“Eso fue muy duro”, me dijo mientras se acariciaba la mano izquierda y miraba hacia un punto fijo en el suelo. “Mi hermana y mi mamá ya estaban en Bogotá y me dijeron que me fuera para allá. Yo estaba desesperada en Valledupar. Imagínate oír noticias en la radio de que mataron a un paramilitar y pensar que puede ser familiar tuyo. Mira, uno entre más joven, más imagina y menos piensa. Varias veces me pasó, pero yo nunca fui a la morgue. Mi hermana y su novio eran los que se iban para allá a mirar. Pero siempre estuve angustiada porque sabía que los pelaos los mandaban al frente a disparar, eran la carne de cañón. Yo era flaquita, no dormía ni comía; pensaba que en cualquier momento iban a matar a mi hijo.”
‘Lucy’, como le decimos en mi casa, nació en los años sesenta en el municipio de Agustín Codazzi en el departamento del Cesar. “Mi infancia fue mejor que ahora, vivía en una finca cerca del caño de Fernambuco. Era un lugar tranquilo, con montañas y un río. En ese tiempo, no se veían tantas cosas malas”. Me dijo mirando el florero del comedor. Lucy, hija de campesinos, pasó su infancia en las montañas del norte del Cesar, pero ha vivido la mayor parte de su vida en Valledupar, donde estudió, se casó y tuvo hijos. Sin embargo, la voz de la guerra la alcanzó varias veces.
El 16 de marzo de 2015 llegó a trabajar a mi casa, para ayudarle a mi abuela con los oficios del hogar. Lucy viene a trabajar dos veces a la semana. Los martes deja brillantes los pisos de las habitaciones y los baños. Los miércoles las baldosas de la sala, el comedor y la cocina. Un día, mientras mi abuela cocinaba y Lucy lavaba los platos, le preguntó:
— Lucy, ¿usted por qué llegó a Bogotá?
— A mí me desplazaron, señora Zoila.
Desde ese día quise conocer su historia.
Del terrorismo paramilitar al terrorismo guerrillero
—Aquí es, Diego — dijo señalándome un portón blanco y pequeño.
Lucy abrió la puerta y entramos a un pequeño pasillo con paredes azul marino. Al fondo, unas escaleras angostas. A la derecha un cuarto y una ventana con cortinas blancas.
—Aquí duerme mi hijo mayor.
Subimos al segundo piso. Inmediatamente me encontré con el comedor: de vidrio, pequeño, redondo, con cuatro puestos y unas flores en el centro. Al lado, a sesenta centímetros del comedor, una cocina de dos metros cuadrados. Al fondo, tres cuartos.
—En el cuarto del fondo dormimos mi esposo y yo, en el de al lado vive mi hija y en el otro mis dos nietas. ¿Quieres algo de tomar?
—Gracias Lucy.
Mientras traía los vasos me contaba sobre el trabajo de su hija, el colegio de sus nietas y de su hijo menor, que no regresaba a la casa desde el día anterior.
Lucy es una de las más de nueve mil madres que sufrió el reclutamiento de menores por parte de grupos armados, según la unidad de víctimas del gobierno. (Foto: Diego Quijano)
—Yo sé que es difícil contar lo que le voy a pedir — le dije mientras me servía un vaso de gaseosa.
Puso otro encima de la mesa y se sentó.
—Oye, Diego, ¿y tu tía sigue brava por lo de la perforadora que se perdió? — Me respondió tomando un sorbo de gaseosa.
—No, Lucy, ya la encontramos.
—Ah bueno, porque ella me echó la culpa a mí, que disque yo la había perdido.
—Pero ya la encontramos, no le pongas atención. ¿Comenzamos?
— Dale, pregunta — se acomodó en la silla y se acomodó la blusa.
—Comencemos con tu hermano, ¿eso fue en Codazzi?
—No, eso fue en Valledupar
—¿Allá fue tu primer desplazamiento?
—Sí, tenía ya 25 años de vivir en Valledupar y todo era tranquilo. Bueno, la mayoría del tiempo, porque uno siempre escuchaba en la radio de secuestros y muertes. En el año 95, llamaron a mi mamá de la morgue y le dijeron que tenían el cuerpo de mi hermano. Lo habían encontrado en la calle cuarta en el barrio Candelaria Sur. Él le ayudaba a una señora en un local de comida. Ese día se fue la luz. Dos tipos llegaron y empezaron a dispararle hasta matarlo. Él iba a la finca que nosotros teníamos en Codazzi a hacer limpieza y, como por allá había mucha guerrilla, los paramilitares pensaron que él era informante del ELN. Después de eso, mi mamá decidió irse de nuevo para Codazzi con mi hermana.
La violencia en el Cesar se intensificó en los años 80, cuando la crisis ganadera y agrícola se agravó. Más específicamente en la siembra del algodón, ya que, en esos años, solo el 10% de los jornaleros de todo el departamento conservaron el trabajo. Esto causó que muchos campesinos se unieran a las milicias de las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarios de Colombia, hoy Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC), el ELN y el EPL, los cuales tenían ya guerrilleros en la Sierra Nevada de Santa Marta y en la Serranía del Perijá. Los secuestros, extorsiones y asesinatos por parte de la guerrilla, aumentaron.
En 1995, el hermano de Lucy fue asesinado. Ganaderos y finqueros empezaron a crear pequeños grupos de autodefensas y empezaron a cometer asesinatos en diferentes municipios del norte del Cesar. Dentro de sus víctimas se encontraban líderes sociales, militantes del partido comunista, exguerrilleros desmovilizados y civiles. Por eso, cuando Lucy dice que a su hermano lo amenazaron los paramilitares, se refería a las muertes indiscriminadas en ese tiempo, a causa de la guerra.
—Dejé a mis hijos en Codazzi estudiando. Yo vivía en Valledupar y todos los fines de semana iba a visitar a mi mamá y a mis hijos.
—¿Y qué pasó en Codazzi?
—A mi papá lo desplazó la guerrilla. En el 97me tuve que devolver a Codazzi porque mi mamá me dijo que la guerrilla había ido a la finca de mi papá y le dijeron que tenía que desocuparla en un mes. El 30 de julio, un mes después de que mi papá abandonó la casa, 8 guerrilleros llegaron a las seis de la mañana a la finca de al lado, donde vivía mi tío. Él estaba dormido. Su esposa y los trabajadores estaban despiertos. Los guerrilleros le dijeron a ella que llamaran a “Carlos” y que se fueran con ellos, porque necesitaban a hablar con él. Mi tío les mandó a decir que, si tenían algo que hablar con él, que lo hicieran ahí mismo. Entonces entraron en la casa a la fuerza, lo amarraron y se lo llevaron cerca de la Sierra del Perijá y lo mataron. Supuestamente, él era informante del ejército. Y por eso a uno lo mataban allá por ser disque informante de uno o del otro.
Lucy mira al suelo con los brazos cruzados.
—¿Y qué pasó con tu familia?
—Los guerrilleros volvieron a la finca y le dijeron a la esposa de mi tío, que ella y todos los familiares que vivían en Codazzi se tenían que ir. Entonces ahí fue cuando, con mi papá, mi mamá, mis hijos y mis hermanas, nos fuimos a Valledupar.
En los 80, la guerrilla del ELN entró por el sur del departamento del Cesar y se instaló en toda la región. Los frentes 6 de Diciembre y el José Manuel Martínez, controlaban territorios al norte del departamento, especialmente en la Serranía del Perijá, donde estaban las fincas del tío y del padre de Lucy. Su táctica fue involucrar a la sociedad civil en su lucha armada, y por eso se dedicaron a luchar por las tierras, desplazar a los campesinos y así obligar al gobierno a titular tierras.
Agustin Codazzi fue uno de los corregimientos que más sufrió desplazamientos y masacres por parte del ELN y el bloque norte de las AUC, según la Unidad de Víctimas. (Foto: Diego Quijano)
Todos en mi barrio eran Paramilitares
—Y luego ¿qué pasó?
—Nada, estuve 5 años allá. Trabajando.
Lucy me mira con una sonrisa.
—Luego vino el desplazamiento mío. Para la gente no fue desplazamiento, pero yo sentía que me tenía que ir. Si no, me mataban. — me dijo mientras ponía un mechón de cabello detrás de su oreja.
—¿Por lo de su hijo?
—Sí.
—Cuénteme.
—Un día regresé a la casa y mi hijo mayor no estaba: se lo habían llevado los paramilitares.
—Pero, ¿cómo sabías que eran paramilitares?
Lucy se mira las manos, mientras las frota una con otra.
—En diciembre de 2001regresé de trabajar y no encontré a mi hijo. Le pregunté a mi mamá y me dijo que no había llegado. Entonces salimos a preguntar. Los vecinos nos dijeron que se lo habían llevado los paramilitares, que eran conocidos del barrio. La gente me contaba que, los que habían reclutado a mi hijo, eran hombres de alias Salomón.
—¿Y cómo sabías eso?
—¿Cómo? ¡Ja! La familia de él vivía ahí en el barrio. Y los vecinos trabajaban para él.
—¿Y tus vecinos que decían al respecto?
—Es que mira. Él vivía al frente de un billar, allá en el barrio de la Candelaria. Muchas veces llegaban camionetas con hombres armados hasta los dientes y vestidos con camuflado. Entraban al bar y armaban fiestas.
Me dice mientras se quita el esmalte de una uña.
—Él era bien. Fue celador allá. Luego se perdió como tres años y volvió con los hermanos y los primos, todos ‘paracos’. Él reclutaba a mucha gente allá y los hermanos se llevaron a muchos muchachos del barrio. Él mandaba al norte del Cesar y en Montería. Luego mi hermana me contó que el CTI le cayó y estuvo preso en la cárcel Modelo. Hace como 3 años volvió a la Candelaria.
—¿Y cuánto tiempo duró tu hijo allá?
—La primera vez 15 días.
—¿Y se lo volvieron a llevar?
—Sí, en enero. Regresé de trabajar y encontré a mi hermana llorando en el cuarto. Me dijo que a mi hijo se lo había llevado un tipo y que, si no se iba con él, nos mataban a todos. Junto con mi hijo se llevaron a tres pelaos más del barrio.
Lucy se quita las gafas y se frota los ojos con el meñique.
El reclutamiento de menores de edad por parte de alias ‘Salomón’, llegó con el fenómeno paramilitar, que se instaló en el Cesar definitivamente en el año 1996, cuando los hermanos Fidel y Carlos Castaño Gil y el jefe del bloque Catatumbo, Salvatore Mancuso, enviaron hombres armados en las sabanas del Iriguaní, al norte del departamento en la frontera con el Magdalena, con el consentimiento de empresarios, políticos y hacendados vallenatos. Allí enrolaron a muchos hombres en su mayoría campesinos.
El artículo de Verdad Abierta ‘Paras contaron cómo se crearon las autodefensas del sur del Cesar’, relata cómo los máximos jefes, que permitieron el crecimiento de las autodefensas en el Cesar fueron el hacendado Rodrigo Tovar Pupo, que luego se convertiría en el máximo jefe paramilitar de la región, con el alias de “Jorge 40”; Jorge Gnecco, empresario, narcotraficante y un inteligente político; y Jugues Manuel Rodríguez, el cual poseía el mayor número de hectáreas en el departamento y fue hombre clave para la financiación de los grupos de autodefensa.
—Lucy, ¿tú recibías noticias de tu hijo?
—A veces. En enero un muchacho llegó a mi casa vendiendo enciclopedias. Confié en él, lo atendí y lo dejé entrar a mi casa. Me habló sobre las enciclopedias y yo como tenía hijos pequeños, pues me servían. Pero él tenía que ir a recogerlas para traérmelas. Me pidió unos datos personales, yo se los di, se fue, pero nunca volvió. Mucho tiempo después, me enteré que era paramilitar y amenazaba a mi hijo para que no se volara porque me conocía. Le decía “oye yo conocí a tu mamá y es una mujer joven”.
Más de 300 menores fueron reclutados en el departamento del Cesar por paramilitares. Los niños eran puestos en primera fila de combate, eran la carne de cañón, según reporta el portal Verdad Abierta. (Foto: Diego Quijano)
El hijo de Lucy no fue el único menor de edad reclutado a la fuerza por los paramilitares. En la audiencia de Justicia y Paz en el 2005, Salvatore Mancuso aceptó el reclutamiento de menores por parte de los bloques bajo sus órdenes. Entre ellos, el bloque Norte, al mando de Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’. Mancuso relató a la Fiscalía 49 que los paramilitares se aprovecharon de las condiciones sociales y educativas de los niños en el departamento del Cesar. Los niños, vivían en fincas o en zonas rurales, donde llegaban integrantes de las AUC en camiones y se llevaban entre 5 a 25 de una sola vez. Según el portal Verdad Abierta, entre el 2001 y el 2006, el Bloque Norte reclutó forzosamente a más de 400 menores de edad.
—¿Sabías dónde estaba tu hijo en esos momentos?
—Sí claro, él se la pasaba entre La Mesa, Santa Marta y la Guajira.. Las personas conocidas del barrio fueron los que se llevaron a mi hijo. El esposo de una vecina era paramilitar. Él me mandaba un papelito con lo que mi hijo necesitaba, entonces yo le mandaba ropa y comida con ese señor. Me decían que él estaba cumpliendo con los tres meses de enteramiento militar y que si volvía nos mataban a todos. Solo me decían que si él volvía nos mataban a todos.
Yo era flaquita, no dormía ni comía; pensaba que en cualquier momento iban a matar a mi hijo.
Lucy cubre su rostro con las manos y llora. Hubo un silencio de casi un minuto.
Ya recompuesta se pone las gafas de nuevo. Durante un rato dejamos el tema a un lado. Me contó sobre su hijo mayor, que estaba en Valledupar trabajando. Me contó del trabajo de su hija, de su primer esposo y del segundo, también desplazado por los paramilitares.
La pobreza que ocasionó la crisis de algodón y ganadera en los años 80’s, obligó a muchos campesinos a unirse a guerrillas como el ELN, el EPL y las FARC. (Foto: Diego Quijano)
Mi hijo se voló
—¿Cuándo llegaste a Bogotá?
—En Julio del 2002 Llegué a la casa de mi otra hermana. Yo estaba desesperada en Valledupar. Primero mandé a mis otros hijos para Bogotá. Luego llegué con mi esposo a una piecita que nos arrendó una señora conocida de mi mamá. Mi hermana me consiguió trabajo en un batallón como interna. Yo me quería devolver, ¿sabes? Mi esposo era albañil y no teníamos plata para nada. No podía dejar de pensar en mi hijo.
—¿Y qué pasó con tu hijo?
—Él llegó después Me contó que el 20 de septiembre hubo un enfrentamiento entre paramilitares y la guerrilla, cerca de Santa Marta, y ahí mataron a un compañero. Unos días después del enfrentamiento, al hijo mío le dieron unos nacidos y le dieron permiso para irse a un hospital en Santa Marta. Le dieron 3 días de incapacidad y aprovechó para irse a Valledupar. Ahí, mi hermana le dijo que se fuera para Bogotá y el 24 de septiembre llegó.
Yo no lo recibí, fue mi mamá en el terminal del Salitre. Tuve que esperar tres días más para verlo. Cuando llegué al apartamento y ahí estaba él con mi mamá. Lo abracé, lo besé y él también se puso muy contento porque sabía que ya no corría peligro.
Lucy vuelve a quitarse las gafas y se limpia los ojos.
—¿Y entró al colegio?
—No, empezó a estudiar floricultura en el SENA. Al principio era respondón y abusivo. Pero luego se le pasó.
—¿Y volvieron los paramilitares a tu casa?
—Sí. Yo dejé una muchacha allá en mi casa en Valledupar. En diciembre del 2002 unos hombres fueron a preguntar por mí y por mi hijo. Le dijeron que se tenía que presentar otra vez allá.
—¿Has ido a la unidad de víctimas?
—Sí. Y me han ayudado, pero no con todo lo que prometieron. Cuando yo denuncié mi desplazamiento, me dijeron que me iban a dar una plata, pero no me la han dado completa. Ahorita me dicen que no hay plata por el proceso de paz con la guerrilla. Y de la casa, nada. Que ellos me llaman. Imagínate, hace cinco años que denuncié eso y nada.
Cada vez que Lucy traspasa el portón de mi casa, comienza con sus chistes jocosos.
En la mañana, saluda todos con un “buenos días”. Conmigo, el saludo es más largo—Hola Diego, ¿cómo estás? ¿Ya te vas para la U?
— Lucy, para ti ¿Qué significa ser desplazada?
— La gente piensa que los desplazados somos unos limosneros, gente que pide plata y no hace nada por su vida. A los desplazados nos amenazaron y hasta perdimos seres queridos. Yo sé que hay gente en la calle diciendo que son desplazadas, pero no lo son. Los verdaderos desplazados llegamos muy necesitados, pero a trabajar, a empezar de cero, porque lo hemos perdido absolutamente todo.
— ¿Perdonarías a los guerrilleros que mataron a tu tío y desplazaron a tu papá, a los paramilitares que mataron a tu hermano y a los que se llevaron a tu hijo?
— Sí, yo los perdono. Para qué vivir con rencor. Yo sé bien que las personas que hacen eso, son obligados por sus jefes, porque ellos son soldados rasos. Saben que, si no lo hacen, también los matan a ellos. Es mejor vivir así, tranquilo, tener fe y seguir adelante.