Pareciera que los años dorados del melodrama televisivo han pasado y ha perdido su encanto. Las nuevas generaciones encuentran mayor interés en otro tipo de historias que los expertos llaman Narrativas Transmedia. Estas nuevas tendencias de consumo invitan a preguntarse si será posible salvar la telenovela o si su destino es la desaparición.
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La telenovela colombiana es tan antigua como la misma televisión nacional, aunque la primera se realizó en 1963, es decir, nueve años después de la primera transmisión televisiva, antes ya se habían dado pasos iniciales en su desarrollo con las adaptaciones de obras teatrales que se llamaron teleteatros. El género venía de tener éxito en Cuba, México y Venezuela. Inicialmente fue en vivo y se emitía dos o tres veces por semana. Luego llegaron versiones de las historias románticas radiales a la pantalla. De ahí que se dice que la telenovela es hija de la radionovela y del cine mexicano. Este último, por aquella época tenía gran aceptación y versaba mayoritariamente sobre relatos de amor y desamor llevados al extremo y en tono de mariachi o música azteca. También tiene su parentesco con el llamado folletín o novela impresa por entregas de carácter romántico, nacido en Francia y popularizado en América.
En Colombia, la primera historia de amor en pantalla chica se llamó En el nombre del amor y sus protagonistas fueron Aldemar García y Raquel Ércole. Fue realizada por Producciones Punch, compañía que sobrevivió en la industria hasta el año 2000 y que desarrolló los primeros melodramas televisivos.
La televisión se emitía en vivo desde la Calle 24 con Carrera Sexta en Bogotá. Foto Archivo / EL TIEMPO
En aquella época la emisión era dos o máximo tres veces por semana, en vivo y en directo. Las condiciones permitían que la historia pudiera transcurrir en uno o máximo dos sets o lugares. Aunque En el nombre del amor tuvo acogida, realmente fue El 0597 está ocupado, realizada por la cadena Uno en 1964, que también contó con el protagónico de Raquel Ércole, la que llamó la atención de un enorme público. Se trataba de la historia de un hombre que por error marcaba el teléfono de una cárcel de mujeres y allí le contestaba una de las reclusas, comenzando así un idilio a distancia.
Luego sería RTI, programadora que desapareció en 2017 que también la apostaría al género que para la época contaba con bastante acogida en México y Venezuela con historias de escritoras como Delia Fiallo, Corín Tellado o Caridad Bravo, incluso algunas de las versiones de las telenovelas mexicanas actuales corresponden a tramas que dichas creadoras escribieron en los 60.
Volviendo a Colombia fue Una mirada imborrable, la primera apuesta de este tipo de RTI, que tuvo en su elenco a María Eugenia Dávila, Waldo Urrego y Ramiro Corzo. De ahí en adelante fueron las telenovelas las que se convirtieron en el plato fuerte de las denominadas parrillas de la Cadena Uno, la única que existía para la época.
Escuche a continuación el primer capítulo del pódcast "Muero de Amor ¡Sálvame!", que narra de manera creativa los inicios de la telenovela.
Los expertos mencionan tres etapas de la telenovela en la región. Una primera etapa, desde sus comienzos hasta 1970, denominada artesanal, se caracterizó por desarrollar producciones con bajo presupuesto, enfocadas al público local. Estas novelas eran en directo, con pocos personajes y su duración era relativamente corta.
Una segunda etapa fue la Industrial, que ocupó la década de los 70. En países como México se empezaron a realizar varias telenovelas al tiempo, y en Colombia y Venezuela ocurrió algo similar, aunque nunca con el volumen que lo hicieron los centroamericanos.
La tercera etapa ocurrió entre finales de los 80 y los 90 y la llaman la transnacionalización, donde las historias locales empezaron a interesar a otros países, el caso más exitoso fue Los ricos también lloran. En Colombia, algunas de las que empezaron la internacionalización fueron: Pero sigo siendo el Rey, Gallito Ramírez y Escalona.
Margarita Rosa de Francisco y Guy Ecker, protagonistas de Café con aroma de mujer, telenovela creada por Fernando Gaitán en 1994. Foto Archivo/El Espectador
De esta manera, Colombia pasó a ser reconocido internacionalmente por productos distintos al café. Los medios comenzaron, en la década de los 90, a mencionar que el país producía nuevos y talentosos artistas musicales, hábiles deportistas, destacados diseñadores e historias de amor inolvidables. Fue en este tiempo que Shakira se internacionalizó, así como Carlos Vives y Juanes, por mencionar algunos. Y también fue en esta época que productoras mexicanas y estadounidenses, enfocadas al público latino, comenzaron a adquirir nuestras historias, no solo para emitirlas, sino para hacer sus propias versiones. Ocurrió así con Francisco el matemático, Los tacones de Eva, En cuerpo ajeno, Las aguas mansas, Lola Calamidades, Café, Pura sangre, Hasta que la plata los separe y Yo soy Betty, la fea; entre otras. Siendo esta última la más aclamada y versionada alrededor del mundo, de ahí que figure en el Guiness Records.
A continuación, podrá disfurtar del segundo capítulo, para profundizar en los años dorados del melodrama televisivo en Colombia.
Así como las características del género le han valido millones de seguidores que han sido fieles, aun sabiendo cómo terminará la historia e incluso siendo testigos de capítulos en los que no avanza la trama, peculiaridades que les han dado la oportunidad a nuevos televidentes de empezar a seguir las telenovelas en cualquier punto del relato, también le han significado muchas críticas. Lo cierto es que este tipo de historias son fieles a sí mismas, así lo decía el desaparecido autor Fernando Gaitán: a la telenovela no le da miedo expresar sentimientos, hacer el ridículo o ser cursi.
Ana María Orozco en el detrás de cámaras de Yo soy Betty, la fea. Foto Canal RCN
El alcance de la denominada caja de oro ha cambiado en los últimos 20 años, pues el consumo de medios audiovisuales tradicionales ha disminuido. Para nadie es un secreto que la televisión y, por ende, las telenovelas, han ido perdiendo terreno frente a otras opciones de los nuevos medios. En el caso colombiano, el público fácilmente se paralizaba frente a una telenovela a tal punto que esta se volvía el tema de conversación en todas las clases sociales y circulos políticos del país.
Poco a poco, a medida que el internet empezó a cautivar, los gustos por la telenovela fueron decreciendo y así lo evidencian los números de audiencia. Desde que existe la televisión privada en Colombia (1998) esas producciones han ido perdiendo seguidores. Las más vistas logran la mitad de las cifras de antes con bastante esfuerzo. Según Rating Colombia, ninguna ha llegado a los 20 puntos y otros formatos, como los realities, las superan. Además, varias producciones han tenido que ser cortadas o sacadas del aire debido a su baja audiencia, algo que antes era impensable.
Para saber más de la decadencia de la telenovela, disfrute el tercer capítulo.
Teniendo en cuenta las diferencias entre la telenovela y la transmedia, es posible aventurarnos a pensar que una de las causas del rechazo que las nuevas generaciones están teniendo por el melodrama televisivo, tiene que ver con que la primera tiene una serie de elementos previsibles, sencillos, incluso ingenuos y limitados, que llevan al consumidor al aburrimiento y no le permiten dar rienda suelta a las necesidades que los estudiosos hallan en las generaciones millennials y centennials. Ellos son multitasking, emprendedores, creativos, curiosos, amantes de la tecnología y han hecho del mundo virtual una extensión de la vida real. Por eso, las narraciones transmedia lo sorprenden, ya que son complejas, inesperadas, permiten elaborar nuevos contenidos y satisfacen al 100% su hambre digital.
Fernando Gaitán, guionista y productor de telenovelas. Foto Colombia.com
Pareciera que si la telenovela quiere sobrevivir, debe olvidar algunas de sus máximas. María Alicia Parkerson, en 2007, cuando se desempeñaba como ejecutiva de ventas de Telemundo dijo que “La estructura misma de una telenovela es parte de la fórmula del éxito que tiene el género. La novela se programa de lunes a viernes a la misma hora lo que se crea un hábito en los espectadores y la misma estructura de cada capítulo, la manera en la que se cuenta la historia y las relaciones mismas entre los personajes tienen como resultado ese enganche”.
Pero, ya no hay espectadores fieles, solo hay usuarios hambrientos de productos transmediáticos que los conecten y que se puedan consumir a cualquier hora y a través de cualquier herramienta. Carlos Scolari, en 2013, resumió el único camino que podría quedarle al melodrama: “Debemos comenzar a pensar en transmedia. Desde el productor hasta el guionista, pasando por los investigadores y los estudiantes de comunicación, todos, debemos cambiar de sistema operativo y pasarnos al transmedia. No es moda: es una cuestión de supervivencia profesional”.
¿Se acabaron las esperanzas para la telenovela? Entérese de sus nuevas perspectivas en el cuarto capítulo.