“La música es un poderoso elemento creativo, que permite reconstruir el pasado de las sociedades humanas, para facilitar una mejor compresión de ese pasado y propiciar una lectura del presente”, Jazz en Colombia.
— Ya es hora de levantarse — dice la señora Alba Marín, mientras golpea la puerta de la habitación de su hijo, César, quien toma su teléfono y ve que son las 3:30 a.m. Se levanta para alistarse, se dirige al baño y escucha que su mamá enciende la radio, como todos los días desde que vivían en el Valle.
César nació el 24 de septiembre de 1997 en Cartago, Valle del Cauca, que para entonces era una zona afectada por la violencia y el narcotráfico.
—La situación no estaba como para quedarse allí. Me encontraba balas por ahí mientras jugaba entre los charcos y luego le pedía a mi mamá que me acompañara a botarlas al río. — dice César. Ya no era un buen lugar para vivir, así que decidieron irse para Manizales, Caldas, donde estaba el resto de su familia.
Cuando sale del baño ya tiene el desayuno servido. Está listo y perfumado, va a su cuarto y guarda sus partituras, alista su instrumento. Repasa una partitura antes de retirarla del atril hasta que su mamá grita desde la cocina:
— ¡César, el desayuno se le va a enfriar!
Encuentro de saxofonistas de jazz en Sevilla, Valle del Cauca. Festival SEVILLAZ 2017. (Foto: Archivo José David Cruz)
Cuando estaba en la escuela aprendió su primera canción, se llamaba Bésame morenita de Álvaro Dalmar, compositor y cantante colombiano.
Mírame, mírame, quiéreme quiéreme,
Bésame morenita.
Que me estoy muriendo, por esa boquita.
Tan jugosa y fresca, tan coloradita
Como una manzana, dulce y madurita.
— Obviamente mis papás la escogieron por mí— dice César. Aunque este fue su primer acercamiento musical, no entraría en contacto con un instrumento hasta su llegada a la ciudad de Manizales. En segundo grado ingresó a la banda marcial del colegio, en la que tocó los platillos, aunque quería trompeta.
— Él decía que quería tocar la corneta, pero tenía un problema de rinitis, y no sabía respirar por la nariz. Siempre respiraba con la boca abierta, entonces insistí en que tocara otro instrumento — dice su mamá.
— Era trompeta, no “corneta” — aclara César — ella me insistió tanto que al final me decidí por los platillos. Luego tamboresn y lira, para al final quedarse con el redoblante. Era inestable con cada instrumento, no porque no fuera capaz, sino porque siempre ha tenido la curiosidad de experimentar nuevas sensaciones y sonidos.
Mira el reloj, son las 4:10 a.m. termina el desayuno apresuradamente, se despide de su mamá. Toma su instrumento y se dirige a la puerta. Mientras cruza la heladería de sus papás, recuerda que dejó el metrónomo, el cual le permite mantener el tiempo constante a la hora de efectuar una obra musical. Se devuelve y se dirige a su cuarto de estudio.
Es un cuarto pequeño, tiene colchones contra todas las paredes para tener una mejor acústica, un equipo para amplificar el sonido del computador, un piano y partituras por todos lados. Sobre la pared hay un espejo en el cual él se ve todo el tiempo, y un tablero en el que dice “No te rindas, tú puedes” y una frase que complementa: “Aprende a ver con los oídos y a escuchar con los ojos”. Coge su metrónomo del lado del piano y sale camino a la autopista, mirando el reloj porque va sobre el tiempo.
Jana Ibáñez, formadora musical. Puesta en escena con la banda sinfónica en el auditorio de Tocancipá. (Foto: José David Cruz)
Ve la buseta parar y corre hasta la autopista, sabe que si la deja pasar llegará tarde a su clase. Es incómodo entrar, el bus está congestionado, su instrumento es grande y difícil de acomodar. Es un camino de 45 minutos de pie en el que escucha a músicos como Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane, según él, lo hace para concentrarse más y poder reforzar un poco sus estudios o tener una referencia musical a la hora de llegar y presentar un ejercicio.
Llega al Portal Norte a las 5:10 a.m., pasa un túnel hacia la otra plataforma en donde espera el Transmilenio H27. Se dirige a la facultad de artes ASAB de la Universidad Distrital, donde cursa cuarto semestre de Música como saxofonista con énfasis en jazz. César menciona que escogió el saxofón por su papá, que le heredó no solo su nombre, sino también el gusto por el instrumento:
— Cuando él empezó a tomarle gusto al saxofón es porque se acordaba de que cuando yo me emborrachaba, llegaba a la casa y me daba por simular que tenía un saxofón y hacía que lo tocaba. A mí me gustaba mucho, me parecía mágico igual que todos los instrumentos de viento —dice su papá.
Llega a la estación de la Av. Jiménez con avenida Caracas y camina hacia la Facultad de Artes, todavía no amanece. Faltan diez minutos para las seis de la mañana, sube por las escaleras desgastadas en madera que suenan al andar y se dirige a su salón en el segundo piso. Aunque el edificio parece remodelado, la pintura nueva no puede esconder las paredes deterioradas y consumidas por la humedad.
El saxofonista César Infante ensayando las obras de la banda sinfónica de Cundinamarca. (Foto: José David Cruz)
Son las 6:00 a.m. y por la puerta que chirrea al abrirse, siguen entrando los últimos estudiantes que van llenando el aula de clase, por último, entra un hombre alto de gafas, con cabello esponjado y un libro en su mano izquierda, es el profesor. Todo el mundo queda en silencio, César saca un libro verde argollado que en la portada dice “Armonía”. En la clase aprenden una técnica llamada “conducción de voces y contrapunto del siglo XVIII”, son los primeros tratados de armonía existentes en la música. Es una forma muy legítima de ver los sonidos. Además se estudian leyes físicas, de ahí se desprende todo el tratado de armonía que existe hasta hoy. A lo largo de la clase van llenando el libro, y antes de terminar tienen un tiempo para hacer sus composiciones, que hacen parte del proyecto final.
Se acercan las 8:00 a.m. y los estudiantes empiezan a salir del salón, César se dirige al profesor, le cuenta que ya tiene un par de composiciones llamadas Saxofunk y Ocurrencias, son estándares de Jazz de nivel intermedio, en las que utilizó tensiones, herramientas y conducción armónica.
—¿Las quisiera revisar?
—Sí, lea y tóquelas.
—Yo me las sé de memoria, las puede ir leyendo profesor. Voy a empezar con Ocurrencias.
Cuando empieza a tocar las notas van inundando el salón de nostalgia, la atmósfera que se desprende de cada sonido que emite el saxofón no es de tristeza, sino una sensación que transporta a recuerdos, personas y momentos donde se quisiera volver a estar. Hasta que el profesor interrumpe diciendo: “Pare”, y le hace un par de correcciones y se va.
Cuando la familia se mudó a Tocancipá, Cundinamarca, después de haber vivido en Manizales, él entró a la escuela de Formación Musical del municipio a los diez años de edad, con la convicción de que quería tocar el saxofón. Jana Ibáñez fue su primera profesora, quien recuerda que estaba iniciando su proceso como docente, y aunque eran pocas las herramientas que tenía, César aprendió con mucha rapidez, “le llegué a tomar un gran aprecio, sentía que me ayudaba a crecer musicalmente”, recuerda. César inició en el 2008 el proceso con Jana que continúa hasta el día de hoy. Cuenta que llegó a avanzar y a estudiar tanto que en una ocasión ella estaba corrigiendo a sus otros estudiantes, y César no paraba de tocar, hasta que ella le dijo:
— ¡Ya César! ¿Qué he hecho?, he creado a un monstruo ...
Partituras escritas por el músico César Infante, tituladas Saxofunk, Ocurrencias y Bambucox. (Foto: José David Cruz)
Sale a las 8:05 a.m. del salón de clase, desciende por las escaleras de la Facultad y sale. Compra un tinto a una vendedora ambulante e ingresa de nuevo caminando hacia el patio (el solar del edificio que da hacía la Av. Caracas, un espacio propicio para estudiar). Es un parque, el cual dispone de mesas con parasoles en el que hay músicos ensayando con diferentes instrumentos: clarinetes, flautas, violines y guitarras. César termina su tinto, comienza una rutina de ejercicios, estira sus brazos, la palma de la mano derecha hacia el frente y con la mano izquierda jala su mano derecha hacia atrás, para estirar sus dedos y calentar; después pasa a su boquilla para proyectar el sonido, luego a ensamblar todo el saxofón. Empieza a tocar al aire partiendo de una nota, escalas mayores y menores Do - Re – Mi – Fa – Sol – La – Si - Do y las empieza a desordenar con el fin de experimentar. No estudia con partitura, solo pone el metrónomo y el resto es improvisación.
Según el libro Jazz en Colombia, “el jazz es signo claro de ser una música de permanente invención, espontanea, compuesta por el intérprete a medida que se expresa. Es el sello distintivo de su origen, pero en el decurso de su historia ha tenido cambios y transformaciones fundamentales que marcan y definen sus diversos caminos y estilos”. Es así como César va dándole su propio estilo a cada nota que toca, todo el sonido es suyo y todo viene de su sensación o emoción, nada se repite, todo es de su propia creación y se modifica a partir de las dinámicas que utiliza para improvisar. Sigue así durante una hora, no se detiene, cada ejercicio es nuevo y distinto, cierra los ojos, el único sonido que se mantiene es el tempo del metrónomo que lo acompaña. Se ve un poco cansado, las notas han perdido fuerza y velocidad, abre los ojos, deja de tocar y toma un descanso de diez minutos para su siguiente clase.
Son las 10:00 a.m. y César se va de nuevo a clase, pero antes de que sean las 12:00 m. está de regreso al patio. Es su tiempo de almorzar, dice que hoy es un día afortunado porque tiene tiempo para hacerlo. Lo único que lo interrumpe es el sonido de una llamada entrante a su teléfono, es su novia: Laura Fernández. Se conocieron en la banda sinfónica de Tocancipá en el 2013 cuando se preparaban para un concurso de bandas en Villa de Leyva. Ella también era músico, interpretaba el clarinete, es por eso que César tiene un tatuaje de un saxofón y un clarinete en su pierna izquierda que ambos se hicieron al cumplir un año de relación.
Recorrieron varias partes del país gracias a la música, hasta que él entró a la universidad. Primero se presentó al conservatorio de la Universidad Nacional, donde uno de los jurados le dijo: ¿Usted piensa entrar a la carrera con ese nivel tan bajo? En ese momento César estaba muy confundido y no sabía si iba para carrera o al preparatorio, pero él, que siempre fue una persona muy disciplinada y entregada a su instrumento, se presentó el siguiente semestre al preparatorio de la ASAB, que le interesaba más porque tenía un enfoque instrumental y gramatical mucho más completo. No pasó en primer momento, lo intentó una vez más y pasó. Ese fue el punto decisivo e inicio de su carrera con el jazz.
César Infante de camino a la Escuela de Formación Musical de Tocancipá. (Foto: José David Cruz)
“La relación ha sido un poco difícil, porque el tiempo no da”, - Añade su novia - él tiene que estudiar muchísimo, pues un día sin estudio en la vida de un músico es un día perdido”. Pero aun así tiene detalles especiales, como el 18 de diciembre de 2017, que es el día de su cumpleaños; le llevó una serenata tocando su canción favorita de jazz llamada: “Everything happens to me”, de Charlie Parker.
Termina de almorzar unos minutos antes de la 01:00 de la tarde, y recibe un mensaje de texto de su amigo “el gordo”, dice que pronto va a venir. Por las escaleras, a lo lejos, se ve venir un hombre de 1.75 centímetros de alto, robusto, de tez blanca y mejillas enrojecidas con un saxofón al hombro. “Es casi mi único amigo en la universidad” – dice César- antes de que el hombre cruce el patio hacia él. Inmediatamente llega saca su saxofón, y César el suyo, saben que el tiempo gira en torno a la música y debe ser aprovechado. Empiezan a sonar notas sueltas que se van fusionando entre los dos saxofones, creando un lenguaje musical entre ellos. Parece que fuera una obra ya escrita, pero en realidad están improvisando. El gordo parece ausentarse un momento de la melodía, y poco a poco, deja de tocar. Guarda su saxofón y se despide solamente con un gesto. César no se detiene, parece que está en un viaje explorando en medio de nuevas notas y sonidos desconocidos. Por la manga de su camiseta, se asoma la curva de un tatuaje en su brazo derecho, es un saxofón.
Ahora puede hacerlo, antes no podía tocar en lugares con mucha afluencia de personas, los nervios lo bloqueaban. Para perderlos lo que hacía era sacar su saxofón en el parque de Tocancipá por las noches. Mientras sus amigos hacían malabares, él tocaba, solo se concentraba en el sonido y la sensación.
Siempre ha querido llegar muy lejos con la música y sabía que los nervios no lo iban a dejar. Cuando dominó más el escenario, se dio una gran oportunidad que coincidía con uno de sus sueños: Ir a París haciendo música. “La sensación que tuve al tocar fue un orgasmo musical increíble” –sentencia César-. Fue a mitad del año pasado, con la banda sinfónica del municipio, para ir a representar a Colombia en el concurso más grande de música a nivel mundial el World Music Concours que se desarrolló en la ciudad de Kerkrade, Holanda, donde ganaron. De regreso estuvieron en París, ese fue el mayor premio para él, pasear e ir a la torre Eiffel, fue la experiencia más increíble que jamás había vivido, estaba muy nervioso, trataba de estirar los brazos, de respirar y pensar en que era real. Era un sueño hecho realidad.
De regreso a Colombia le llegó una invitación de la agrupación “Sonido Tinto” para ir en representación del país a Costa Rica. Los dos eventos están relacionados con el jazz, pues en los dos viajes tuvo el privilegio de improvisar. En el concurso de Holanda se dio la oportunidad de ensayar en uno de los conservatorios más grandes e importantes de música en el mundo, el Maastricht, donde interpretaron una obra escrita por un saxofonista colombiano llamado Cristian López, la cual está basada en ritmos colombianos, pero con elementos jazzísticos, allí obtuvieron la mayor puntuación como mejor obra. En Costa Rica era el único músico que tocaba un instrumento melódico. Estos viajes le permitieron conocer otras culturas y tener otros referentes para seguir haciendo música.
Círculo armónico de las escalas musicales de la Escuela de Formación Musical de Tocancipá. (Foto: José David Cruz)
Suena el teléfono de nuevo, es la alarma. ¡Las 03:50 p.m.! Aunque ha estado todo el día estudiando y ya parece cansado se dirige con emoción hacia el salón. Su clase de énfasis es saxofón, la que más créditos tiene, llega al salón y lo recibe el profesor Miguel Ángel Lobos, un hombre de piel trigueña y baja estatura. En la clase lo que hacen es involucrar el jazz con la música latinoamericana y colombiana como bambucos, porros, cumbias y pasillos.
Según el libro El jazz latino y su trayectoria histórica, fue en la década de los 30 que el formato jazz band fue acogido por las orquestas caribeñas de música, incluyendo en su repertorio algunos temas estándares con partituras y arreglos traídos de los Estados Unidos. Solo a mediados de esta época, las orquestas con el visto bueno de las élites sociales, se dedicaron a interpretar música colombiana del caribe, como porros, paseos, fandangos y cumbias en el formato de jazz band. “Ya que incursionar en caminos sonoros de nuestra cultura exige, necesariamente, mostrar los diversos formatos orquestales, utilizados por los músicos del solar nativo y las condiciones sociales e históricas en las cuales surge el jazz como una estética, es decir, una manera distinta de tratar el sonido”, complementa el libro Jazz en Colombia.
El profesor llega, se sienta en el piano, le hace un par de correcciones a César sobre la melodía y cómo debe aprender a pronunciar bien cada articulación, cada sonido, que tenga el “swing jazzista”. Hacen ejercicios con duración de tempos, los intervalos y los acordes para perfeccionar la improvisación y poder hablar con el instrumento.
A la derecha del saxofonista, Julián Alexander Zambrano, con el ukelele. Los dos conforman una banda de punk, allí César improvisa y Zambrano es el vocalista. (Foto: José David Cruz)
César me parece un estudiante muy inquisitivo, – dice el profesor - quiere estar aprendiendo, y estar cuestionando cosas, lo cual es muy importante; que no trague entero que siempre esté buscando otras alternativas. “Él está más avanzado y tiene un perfil más claro de lo que quiere lograr, este semestre estaré guiando a este estudiante hasta un punto que él pueda de ahí en adelante partir y tener herramientas básicas para que pueda forjar su propio camino dentro o fuera del país”.
Son pasadas las 6:00 p.m., César sale de clase con su alma extasiada musicalmente. El trajín del día lo tiene agotado, pero hay una sonrisa en su rostro, sabe que la música es lo único que lo hace sentir vivo y que le permite ser una persona tan libre como el jazz. Sale del viejo edificio y se dirige a la estación rumbo a su casa. Se pone los audífonos, comienza a sonar la música de Charlie Parker, y aunque su instrumento esté guardado, sus dedos imitan los movimientos en los tubos del Transmilenio como si fuera su saxofón. Termina un día con muchos aprendizajes.