Del plato a la calle, así es la tragedia del arroz

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El Huila y la tradición del arroz

José Gildardo Trujillo se levanta muy temprano, más exactamente a las seis de la mañana, se pone sus pantalones de dril gruesos, sus botas de caucho negras, una camisa de manga larga de algodón, blanca y gruesa para evitar los rayos del Sol y seguramente a los zancudos. Al final se amarra una pañoleta al cuello. Saca de su closet un sombrero grande triangular de guadua con una pequeña manta que cuelga en la parte de atrás, de esos que usan los campesinos en Asia, al otro lado del mundo, específicamente en Vietnam, de esos mismos que se ve en la icónica película dirigida por Oliver Stone y protagonizada por Tommy Lee, “Del Cielo a la Tierra” de 1993. Le da un beso en la frente a su hijo mayor Jerónimo de 17 años y termina de tomarse un caldo de costilla. Saca su camioneta Nissan Navara con platón y sale en camino a los arrozales de Llano Grande, a 5 kilómetros del municipio de Campoalegre, en el departamento del Huila, al sur del país. Tierras de grandes arrozales que han guardado historia de su población por más de dos siglos. 


Rastrillo, máquina que cumple la función del arado para el sembrado del arroz. Fotografía de Paula González.


El Huila se caracteriza por tener clima cálido, por encima de los 25 grados centígrados. Por ser la tierra del tradicional baile del Sanjuanero y las Fiestas del Bambuco. Allí se corona cada año a una mujer representante de un departamento que copie los pasos exactos del baile. Grandes desfiles, trovas y rajaleñas que recitan las canciones del dúo musical de Silva y Villalba, y escritas por el maestro Jorge Villamil.

Más hacia al sur, luego de pasar por su capital, Neiva, se asoman los primeros arrozales de la región, esos que son famosos por los diferentes verdes que va desde el más oscuro hasta uno vibrante y fluorescente, por tener el grano tan grande y puro que es considerado el mejor de Colombia. No es en vano que en este lugar se instalen los molinos más grandes del país, como lo son el Molino FlorHuila S.A, Arroz Diana S.A y Molinos Roa S.A.

Al llegar al municipio de Campoalegre, luego de pasar por la capital, se ven los grandes campos de arroz, maíz y algodón. Es ahí donde José Gildardo ha vivido toda su vida, donde su abuelo y su padre le enseñaron el arte de sembrar el arroz y distribuirlo. Como José hay miles de arroceros que por medio de tradiciones de años y siglos atrás han posicionado el arroz de la región como uno de los mejores del país. 

Para José, sembrar es todo un arte. En primer lugar, se debe preparar y arar la tierra para que quede pareja. Para eso se utiliza un tractor de rastra, pero en algunas ocasiones, si la tierra está muy maltratada o tiene residuos de plaga o “mechudo”, que es la planta que no se encuentra en buenas condiciones; es necesario hacer una quema para evitar que la siembra que viene se dañe.

José Gildardo Trujillo, arrocero de tradición y amante de las tierras campoalegrunas. Fotografía de Paula González.


Luego de dejar la tierra uno o dos días nivelada, sigue la “caballoneada”, que consiste en dejar la semilla. Existen varias formas de hacer el riego, por voleo, a mano o con máquina. “Aquí nosotros sembrábamos a la forma antigua, como nos enseñaron nuestros padres y abuelos, con la mano y voleo es más efectivo”, cuenta José. Aunque con el cambio del tiempo y a causa de la transformación de la industria, han tenido que recurrir a formas diferentes para sembrar, allí aparecen entonces las máquinas y la tecnificación de los procesos.  

Después de dejar sembrada la tierra a lo largo del crecimiento de la planta, es necesario hacer por lo menos cinco abonadas al campo para que el grano de arroz crezca fortalecido. Una cosecha puede durar hasta seis meses en dar bonanza, explica José. Además, se debe contar con la ayuda de una máquina o arroceros con machetes que empiecen a cortar la maleza y una o dos fumigadas en toda la producción para evitar las plagas y que el arroz se desarrolle sin problema alguno.

Tras recorrer un camino de media hora lleno de barro y huecos, entre árboles y montañas, José llega a uno de sus cultivos con su socio arrocero y fiel amigo Jesús Antonio Barreiro, mejor conocido en el pueblo como Toñito, y también con otros trabajadores listos para empezar a cortar su producción semestral que desde octubre del año 2016 han venido cuidando y trabajando. Entre risas y un ambiente amigable, José le dice a uno de sus trabajadores: “Venga chino, si termina antes de las cuatro le gasto una pola donde Alonso”. Alonso es el nombre de una tienda en donde los arroceros acostumbran terminar su jornada con cerveza y el aguardiente típico de la región, el Doble Anís. 

Luego de esta motivación, se sumergen entre las largas ramas del arroz y se pierden a unos pocos metros. Después de casi siete horas de cortar y recoger el arroz llega el camión que transportará los bultos recolectados y los llevará al molino Diana. José y Toñito deben esperar dos días para que el cheque con su pago llegue.

Jesús hace una advertencia: “Cortamos 860 bultos de 12 hectáreas- dice mientras se quita su sombrero, se toca la frente y se seca el sudor-, teníamos que haber cortado mínimo 1.200, para no perder y recuperar la plata de la producción, ahora quedamos debiendo”. Problemas como este son solo algunos de los que están presentando muchos arroceros, que al igual que José, se encuentran protestando por los precios tan bajos de su producto en el mercado.

 “Llano bonito donde todo es libertad, ya Campoalegre se ve a lo lejos tan colonial”. Fragmento de la canción Llano Grande del compositor huilense Jorge Villamil. Fotografía de Paula González.

El monopolio de los molinos: El gran problema para los arroceros 

En el momento en que José Gildardo recuerda la situación que viven actualmente con los molinos, sus ojos demuestran la rabia y desilusión, pues por más de ocho años han sido los que han manejado todo el negocio arrocero, no solo en la región del Huila sino en todo el país. Y aunque se ha dicho un poco más o un poco menos sobre el monopolio y que estos han querido beneficiarse económicamente y explotar al arrocero, hasta el momento no han querido aclarar esta situación.

Al principio fue el molino Flor Huila quien manejaba la economía en la región. “Ellos eran los únicos que nos compraban y pagaban de contado, asegura José, usted iba y dejaba el arroz y el cheque llegaba en dos días con su pago”. Aunque en ese entonces existía otro molino local llamado San Isidro, que a pesar de tener buenos precios no era tan rentable como el de FlorHuila, su pago podría tardar hasta 2 meses y según explica José era muy demorado, pues había que pagar los insumos y demás gastos que deja la producción y no hay tiempo para esperar el cheque.

Luego llegó el molino de arroz Diana y en el momento en que llegó, no paró ese monopolio, al contrario, inició una competencia entre los dos por el que más comprara y vendiera. Con la llegada de este molino, José y los demás arroceros pudieron tener más opciones a la hora de vender su cosecha, pues podían entregar sus bultos sin que les descontaran de sus ganancias. Esto porque los molinos tienen como procedimiento, primero, recibir los bultos de arroz y luego hacerles una prueba de sanidad para saber el estado en el que están, y posteriormente por cada impureza que estos encuentren, van descontando del pago que va para el arrocero. El problema no radica en hacer las pruebas, sino en que los arroceros denuncian que se aprovechan de esas pruebas para sacar más daños y así pagarles menos por toda la producción que ellos realizaron.


Momento en el que un tractor prepara la tierra para el sembrado del arroz. Fotografía de Paula González.


Los arroceros protestan y reclaman que son los molinos los que tienen gran autoridad sobre ellos, ya que son estos los que deciden el precio de venta del arroz. Producto de la importación de otros países como Ecuador, Estados Unidos, Perú, entre otros, la venta del arroz nacional es cada vez más baja, siendo más difícil poder sobrevivir y suplir las necesidades de los trabajadores. Lo que buscan, es comprar a un precio mucho más económico el arroz de la región, para mezclarlo con los arroces que traen de los otros países, es por esto que en los medios de comunicación por estos días, época de paro y protestas de los arroceros, salen noticias de que el arroz que consumen los colombianos no es enteramente producido en territorio nacional.  

Los arroceros han tenido varias oportunidades en las cuales han presionado para que se pueda exportar, pero ante la falta de apoyo de los molinos y el alto precio de los insumos para tratar el arroz, cada vez se agotan más las oportunidades y se hace más cercana la posible extinción del sector arrocero. “Sinceramente, así como vamos, vamos directo a la horca, al desastre”, sentencia José.

Niveladora, máquina utilizada para emparejar la tierra y que no tenga desniveles a la hora de hacer la caballoneada y sembrar. Fotografía de Paula González.


Para Toñito, socio y amigo de José, la situación económica por la que están pasando es muy preocupante, sin contar con el clima y las constantes avalanchas que han hecho que se pierdan los arrozales y las condiciones de vida sean más difíciles. “El problema es que nadie nos responde por si se nos dañan los cultivo, a los molinos lo único que les importa es que haya arroz y poder comprarlo”, y como sin el arroz solo puede durar en los costales máximo tres días o de lo contario se pierde, los arroceros no tienen otra opción. Para José y los demás trabajadores de la región la única salvación en este momento es que sigan en oposición y haciendo presión para que los molinos les respeten su trabajo y sus ganancias respectivas por llevarles un arroz de mucha calidad.

Un alivio en este momento para estas personas es que el Consejo de Estado sancionó a estos molinos por haber incurrido en prácticas restrictivas de la libre competencia económica, de cartelización en el mercado de adquisición en el año 2014, por lo que tendrán que pagar una suma de dos mil cuatrocientos sesenta y un millones de pesos, además de una vigilancia permanente por parte de las autoridades, sin embargo, varios arroceros de la región como Gonzalo Barreiro aseguran que esto no cambiará mucho la situación que se está viviendo. “Los molinos siempre van a buscar la forma de salirse con la suya, y esa plata fácilmente la consiguen a cuesta de nosotros y con nuestro trabajo”, dice.

En este momento la carga de arroz está en ciento cuarenta y dos mil pesos, que escasamente sirve para pagar los insumos requeridos para la producción como los son los pesticidas y las semillas, dejando una ganancia mínima para cubrir las necesidades básicas de alimentación y vivienda. “Nosotros aquí trabajamos a pulso, uno se dedica a lo que toda la vida aprendió, pero sinceramente en estos momentos uno tiene que estar cortando 100 bultos por hectárea mínimo para poder sostenerse, sino está perdiendo”, asegura José.


La infinita pelea con el Gobierno 

El 10 de abril del 2014 los arroceros del Huila, Tolima y Meta se unieron para hacer el paro arrocero más polémico de los últimos tiempos, según lo calificó el propio Ministerio de Agricultura. Los agricultores estaban cansados por las importaciones con el TLC, el contrabando y el monopolio de los molinos. José hizo parte de este paro cuyo objetivo era reclamar un pago justo y más garantías para su trabajo, además de un control en el precio del arroz por parte del Gobierno Nacional para evitar la entrada ilegal de arroz proveniente de Ecuador, que es comprado por los molinos a un precio más barato.

José recuerda esos días con enojo y frustración, pues el Gobierno y el ministerio de Agricultura, encabezado en ese entonces por Rubén Darío Lizarralde, prometieron cambiar y restringir los parámetros con el tratado de libre Comercio y controlar el precio del arroz y de los insumos, pero todo se quedó en palabras. “El Gobierno sí puso atención en ese momento cuando se vieron afectados por el paro. Dijeron que nos iban a mejorar las condiciones de vida, pero al contrario nos terminaron de hundir y desaparecieron”. Así expresa José su disgusto por las falsas promesas que le dieron a él y a todos los afectados; por un lado, el TLC no paró y miles de toneladas de arroz provenientes de Estados Unidos, Tailandia, Ecuador y Perú siguieron llegando, los insumos no bajaron y por el contrario siguieron subiendo con el incremento del 19% del IVA, y siguen sin tener un subsidio para costear las cosechas. Esto último es lo que más lo ha perjudicado a él y a su familia, pues un subsidio, como ocurre en Ecuador, Perú y Venezuela podría ayudar a crecer la economía de la agricultura y ayudarla a mantenerse estable. “Si aquí nos subsidiaran, dos de los seis millones que uno se gasta por una hectárea, uno ahí sí puede venderlo más barato como lo están dando en otros países por la cantidad de arroz que hacen, no tendríamos problema”, expresa Óscar Cortés arrocero y amigo de José.

Planta de Arroz donde se aprecia la rama con las semillas a punto de recoger. Fotografía de Paula González.


Para José lo más injusto fue el olvido que viven desde entonces por parte del Gobierno y la implementación del impuesto arrocero que descuenta 0.5% por kilo de cada carga que los arroceros lleven al molino, y que está destinada al Gobierno para la implementación de nuevas tecnologías e investigación para el mejoramiento del sector

Fedearroz, que es la Federación Nacional de Los Arroceros, asegura que el Gobierno está cumpliendo con el mejoramiento del sector agricultor y la implementación de nuevas tecnologías. “Contamos con granjas a nivel nacional, también en todas las regiones donde se cultiva el arroz”, afirma Juan Carlos Castañeda, gerente ejecutivo de la seccional de Campoalegre. “En esas granjas se hace investigación, se hacen cruzamientos de nuevas variedades de semillas, también se sacan nuevas semillas, las cuales son las que en este momento los agricultores están sembrando y están dejando una muy buena productividad”. Para José Gildardo y los demás arroceros, es necesario la intervención constante de Fedearroz para que el Gobierno asuma su responsabilidad y escuche sus reclamos. Por otro lado, gracias a Fedearroz, los arroceros se han salvado de una crisis económica aún peor, ya que los molinos buscaban a toda costa bajar aún más el precio y fue este el que logró un acuerdo de estancamiento del precio para que los agricultores no trabajaran a pérdida total.

Con el incremento del IVA, los insumos como la Uria y el Propanol utilizados como pesticidas y venenos para matar las plagas que pueda llegar a tener el arroz, están casi imposibles de comprar. José Gildardo frunce el ceño y se deja ver con cara de rabia y enojo porque no entiende cómo estos insumos derivados del petróleo no bajan de precio con la constante variación y caída de este recurso. Por otro lado, está el alza de la gasolina que también los perjudica al momento de transportar los bultos recogidos en su producción a los molinos, ya que pueden ser hasta dos viajes de casi dos horas cada uno. 

Pese a esta situación, el actual ministro de Agricultura Aurelio Iragorri, asegura que en lo último del año 2016 se ha sembrado 12 veces más que en los últimos 20 años, y que por primera vez el país es autosuficiente para cultivar el arroz, por lo consiguiente no tiene una gran afectación la importación proveniente de otros países. Pero para José esto no corresponde a lo que viven todos los días, pues el arroz no se exporta en igual medida al que se importa, y los precios tan bajos, traen como consecuencia que a veces no pueda cubrir los gastos de salud.

Jesús Antonio Barreiro, mejor conocido como “Toñito”, Rector del colegio Ecopetrol por más de 15 años y uno de lo campoalegrunos más queridos. Fotografía de archivo familiar.

 

Una batalla que no termina

Juan Carlos Castañeda, gerente ejecutivo de la seccional de Campoalegre de Fedearroz, asegura que para el 2019 Colombia va a entrar a competir en el mercado del arroz con otros países líderes como Brasil y para esto, implementaron desde ya un programa llamado ‘Adopción Masiva de Tecnologías’, que busca beneficiar al arrocero de diferentes maneras. Por un lado, se implementará tecnología en maquinaria moderna que sea capaz de competirle a países desarrollados, ya que en Colombia todavía se usan técnicas y máquinas de hace 40 años que hacen que las tareas sean más lentas. Con este nuevo programa, Fedearroz busca minimizar labores de los agricultores y reducir en un 15% o 20% los costos, y de la misma forma aumentar en la misma medida la productividad.

José tiene sus esperanzas en este programa, dice que es la salvación para sostener su trabajo y para que perdure la tradición del arte del arroz que ha sido llevada por siglos. Algunos arroceros no aceptan del todo este programa, porque dicen que no se respeta la tradición y temen que Fedearroz no concrete este programa, ni que los respalde a la hora de desarrollar su trabajo.

Sin embargo, no todo se queda en esperanzas y anhelos, en estos momentos existe el Incentivo de la Capitalización Rural, un aporte económico que le permite a los arroceros suplir algunas necesidades de su producción y recolección, pero José menciona que no alcanza ni para un 10% de los gastos que deben costear. Pero espera y trabaja por un diálogo honesto con los molinos, que le den más garantías a la hora de recibir sus cosechas y que dejen de priorizar sus intereses económicos por encima del esfuerzo y el arduo trabajo que hacen los arroceros en el campo.

José quiere dejarle lo mejor a sus hijos Jerónimo y Juan Diego, que puedan hacer una vida mucho mejor que la de él, que viajen, que sean profesionales y para eso, debe trabajar duro. “Sacrificaré todo lo que me queda por mis niños, por mi familia y por esta labor que tanto me ha dado y que tanto respeto”, así lo asegura José que por un momento deja esa apariencia grande y fuerte, de un hombre de 38 años, con un metro ochenta y dos centímetros, con grandes y gruesos brazos y piernas, con una voz gruesa, para dejarse ver como un hombre que es apasionado, que cada vez que habla del arroz y las tierras campoalegrunas se le ve la felicidad en su rostro y se hincha de orgullo.

Su voz no se va a apagar, por el contrario, va a seguir luchando, reclamando y ‘haciendo bulla’ para que su trabajo sea respetado, porque si hay algo que José, Toñito y todos los arroceros tienen claro, es que no dejarán de dar la pelea por un mejor futuro para ellos y para el arroz, pero también saben que no pueden dar la batalla solos y es por esto que sus esperanzas también recaen en Fedearroz, en el Gobierno y en los molinos para que sean ellos los que apoyen y reconozcan el trabajo de los arroceros.

 

 

 

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