Campo Casabe y Yondó están en el mismo lugar, un territorio biodiverso donde la tierra es igual de fértil como atesorada. Sin embargo, el primero es el escenario de un “imaginario colectivo”, mientras que el segundo es un municipio del Departamento de Antioquia.
Para llegar a Yondó es necesario viajar a un municipio alterno, si se está en Bogotá, es necesario montarse en un bus que después de nueve horas nos lleve hasta Barrancabermeja, un puerto petrolero primordial para la economía colombiana, y luego, tomar una de las flotas que circulan por las calurosas calles barramejas. Esta flota con vidrios forrados en papel contac negro y sin aire acondicionado, se demora alrededor de cuarenta minutos en llegar al municipio; a mitad del camino se pasa por un puente grande que conecta lo que separa el río Magdalena: Santander y Antioquia.
En Yondó la brisa no corre, como si al viento se le olvidara pasar por sus calles y soplar los árboles y palmeras que conforman pequeñas zonas selváticas. Sin embargo, es cerca de la madre naturaleza que se siente un poco de alivio, un fresco abraso maternal, acompañado por una serie de susurros que te llaman hacia el interior de la pequeña selva, pajaritos de colores revolotean por el lugar, loritos verdes limón y azul se persiguen traviesos entre los árboles, pájaros carpinteros picotean copas a cinco metros de altura, viudas negras, pájaros negros con cresta y cola vistosas, y sangre toros, pájaros rojos con negro en vía de extinción, se asoman entre las hojas secas del suelo; aquí la palabra biodiversidad toma vida a través de la inusitadas especies de pájaros: coronitas, cotorras, mirlas, diostedé o tucanes, azulejos, canarios, guarumeras, guacamayas y guacharacas se toman el lugar.
Campo Casabe, puede ser evocado mágicamente de dos maneras, una es a través de la tradición oral, ya que mediante cada relato se es capaz de construir a punta de palabras imágenes que trasladan a quien escucha, a otra época. La segunda forma, es con fotos de color sepia que los “shelleros” guardan como preciados tesoros y que muestran con una sonrisa en la cara y una tenue nostalgia en su mirada, cada recuerdo documentado es preservado como parte de la historia familiar, y como evidencia de una antigua hermandad.
Cementerio de Yondó 2018. Según el libro Tumba de Marianne de Witt, descendiente de los Anglo-Holandeses.
Eduardo Torres, un hombre de rizos cenizos es un ingeniero geógrafo que ha dedicado gran parte de su vida a la recolección de material documental que reconstruye la historia de Yondó. Actualmente tiene una página en Facebook “Familia Shellera de Campo Casabe” con 53 álbumes y por lo menos 700 fotografías de esa época.
—No tiene que ver nada Campo Casabe con Yondó, nada. Eso son dos poblaciones totalmente diferentes, la una es un imaginario colectivo de nosotros, nosotros los que vivimos allá, lo único que hay son los encuentros de nostalgia que nosotros hacemos, y lo otro sí es real, porque quienes sí están en el territorio ahora, no tienen ningún contacto con el pasado— aclara Eduardo. En la actualidad no hay un punto de encuentro entre ambos relatos, pues la historia de Campo Casabe, que es el pasado de Yondó, no es el pasado de la comunidad que actualmente vive en la zona.
A esto Eduardo agrega una pregunta determinante: — ¿Cómo conocer el pasado puede enriquecer a los habitantes de Yondó?, porque ellos no tienen ningún arraigo con Yondó como tal, ni con esa iglesia, ese parque, esa cancha, esa escuela, con la construcción física que está ahí. Pero, ese imaginario colectivo no lo vivieron ellos, esa es una historia que ellos necesitan conocer, necesitan integrarla a la vida cotidiana de ellos, porque finalmente es el mismo territorio— Además, existe un problema de identidad, ya que los pobladores del municipio provienen de otra regiones del país —Es muy lento el proceso de crear identidad, las nuevas generaciones van generando unos procesos dependiendo de lo que hayan hecho juntos, van generando un primer elemento de identidad, y la siguiente generación mejor todavía, porque ya se apropiaron del territorio y su entorno y ahí se va creando un proceso de costumbres” —añade Eduardo.
Guillermo Mendoza es un hombre que vuelve a su pueblo, lo primero que visita es la cancha de béisbol, un terreno que después de sesenta años sigue donde la dejó varios años atrás, cuando todos los hijos de los trabajadores de la Shell salieron de Campo Casabe. Aquí él se encuentra con las mismas bancas, la misma tierra y el mismo cielo despejado de su tierra. Guillermo comienza a recordar con cada paso cada base, y se llena de nostalgia al llegar al punto donde de pequeño aprendió a lanzar la pelota de béisbol y donde tras varias horas de práctica aprendió a batearla con determinación.
Semilla de una de las veinte variedades de Ceiba.
A pocos metros de la cancha de béisbol se encuentra la cancha de fútbol y al doble de distancia la biblioteca del municipio; Cecilia Forero es la bibliotecaria de Yondó, una mujer que lleva treinta y ocho años viviendo en el municipio, y que desde 1992 es la encargada de cuidar cada uno de los preciados libros contenidos en estantes de madera antigua y metal oxidado. Esta mujer comprometida con la historia de un municipio ajeno a sus origines, sintió un día la necesidad de rescatar relatos sobre el inicio de este lugar, así fue como empezó a liderar proyectos como el blog “Los Secretos de Nuestros Ancestros Yondosinos”, ella afirma —Como cultura aquí no hay una cultura definida—. Luz Dary Mosquera es la monitora de danza del municipio, ella trabaja danzas de todas las regiones con los niños y jóvenes de Yondó —Sí, tenemos las ganas de implementar un trabajo que más adelante nos represente como municipio— explica Liz ante la falta de elementos culturales que los identifique como comunidad.
Cecilia posee pocos libros sobre la historia de Yondó, pero ha escuchado muchas historias que reconstruyen el pasado, un pasado no tan lejano pero impreciso que solo se puede mantener vivo a través de la tradición oral y de algunos libros que recolectan testimonios. Uno de estos libros es “Notas para querer más a Yondó: Reportaje con su historia” de Bonel Patiño Noreña, un libro mediano y maltratado pero que es conservado como uno de los tesoros de la biblioteca municipal, siendo la única copia, una verdadera reliquia documental, en él, el autor explica: “Supuse que como Yondó es un pueblo eminentemente mestizo, producto de la activa mezcla de varios grupos, como el costeño, el antioqueño, el santandereano, el tolimense, el grancaldense, entre otros, su riqueza folclórica debería ser abundante. Y así tiene que serlo. Pero al inquirir sobre la existencia de habitantes suyos que, verbigracia, fueran compositores de aires autóctonos como el bullerengue, el vallenato, el pasillo, el bambuco; o cultores de la piquería, decima santandereana, trova antioqueña, o cantos de vaquería, nadie supo dar razón de ellos. Pero que los hay los hay”.
El oro negro ha sido el eje que determina las dinámicas sociales del municipio —El petróleo representa el trabajo, la economía, pero últimamente nosotros tenemos que ser sinceros, el petróleo no es la única economía del municipio, tenemos que apuntarle es al campo— luego, Luz agrega — Incluso se volvió el culpable de muchas discordias entre la misma comunidad, como la lucha por el empleo— sobre esto Eduardo Torres, explica —La actividad petrolera es determinante para el crecimiento de la población. Genera unas culturas, unos determinantes de crecimiento, de conflictos sociales, comportamientos políticos y la organización espacial— El petróleo, una sustancia espesa de color negro azulado que ha sido una constante en el territorio, incluso antes de la creación de Campo Casabe, según la tradición oral plasmada en la página de la Alcaldía de Yondó “Antes de la llegada de los españoles, los indígenas Yarigüíes, habitantes de las comarcas vecinas, visitaban este territorio, y usaban el petróleo que brotaba de su tierra para frotarse la piel y protegerse de los insectos”. Los indígenas Yarigüíes marcan el inicio de una cultura petrolera, lo que conlleva encontrar oro negro.
Después de que se acabara la concesión entre la Shell y el gobierno, a finales de 1974, debido a problemas irreconciliables entre las partes, una a una cada familia fue abandonando las casas del campamento, poco a poco Casabe dejó de ser ese lugar de ensueño en el que todo el mundo quería trabajar para convertirse en una tenue sombra de lo que fue en sus días de gloria. Ana Lerma Díaz, es una mujer que llegó al municipio en 1977, recuerda cómo fue esa transición —En ese entonces no había servicio de transporte, llegaba uno en un barquito que se llamaba ferri desde Barranca, era muy bonito, de puerto Casabe tocaba esperar a que los señores shelleros nos dieran una colita para acá, durábamos ahí una o dos horas esperando. En 1978 empezaron a invadir las casas que habían quedado del Campamento Casabe I, cuando llegué era un pueblo fantasma, las casas eran llenas de monte y los arboles crecían en la sala de las casas. El ejército nos sacó corriendo una noche porque ya llegamos a invadir acá, entonces las juntas comunales empezaron a formarse, y se empezó un proceso de negociación entre Ecopetrol y las juntas—.
Según el zoológico de Barranquilla, la importancia de la iguana radica en que por comer los tallos tiernos de los árboles mantienen un nivel estándar en la altura del dosel del bosque. Son polinizadoras y dispersoras.
Así, una a una empezaron a llegar nuevas familias desde distintas partes del país, pero esta vez familias que no tenían nada que ver con los antiguos pobladores, familias con distintas historias y algo único en común: la necesidad de asentamiento —Yondó tiene que ver con Casabe sobre el elemento del territorio en términos de construcción, la estructura de las casas de Casabe de la colonia norte fueron destrozadas totalmente, la colonia sur, donde está la alcaldía, se ha mantenido porque Ecopetrol no permitió que las modificaran, ciento dos casas en el barrio Staff, donde vivieron los ingleses y los holandeses, que eran unas hermosuras, parecían casas de tipo chalet suizos e ingleses, todas las tumbaron, sin excepción, las tumbaron bajo la premisa de que debían evitar que las invadieran. Ecopetrol y el gobierno nacional barrieron con todo eso, lo que hicieron fue un crimen de lesa humanidad. — Agrega Eduardo, un poco decepcionado. En otro lugar, Luz Dary, dice en tono bajo: —A uno le da tristeza la falta de sentido de pertenencia, acabaron con toda la infraestructura, qué rico que a uno le hubieran permitido vivir todo eso, tan bonitas que eran las casas y uno pasa ahora y no queda nada—.
Jorge Cújar nació en el campamento de la Shell, su padre era shellero. Él pertenece a una de las tres familias que permanecen en Yondó desde que fue creado Campo Casabe. —Nosotros nacimos en un campamento socialista, con educación pública de calidad y gratuita, con derecho a una vivienda amoblada, usted solo tenía que traer la maletica porque allí encontraba juego de comedor y de sala, estufa, nevera, aire acondicionado y ventiladores; todo lo necesario para una familia, y si necesitaba cosas usted iba al casino o a la cooperativa y compraba las cosas, todo de primera calidad, si usted quería recreación se iba para el club o al teatro, había cine los domingos y los sábados todo el día y toda la noche, y muy barato. La salud también era gratuita y muy buena, el hospital de la Shell llegó a ser el mejor del nororiente colombiano, el mejor, si usted estaba muy grave y no podían atenderlo lo mandaban para la clínica Marley o para el Hospital Militar, el trabajo del campamento de la Shell era un trabajo digno y bien pago. La Shell trajo de la sabana de Sucre y Córdoba más de 10.000 cabezas de ganado con vaqueros, ellos el ganado lo producían acá— cuenta Jorge.
Según la cartilla “Memorias del Petróleo” breve historia del petróleo en los campos de El Centro, Casabe y la refinería de Barrancabermeja: “En 1938 la Compañía Anglo Holandesa Shell, filial de la Royal Dutch de Holanda, empezó a comprar los terrenos a la familia Ospina, hasta adquirir un total de 58.000 hectáreas por un valor de ocho millones de pesos. Todas las tierras pertenecientes a los Ospina quedaron integradas en la concesión de “Yondó”, que abarcó una extensión de 1’456.000 hectáreas en total. Esta concesión se pactó el 6 de junio de 1945, fecha en que la Shell inició el proceso de comercialización de crudo que se fijó por 40 años”.
Jorge continua: —Esto era de los Ospina Pérez, el Estado le compra a los Ospina y luego hace la concesión con la Shell Cóndor, el campamento empieza a funcionar en 1941, Yondó antes del campamento era playones del rio Magdalena, entonces la Shell hace un dique que arranca en Carmelita y termina en San Miguel del Tigre, y ese dique con sus espolones le quita la velocidad al rio y evita que el terreno se inunde, entonces esto se empezó a secar. Los primeros trabajadores tenían como labor cortar el maquenque, una especie de palma— Luego Jorge se acomoda en su silla y cuenta de dónde viene el nombre de Casabe, el cual proviene de la arepa de yuca, el cual se acostumbraba en la región y que a los trabajadores les gustaba mucho, de esta manera se empezó a utilizar en su cotidianidad: —Ajá y, ¿cómo está la cosa? —Casabe. Casabe como sinónimo de un trabajo “bueno pero jodido”.
Al igual que el béisbol, los juegos son algo que ha perdurado durante los años —Cacho escondido es 1, 2, 3, 4, 5, 6 y ¡escóndase! Si te encontraban te daban un “cachazo” — cuenta Guillermo.
Y es que lo que hizo la Shell fue un trabajo de admirar, según el periódico Vanguardia Liberal en su edición del miércoles 5 de junio de 1985: “Con el descubrimiento del pozo Casabe I, se logró realizar un trabajo de especiales características sobre terreno pantanoso. Se taladró durante siete meses y la primera vez que se encontró petróleo fue el 20 de octubre de 1941 a una profundidad de 2.202 pies y la producción de 430 barriles diarios. Esto se constituyó en un gran acontecimiento, pues Casabe sería más tarde uno de los más importantes campos productores de petróleo en todo el país. Para el 6 de junio de 1945 la Compañía Colombiana de Petróleos el Cóndor inicia la explotación comercial de la Concesión Yondó, localizada en el Municipio de Remedios de Antioquia”.
Fredy, es uno de los 10 hijos de Fabio Mendoza, uno de los trabajadores del campamento Shell, su infancia y parte de su adolescencia tuvo como escenario un mundo totalmente distinto, el cual él valora con ansias y que relata con un brillo especial en sus ojos —Había algo que no lo tenía nadie, había un equipo de cocina grande, incluía un horno y nosotros de noche nos robábamos las gallinas, yuca y plátano y ahí hacíamos el sancocho. Una vez yo me robé una pavita que estaba “echada”, tenía como treinta huevitos de pavitos, eso lo planeamos “usted coge para allá, usted para el otro lado y yo para allá” —Recuerda Fredy. Luego se acuerda de cuando veía los estrenos de la época como la película de un hombre que andaba en taparrabo brincando de aquí para allá por una selva llena de monos y fieras salvajes: Tarzan a blanco y negro. Fredy resalta la educación que recibió —ellos trajeron profesores y cuando uno terminaba quinto año de primaria, lo llevaban a la escuela industrial—.
Doña Sixta es la esposa de Justo Ortiz, uno de los trabajadores de la Shell que se dedicaba a la extracción a partir de la perforación. Ella tiene un buen concepto sobre los 7 años que alcanzó a vivir en el campamento —Muy bueno, porque allá teníamos muy buenos servicios, no teníamos que pagar ni agua ni luz; los vecinos, espectaculares, allá no se veían peleas de nada, buenas escuelas dirigidas por monjas, teníamos de todo: hospital, comisariato, uno vivía allá como un rico—. Y si necesitáramos un punto de encuentro entre las personas que trabajaron y crecieron en Campo Casabe, no sería otro sino su amor por su recuerdo: —Para mí la Shell es lo más lindo del mundo, primero la hermandad, ahí habían boyacenses, pastusos ahí había de todo. Si se metían con usted el resto le respondía, era una familia. Allá teníamos teatro, piscina, y “la vuelta al mundo” que consistía en recorrer una parte del campamento— explica Fredy.
Actualmente Yondó tiene que afrontar graves problemas de contaminación debido al impacto ambiental de las petroleras. Según el artículo académico “Presencia de Cadmio y Plomo en Suelos y su Bioacumulación en Tejidos Vegetales en Especies de Brachiaria en el Magdalena Medio colombiano”: “En el Magdalena Medio colombiano confluyen dos actividades económicas: una ganadería intensiva y una consolidada industria petroquímica. Esta última representa un potencial peligro para la Salud Pública, como consecuencia de la emisión de metales tóxicos (plomo y cadmio) que pueden incorporarse a la cadena trófica”.
El 7 de agosto de 1944, un misionero de Yarumal, Julio Luis Gallo, proveniente de Simití, partió hacia el sur por el río Magdalena en el David Arango, llegando a Casabe dos días después. A su arribo notó que en general los shelleros eran católicos, exceptuando a los extranjeros. Los directivos de Shell-Cóndor adaptaron la sala de espera del consultorio médico, así como la botica, como una capilla.
Además, según Bonel Patiño: “El agua en Yondó se ha venido sirviendo, tomada de pozos subterráneos. Pero el subsuelo de sus asentamientos es rico en flúor, de modo que el agua extraída, contiene altas concentraciones de dicho elemento. Ese exceso de flúor termina por afectar el esmalte de los dientes y, finalmente, causa su pérdida, porque, para decirlo en los términos que empleó una dama de la localidad, en trance de explicarme gráficamente la gravedad de la situación, —la dentadura se vuelve porosa, como si los dientes fueran de tiza…—”.
Yondó está abajo del nivel del rio Magdalena, eso explica su clima hostil. Sin embargo, es gracias a estas condiciones de su ecosistema que podemos encontrar especies como el mono tití, el mono cara blanca, el mono aullador, la danta, el ñeque y decenas de iguanas caminando por sus calles llenas de árboles de limón y mango. La gente con palo en mano van varias veces al día a puyar las ramas, esperando un golpe de suerte que les llene los bolsillos de frutas tropicales. En el aire flotan danzantes, otoñales flores marrón entre suave algodón color sepia, las semillas de Ceiba.
Quizás se pregunten cómo nace esta crónica, pues se los diré, soy nieta de Fabio Mendoza y crecí lejos de esa tierra, y siempre he creído que es bueno conocer nuestros orígenes, ya que muchas veces nosotros los colombianos desconocemos nuestra historia. Además, ¿quién mejor que nosotros mismos para reconstruir un recuerdo colectivo sobre nuestras raíces?