El nuevo arte de denuncia

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Si hablamos del arte como medio de denuncia en Colombia, ¿en quién pensaría? Probablemente, en la obra de Beatriz González, con pinturas como Decoración de interiores (1981), que es una crítica al expresidente Julio César Turbay; o Los papagayos (1986), que hace una reflexión sobre la toma del Palacio de Justicia. O en Débora Arango, la artista colombiana que se atrevió a pintar desnudos cuando nadie lo hacía, y que, además, fue de las primeras en hacer del arte un medio para la crítica social y política. Seguramente, sus obras, que dejan de lado la estética y se dedican a retratar la realidad de este país, la llevaron a estar en el billete de dos mil pesos colombianos, que es poco para pagarle, de alguna manera, su contribución al arte.

Atrás quedaron los años 70, 80 y 90, los cafés en los que se reunían artistas, escritores y periodistas. Lentamente, van quedando atrás los viejos espacios para artistas de museos y galerías. Ahora, estas representaciones se toman la red y algunos medios tradicionales. Muchos nuevos artistas encontraron su nicho en las redes sociales, y su talento, explota la coyuntura nacional y resalta las diferentes caras de la sociedad colombiana.

Este es el caso de Emerson Cáceres (Cacerolo) y Luis Carlos Cifuentes, un par de artistas y amigos que decidieron apostarle, hace algunos años, al arte como una profesión. Cada uno tiene su estilo: Cacerolo, el hombre detrás de los retratos con la sonrisa del Guasón —uno de los villanos enemigos de Batman— ha pintado al senador Álvaro Uribe, al senador Gustavo Petro, al presidente Juan Manuel Santos y hasta Rodrigo Londoño, el exjefe guerrillero con el alias de Timochenko. Un estilo un poco distinto al de Luis Carlos Cifuentes, un santandereano que se ha encargado de retratar a personajes de la cultura popular y política, desde el cantante y compositor Gustavo Cerati, en una explosión de color que recrea un universo pop, pasando por Chavela Vargas y llegando al presidente Santos, pintado con mermelada. Seguramente, si usted es un fanático de las redes sociales, alguna vez se ha encontrado con alguna obra de estos personajes.

Luis Carlos Cifuentes

Se desempeñó muchos años como diseñador gráfico y fue director de arte de distintas revistas. Empezó en el diario del Otún, en Pereira, hace 20 años. Luego, llega a la revista Gatopardo como diseñador, con unas habilidades digitales que eran muy valoradas para aquella época y que lo llevan a ser el director de arte de la misma. Desde allí, su carrera como ilustrador se dispara hasta llegar a hacer ilustraciones para las revistas Soho, Maxim y Esquire. Después llega a la revista Semana y allí se queda por casi 12 años, hasta que decide dedicarse a los cuadros, las esculturas y los retratos.

Cifuentes desde pequeño ha tenido el don de artista, es autodidacta, ha aprendido distintas técnicas a través de la práctica. Confiesa que no sería profesor porque sería pésimo, pues no tiene métodos para pintar y todo lo que sabe ha sido fruto de su curiosidad, no considera que su conocimiento sea bastante amplio como para compartirlo a otros, además de tener la firme convicción de que los artistas plásticos “necesitan un camino propio”.

Retratos servidos, la exposición de Luis Carlos Cifuentes que retrató a personajes icónicos con materiales que no son propios del arte, sino de la mesa. (Imagen tomada de la página web Luis Carlos Cifuentes)



A los 12 años empezó a dibujar y era tan bueno que vendía algunos de esos dibujos. A los 18 años, a punto de entrar a la universidad, un evento de la vida le cambió los planes: la muerte de su papá lo dejó a la cabeza de su casa y tuvo que dedicarse a trabajar. Nunca quiso convertirse en diseñador, pero la llegada de los computadores a Colombia lo hicieron cambiar de parecer. En 1996 empezó a ayudar con ilustraciones en una agencia de publicidad, aprendió rápidamente los programas de diseño e ilustración del primer Macintosh, y en unos pocos meses obtuvo su primer trabajo formal como ilustrador y diagramador en el diario el Otún. Allí conoció al que, hasta el día de hoy, es su mentor, Hernán Sansone, un fotógrafo y pintor argentino que ha trabajado en distintos periódicos y revistas colombianas. Actualmente es el director de arte de Semana. Trabajaron juntos en el lanzamiento de la revista Gatopardo, que además de ser exitosa comercialmente, se convierte en “una vaina de culto literario”, dice Cifuentes.

Vivieron el boom de las publicaciones grandes de Semana en Colombia para distintos targets, revistas como Soho o Fucsia, muy vendidas con un crecimiento que los llevó hasta lo más alto. En seguida se enfrentaron a la decadencia de los medios impresos en el mundo. La falta de pauta en estos medios lleva a un recorte de presupuesto y a Luis Carlos le empiezan a reducir su equipo de trabajo. Toma la decisión de dejar los medios y retomar el camino de artista que había dejado 20 años atrás.

Es un hombre tímido, habla pausadamente cuando de política se trata, pero no le tiembla la voz para dejar clara su postura. Al entrar a su estudio lo primero que sobresale es un retrato pintado por su amigo Cacerolo, al fondo un Donald Trump dibujado en salsa picante mexicana y un Nicolás Maduro hecho con harina Pan. En la ventana tiene pegado un póster que invitaba a votar al Senado por Angélica Lozano y a la Cámara de Representantes por Juanita Goebertus. Sintoniza la emisora Blu Radio para estar informado. Es un ambiente tranquilo para su trabajo.

Discrepa del arte contemporáneo y las obras inentendibles, prefiere ser directo en los mensajes y que la gente entienda, lo más cercano posible, la intención con que él los creo. Su público objetivo son los jóvenes, que, al parecer, se interesan cada vez más por el arte, las viejas costumbres y la cultura. No tiene problema con que algunos de sus seguidores imiten su trabajo, pues piensa que “el arte se construye con el arte”, y si esa es su contribución para que las nuevas generaciones lo hagan, pues todo está bien.

Gustavo Cerati es el preferido para Cifuentes. Todo lo expresa en su retrato. (Imagen tomada de la página de Instagram de Luis Carlos Cifuentes)



Su primera exposición enfocada hacía la crítica fue Retratos Hablados, en la que también colaboró Cacerolo, y que tomaba los formatos que utiliza la policía para buscar a los criminales, de los que no hay registro fotográfico, construyendo un retrato basado en los descripciones  de los testigos, para hacer una denuncia sobre los asesinatos en los que hubo participación de agentes de la fuerza pública y como un medio que cuestiona hasta dónde puede llegar el uso de la fuerza y las armas del Estado.

Las redes sociales han sido su galería, quiso dejar de lado los curadores, museos y medios tradicionales para que su obra fuera menos excluyente y su mensaje llegara a más personas. Cifuentes sabe poner justo el dedo en la llaga, y a través del arte, dice las cosas que muy pocos se atreven a decir. Está acostumbrado a la crítica, pues sabe que es algo que puede llegar por montones a través de Facebook, Twitter o Instagram, más cuando se está en un país lleno de fanatismos y pasiones. Aclara que no todos las críticas son iguales, no es lo mismo retratar a Diomedes Díaz con talco, criticando su vida llena de excesos y de aspectos censurables, que hacer una sátira política en el que los comentarios de los fanáticos de Diomedes pueden llegar a ser una bobada al lado de los de algunos uribistas o petristas.

Al contrario de los artistas que prefieren quedarse al margen de la política, Luis Carlos se moja en estos temas. Sin embargo, aclara que un artista no puede instrumentalizarse en política ni ser reaccionario en estos temas, está bien tener una posición, pero no tomar partido de eso. Se declara como una persona de centro, que está cansada de la polarización en la que estamos envueltos y que encontraba en Sergio Fajardo la solución a muchos problemas.

Ha perdido casi todas sus batallas políticas, Mockus y el plebiscito son los ejemplos más claros. Solo ha ganado una, la del segundo período presidencial de Juan Manuel Santos para respaldar la búsqueda de un proceso de paz. También sabe reconocer sus errores políticos, y confiesa que está arrepentido de haber promovido y votado por la segunda alcaldía de Enrique Peñalosa, pues a su parecer, “la ciudad se le salió de las manos, de pronto porque la Bogotá que gobernó hace unos años no es la misma de hoy. Además, no tiene la voluntad política para hacer las cosas que dijo en campaña que iba a hacer”.

Luis Carlos cree que el arte se puede convertir en una herramienta para que la gente haga de lado sus pasiones y fanatismos, empiece a ver las cosas más amplias y empiecen a entender cosas básicas como la función del Estado o el Congreso.

Sara y Emerson se conocieron en la universidad Jorge Tadeo Lozano, llevan 18 años de casados contra todos los pronósticos. (Foto: Alejandro Mayorga)

Cacerolo

Emerson Cáceres es un publicista de profesión y un artista por vocación. Es un bogotano que se acerca a los 40 años, aunque no lo parezca, que después de trabajar muchos años en la empresa familiar, dejó todo para dedicarse al arte. Hace 3 o 4 años su esposa Sara tuvo que viajar un par de meses por trabajo, así que Emerson no encontró otra distracción que la pintura, el dibujo, los retratos y las paletas. Aunque siempre había tenido esa inquietud por el arte, muchos creen que su madre tuvo una incidencia directa en su pasión, pues por ser artista plástica, creció rodeado de carboncillos, óleos y otros materiales.

Su estudio está ubicado a las afueras de Bogotá, es un ambiente amplio y tranquilo en el que vive y trabaja junto con su esposa Sara y sus cuatro perros: Juana y Elefante, un par de pastores alemanes amistosos y juguetones; Rocky, un perro de raza pequeña que, por un milagro de la vida, apareció en el camino de Cacerolo cuando estaba a punto de morir. Allí fue acogido en casa, y con amor y medicamentos, dejó atrás los maltratos que había sufrido. Y Macarena, la niña consentida del hogar. En principio era de la hermana de Emerson, que, por cuestiones de trabajo, tuvo que viajar y la dejó al cuidado de su hermano y su cuñada, que se enamoraron al instante de ‘Maca’, como le dicen cariñosamente.

Su trabajo se enfoca en los retratos, aunque su mamá le aconsejó que hiciera otra cosa, pues si algo era difícil, precisamente, era pintar a algún personaje y que este quedara tan cercano a la realidad que la gente pudiera reconocerlo. Pero fue su terquedad y su talento, lo que le permitió hacer retratos en un cuadro o en cualquier pared de la ciudad. Velázquez y Rembrandt le dieron las herramientas para crear retratos distintos en los que se contara algo más allá de la persona. Los creadores de comics y su infancia dibujando e intercambiando historietas con sus amigos del colegio, le permitieron encontrar su sello personal en cada retrato: la sonrisa roja del Guasón.

Su primer retrato, y uno de sus favoritos, fue Salvador Dalí, al que no encontraba la manera de ponerle algo que mostrara ese lado oculto y perverso que todos los humanos tenemos. Lo encontró en la sonrisa roja, que no solo quería mostrar eso, sino ser una invitación para quienes vean su obra más allá de la personalidad, de investigar, de preguntarse quién es esa persona y qué ha hecho. Desde allí, todos sus retratos, unos más marcados que otros, llevan la sonrisa del Guasón. Confiesa que a los personajes que más admira y mejor le caen les dibuja más leve la sonrisa, no les pone un rojo tan intenso; en cambio, a los que considera más malévolos, les hace una sonrisa muy marcada con un rojo que resalta y atrae la atención de cualquiera.

El espacio donde la magia sucede: todos los días Cacerolo entra a su estudio como si entrara a una oficina. (Foto: Alejandro Mayorga)



Decidió llevar su obra más allá de los cuadros y empezó a pintar grafitis en una pared cercana a la casa de su papá en la Av. Suba de Bogotá. La calle, al parecer, es un escenario más poderoso para trasmitir un mensaje, le permite acercarse más a la gente y, precisamente, es esa interacción la que lo lleva a salir de la comodidad de su estudio. Sus grafitis y murales están hechos para inquietar, siempre son basados en temas coyunturales y políticos que buscan que la gente haga memoria y sea menos apática a la política, quiere que de alguna manera sus grafitis sean una invitación para que las personas tengan una conciencia política y decidan cumplir su deber como ciudadanos y, por lo menos, salgan a las urnas.

Pintando en las calles le ha pasado de todo y se ha encontrado con todo tipo de personajes, desde la señora amable que le lleva un jugo con pan, el señor que pasa en el carro, lo saluda y lo felicita, los universitarios que pasan a tomar fotos, pero también están los que creen que su arte “ensucia o daña” la imagen de la ciudad. Siempre se encuentra con algún espontaneo ciudadano que se involucra con la obra y le da sugerencias, pintarles cachos y colas a los personajes son varias de ellas.

Como todo artista que pinta en la calle sabe que está sometido a que un trabajo de  varios días puede ser sujeto de la censura de alguna persona que no esté de acuerdo. Pintó a Uribe y lo tacharon, pintó a Petro y sucedió lo mismo. Recientemente retrató a Timochenko y la tendencia fue la misma. “Yo prefiero que los tachen, que cojan un muro a piedra y lo rayen, lo escupan y le tiren huevos. Eso es mejor a que lo hagan contra la persona”, dice Cacerolo. Pues si sus grafitis pueden servir como canalizadores de la ira e indignación de las personas, puede entender que los tachen.

Está convencido que hay algo más que derecha o izquierda, no es necesario ser de un bando u otro, y por eso sus colores predilectos para pintar son los grises, porque quiere que la gente entienda que no es necesario estar en los extremos, que entre el blanco y el negro hay tantos colores y matices que no hay necesidad de polarizarse.

Los murales de Cacerolo sí saben de censura. (Imagen tomada de la página de Instagram de Cacerolo)

El primer mural que pintó retrataba al senador Álvaro Uribe y al presidente Santos con un momo en la mitad, allí escribió: “Paz con justicia social”. Cacerolo quería retratar la polarización del momento: por un lado, un presidente que trata de sacar adelante un proceso de paz con la guerrilla más antigua del continente, y por el otro, un expresidente que trataba de satanizarlo y evitarlo a toda costa. El mico fue pintado por un amigo de Emerson que es artista urbano, y que retrata, según le contó, al pueblo colombiano. Y aunque Cacerolo cree que el arte no debe tener interlocutores y debería estar a la libre interpretación de cada persona, hay ocasiones en las que una argumentación puede ser válida.

En cuestiones políticas se define como “un poquito izquierdoso”, pero que, por el momento especial por el que atravesamos como país, le parece que la mejor opción es ser de centro.

Después de tantos murales, cuadros y retratos, Emerson seguirá pintando sus Dalí y sus Frida Khalo, las favoritas de su esposa Sara, sin dejar de lado su labor social, sus mensajes dicientes y su convicción por el arte como contribución a una sociedad más justa.

 

Luis Carlos y Cacerolo se entienden hasta en el lienzo, uno es zurdo y el otro diestro, cada uno tiene su lado. (Imagen tomada de la página de Instagram de Cacerolo)



Las amistades que da el arte

Cifuentes y Cacerolo se hicieron amigos por las redes sociales, cada uno admira el trabajo del otro. Ambos reconocen que el ego dificulta encontrar amistades entrañables en el mundo artístico, sin embargo, ellos nunca han sentido esa rivalidad. Han colaborado en exposiciones como Retratos hablados o Me acabo de enterar, que se centraba en la crítica y la sátira a la corrupción, abordada desde personajes políticos nacionales.

En esta exposición trataron de abordar toda la política colombiana y decirle a la gente que la corrupción no tiene sectores políticos, ni es cuestión de ideologías, es un problema que nos incumbe a todos, que no hay que seguir normalizándola, como la mermelada o la mentalidad de que el vivo vive del bobo.

Han colaborado en campañas como la del plebiscito, haciendo un mural que invitaba a votar por el sí y darle oportunidad a la paz. Estos dos artistas y amigos, con estilos un tanto diferentes, hacen parte de la nueva ola que quiere hacer arte desde la crítica social sin dejar de lado la estética, las técnicas, los métodos y sus propias convicciones para apostar por una mejor Colombia.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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