El conflicto armado en Colombia se ha convertido en un fenómeno que es ciego a los ojos de quienes no lo viven. Se esconde en los pueblos más lejanos, donde diariamente las comunidades viven con el miedo como una de sus más grandes preocupaciones.
La vereda La Bonga, en el departamento de Bolívar, es un ejemplo claro de cómo la violencia ha dejado huella en cada uno de sus habitantes. Yeraldin Arrieta, estudiante de Comunicación Social y Periodismo, se puso en la tarea de hacer una investigación exhaustiva sobre el conflicto armado en la zona y cómo, a partir de la construcción de memoria colectiva, se pueden “visibilizar las voces y experiencias de las víctimas”.
Como menciona el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, "Basta ya Colombia: memorias de guerra y dignidad", “es el basta ya de una sociedad agobiada por su pasado pero esperanzada en su porvenir”. Yeraldin refleja que la memoria colectiva es un elemento clave para la construcción de paz sostenible y la creación de espacios de pertenencia y resiliencia.
Elizabeth Jelin, socióloga argentina y autora mencionada en la investigación de Yeraldin, comenta que la construcción de memoria colectiva es un fenómeno complejo, subjetivo y que depende de los diversos contextos. Por lo tanto, para los entrevistados de la investigación, Bernardino Pérez y Humberto Mendoza, docentes del colegio Benkos Biohó, el cinco de abril del 2001 se convirtió en un día imborrable en sus memorias y en las de muchos más: grupos paramilitares, por medio de panfletos amenazantes, hicieron que el desplazamiento fuera la única opción para preservar sus vidas y sus recuerdos, que eran las únicas cosas que podían llevar consigo.
“La comunidad perdió su hogar, su tierra, su cultura y además su forma de vida”, comenta uno de los entrevistados. Eso hizo que los habitantes buscaran refugio en el colegio Benkos Biohó, en Palenque. Fue en este espacio donde la reconstrucción social por medio de la memoria colectiva se convirtió en algo primordial.
Los docentes tuvieron la difícil tarea de crear ambientes en los que la tristeza y la huella de la violencia se convirtieran en reservas de la escucha y la superación colectiva. Es por ello que la escuela tomó la iniciativa de convertir su educación en etnoeducativa, sembrando en los estudiantes y miembros de la institución valores de recuperación de sus raíces, de su cultura y, sobre todo, de reconciliación con sí mismos.