EDITORIAL: Como lo denunció la periodista Laura Ardila este domingo en El Espectador, Planeta Colombia decidió a último momento no publicar su libro, en un claro acto de censura previa que termina favoreciendo al clan político más poderoso de Colombia.
***
No es que se tratara de un proyecto en ciernes. El libro ‘La Costa Nostra’, de la periodista Laura Ardila, estaba listo para impresión. La historia no oficial de los Char, esa a la que la autora le había dedicado los dos últimos años de su vida, pasó por todas las etapas del proceso editorial: firma del contrato, entrega de manuscrito, edición, corrección de estilo, revisión jurídica y diseño.
Sin embargo, como lo relató este domingo Ardila en El Espectador, la editorial Planeta Colombia decidió frenar y descartar el proyecto a último momento, aún cuando jamás hubo reparos en medio del arduo proceso de elaboración del libro. La abogada Ana Bejarano, de la fundación El Veinte, había emitido un concepto favorable para que el texto se publicara. A su juicio, la investigación de Ardila cumplía con todos los estándares periodísticos.
La censura previa casi siempre viene envuelta en el fino papel de las buenas maneras y la cortesía. Y este no fue un caso distinto. El 4 de julio pasado, Mariana Marczuk, directora de Planeta para la región Andina, citó a Ardila a una reunión inesperada en el edificio de la editorial, en el norte de Bogotá, para decirle que su libro era “una joya del periodismo de investigación”, pero que se abstendrían de publicarlo.
Marczuk argumentó que no asumirían el riesgo legal de una eventual demanda por daños morales. Dijo además, como lo cuenta Ardila en su texto de El Espectador, que la decisión vino desde España. La censura previa también es sofisticada y llega rociada de suaves palabras: “tu libro es una investigación periodística impecable”, le dijo Marczuk a Ardila antes de despedirla.
Pese al trato comedido de Marczuk hacia Ardila en la breve reunión, es necesario decir que a los periodistas no nos han sido dadas las cualidades de la ingenuidad y la candidez. La no publicación del libro en esa instancia y bajo ese argumento es una censura no sólo al trabajo investigativo de Ardila, sino al de todos nosotros.
Con ‘nosotros’ hablo de los ciudadanos. Muchos olvidan que el periodismo es un servicio social, y que cuando censuran un texto que busca mostrar el lado de las cosas que los poderosos quieren mantener oculto, quien pierde finalmente es el destinatario del mensaje. Es al lector a quien cercenan la posibilidad de saber lo que no le cuenta el medio de comunicación que compró un empresario. Esa es la razón por la cual los millonarios adquieren revistas: para evitarse la incomodidad de que un periodista independiente escarbe en sus negocios y en sus movidas en la política.
Para su libro, Ardila dedicó dos años a investigar al clan Char, esos mismos que han gobernado y mandado en la Costa durante décadas: desde allí ponen congresistas, alcaldes, gobernadores y ministros, como Karen Abudinen, en cuyo paso por el MinTic —en el gobierno de Iván Duque— se adjudicó un contrato para poner internet en las zonas rurales de Colombia y que terminó en el robo de al menos 70 mil millones de pesos. Los Char son dueños de un grupo empresarial que tiene entre sus filiales a Supertiendas y Droguerías Olímpica, al banco Serfinanza, al Junior de Barranquilla, a la Organización Radial Olímpica, a Los Caimanes de Barranquilla y a Sonovista Publicidad, entre muchas otras razones sociales. Ardila ha sacrificado su propia seguridad personal por investigar durante años a políticos, empresarios y contratistas en esa zona del país. Con la censura al libro, la periodista quedó más expuesta a las agresiones e intimidaciones que ya venía sufriendo a lo largo de los últimos años.
Cualquiera diría que la razón que dio Planeta Colombia para no publicar el texto refleja la cobardía de una de las editoriales más grandes de Hispanoamérica ante un grupo empresarial multimillonario que domina la política local y que no descansará hasta copar la nacional. Y puede ser. Pero hay mucho más que eso. La censura del libro deja en evidencia la forma en que funciona la trastienda del poder en Colombia.
Los Char saben de intimidaciones sutiles a la prensa. En diciembre de 2020, en Vorágine publicamos un artículo en el que contábamos cómo este grupo empresarial y político había intentado censurar un trabajo de la periodista María Jimena Duzán llamado ‘Mafialand’, que se publicaría en la revista Semana. Sin conocer el contenido de la publicación, los Char enviaron a los dueños de la revista una carta en la que amenazaron con tomar “acciones pertinentes” si se hacía alusión a ellos al lado de grupos delincuenciales. ‘Mafialand’ no alcanzó a ver la luz pues Duzán renunció cuando Gabriel Gilinski tomó el control accionario de la revista: por esos días se fueron también Ricardo Calderón, Antonio Caballero (q.e.p.d), Vladdo, Rodrigo Pardo y Alejandro Santos, entre muchos otros.
John Milton, en la obra Areopagítica (del año 1644), denunciaba que la censura es un invento que nació con el catolicismo en la Inquisición. El texto de Milton es interesante porque cuestiona con dureza el hecho de que los dictámenes a los libros se hicieran antes de publicados. Como el caso ‘La Costa Nostra’.
Una investigación periodística debe pasar por unos filtros de rigurosidad que están a cargo de su propio autor, un editor, un abogado y, en ocasiones, un verificador de datos. Eso garantiza que cada línea del trabajo cumpla con el mandato superior de la veracidad. Lo que no impide, sin embargo, que una vez publicada surjan controversias e incluso no pocas veces el acoso judicial. Con eso cargamos muchos periodistas. En cualquier caso, si se cumplen las etapas de la verificación a lo largo de la investigación no hay razón para que el producto final sea vetado. Los juicios a los libros deben venir después de publicados, no antes. Porque entonces la editorial se convierte en ese cura que en el siglo XII tachaba o tiraba a la basura páginas, antes de que el lector tuviera la obra en sus manos. Lo que hizo Planeta Colombia con ‘La Costa Nostra’ viola la libertad de expresión.
La no publicación del libro de Ardila finalmente termina por congraciar a los señores de cuello blanco que tienen siempre cómo pagar por silencios. Si esta fuera una investigación sobre un político cuestionado, pero despojado de apellidos y un emporio, otra sería la historia: las rotativas estarían encendidas imprimiendo la novedad editorial de las próximas ferias del libro. Pero estamos hablando de los Char: la gente de las formas sutiles, la cortesía y los bolsillos llenos de plata.