo le debía a mi papá más que cualquiera. Aunque era un hombre de pocos afectos me apoyó en todo lo que emprendía. A los 19 años dejé en embarazo a mi esposa. Aun así, me envió a estudiar una carrera. Siempre tenía un consejo, una palmada de consuelo en la espalda. Entendí muchas cosas por las que tuvo que pasar, porque formó una familia siendo muy sardino, y tuvo que levantarla con sus manos. Además, yo era el adulto más joven de mis hermanos. Los demás tenían sus hogares numerosos y el más pequeño tenía 16. Tenía que ser yo.
—¿Qué decía su mamá?
—¡Jmm! No dormía mi viejita.
A Héctor lo describe la más cercana de sus hermanas, Janeth, como una persona arriesgada, determinada, que toma decisiones rápidas: "Él está siempre un paso adelante. Yo creo que tenía en mente ofrecerse como voluntario desde el minuto uno de la primera llamada. Cuando mi papá se embriagaba estando más joven, él lo recogía y conducía hasta la casa teniendo 12 años. Quizá por las responsabilidades que ha tenido que afrontar desde joven es que piensa y actúa frente a los problemas con celeridad". Además, dice, "Héctor tiene una cualidad de pocos: la prudencia. Si alguien iba a pasar tiempo junto a la guerrilla, debía ser él".
Estaba decidido a cambiar de lugares. Con su padre preso en el campo, se sentía atado de manos. Solo don Siervo conocía sus propiedades y sus ingresos. Solo el patrón tenía acceso a la suma de dinero que exigían los secuestradores. Mientras conducía llano adentro para cumplir con su cita no se imaginaba lo que sucedía en el Frente 26.
—Siervo era una persona noble de corazón, pero como buen boyaco, se le saltaba la chispa con facilidad. Esa era una de las cosas que más temíamos cuando pensábamos en él estando secuestrado. Quizá del desespero insultaba o fastidiaba a algún guerrillero y se hacía pegar. Y ahí si como dicen, a esa edad el cuerpo está muy achacado y no soporta tanto. Así pasó. Él contaba que duraba todo el día quejándose de hambre, de sed, de calor, lloraba y le pedía al guardia que lo soltara. El mismo día del intercambio lo soltaron para que fuera al baño y descansara porque las sogas le estaban pelando la piel. Ni siquiera se acercó a la fosa y empezó a correr entre la selva. Duró tres días caminando. Llegó flaco y malo de los pulmones —, cuenta doña Mercedes.
Siervo pasó diecisiete días en cautiverio. Diecisiete días sin medicamentos. Diecisiete días en los cuales no se le realizó ningún procedimiento de diálisis, por lo que una vez llegó a Granada, fue trasladado a la Clínica Somos de la Ciudad de Villavicencio para recibir atención médica. Mientras tanto, Héctor se encontraba ya en manos de la guerrilla.
—Fue duro, muy duro. Cuando llegué me puse a llorar. No podía creer que mi viejo hubiese pasado por eso por tantos días. Había una guerrillera torturadora, disfrutaba ponernos el arma en los ojos y la boca y nos gritaba que nos iba a traer en bandejas las manos de nuestros familiares. Digo ponernos porque conmigo había tres personas más atadas, pero nunca hablamos.
De acuerdo a datos del Ministerio de Defensa Nacional, 301 casos de extorsión se reportaron en el departamento del Meta el año pasado.
Héctor estuvo preso en el campo por un mes. Treinta días entre la húmeda selva de los llanos orientales, bajo 30 y 35 grados centígrados de temperatura. A pesar de eso, algo lo aliviaba. Contó con la fortuna de caerle bien a sus victimarios. Hablaba con ellos para no enfermarse de depresión o dar vida a algún trastorno mental a causa del ambiente. Se podía sentir en el aire el temor, la muerte, el dolor de la guerra y dice: "Me invitaban a jugar juegos de mesa con ellos, me daban más comida que a los demás, y me decían Lavoe, pero yo prefería no involucrarme demasiado. Escuchaba todos sus chistes y les llevaba la corriente, pero nunca mencioné una palabra de mi familia o de mis propios pensamientos".
Un día en medio de una charla con el guardia de turno, este le propuso quitarse el pasamontaña ya que confiaba en él, pero en tono de burla y un poco desesperado, Héctor le dijo: "Uy no hermano, no me haga ese mal. Después no puedo dormir recordando su cara". Así pues, Héctor pasó sus últimos días de secuestro riendo y hablando con los secuestradores. Por su mente no dejaba de pasear la duda de cómo estaría su familia y si los hombres con los que hablaban estaban siendo realmente sinceros, o si en algún momento lo matarían. Como lo afirmaba su hermana Janeth, "Héctor tiene una cualidad de pocos, la prudencia y el discernimiento". Para ella, estas fueron claves para su salvación.
El 2 de diciembre de 1996 don Siervo había pagado solo la cuarta parte de la extorsión. Sin embargo, y sin haberlo requerido, los guerrilleros decidieron dejar a su hijo en libertad y darles la posibilidad de pagar el excedente a cuotas. Un inusual consenso, ya que según el coronel Castaño, el secuestro extorsivo fallido suele ser radical y letal.
Apuntaron un arma en la nuca de Héctor y le pidieron caminar sin pausa en línea recta. "La niña guerrillera me dijo, corra de aquí hacia allá con las manos en la cabeza y no voltee porque le meto un pepazo. ¡Corra le digo!, ¡corra!", cuenta Héctor. Los segundos se hicieron horas, los mosquitos y el calor ya no parecían tan molestos. Contuvo el aliento, tensionó la mandíbula y aferró su vida a dos botas, las que le ayudaron a huir del campamento. Con la esperanza de no ser fusilado en cualquier segundo, corrió y desapareció entre la espesa vegetación.
Héctor Campos regresó por primera vez a su país natal 10 años después de haber inmigrado a los Estados Unidos.
—¿Qué pasó cuando llegó a Granada?
—Lo que siempre sucede cuando se recupera un hijo perdido: llanto y fiesta. Pero menos fiesta que llanto. Nunca habíamos vivido algo así. Los mayores sustos que habíamos tenido con la guerrilla eran las llamadas para recordar retraso en el pago de las vacunas, pero no pasaba de eso, un susto. El secuestro es indeseable, es… no se puede describir, se vive. Y se carga con él por mucho tiempo. Es como sacarte de un universo y entrar a otro donde ves cosas que no conocías, que pensabas que solo existían en películas, pero cuando te toca a ti es traumático. Te marca.
—¿Pusieron algún denuncio? ¿Contaron lo ocurrido ante la ley?
—Claro, pero se quedó impune, como muchos. Hay que esperar a que avance la investigación, eso era lo que repetían las autoridades. En esos casos no vale el daño psicológico, no vale la tierra, el ganado, el cultivo. Al indígena, al campesino y al ciudadano nos repiten lo mismo: cuando hay guerra se asumen las consecuencias. Por eso mi salida a esa situación fue buscar asilo político en Estado Unidos. No podía vivir con la idea de que podría repetirse. Me despertaba todos los días con paranoia. Miraba atrás cada dos segundos cuando caminaba en la calle. No iba a tener calidad de vida.
La oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), registra que ‘‘entre 1969 y 2014, 11.1 millones de latinoamericanos pidieron protección en otro país. El 35.8% proviene de Colombia, el país con más solicitudes’’. Colombia encabeza la lista con 3,983,983 peticiones de asilo y refugio. Los incrementos más dramáticos se produjeron en el 2000, cuando la cifra anual pasó de 4 mil a 14 mil y en 2007, con la subida de 94 mil a casi 600 mil peticiones de asilo, la mayoría de ellas planteada a Ecuador y Venezuela, según datos presentados por la cadena de televisión Univisión en 2016. Esto sin mencionar que se escapan números que equivalen a los colombianos que migraron a los Estados Unidos y otros países de manera ilegal, huyendo de la violencia.
El desplazamiento es una realidad que enfrentan miles de colombianos a causa del conflicto armado. Son amedrentados y obligados a buscar refugio en las periferias del país. Les es arrebatada su identidad, su espacio y su memoria. Héctor lleva 14 años viviendo en Norteamérica. Tuvo que adaptarse a una nueva cultura, aprender un idioma distinto al suyo y abandonar algunas de sus costumbres para encajar. Espera, desde entonces, ver a su nación en paz para regresar un día con sus cinco hijos colombo-americanos a recorrer sin temor el suelo de su llano.