Por: Massiel García
Ilustración: Juan Diego Correa Torres
Me gustaría creer que la expareja de Laura Vanessa Rincón Álvarez se arrepiente de haberle arruinado su vida, de haberle hecho daño por no levantarse de su cama a las 3:00 a.m. a lavar unos platos.
En la madrugada del pasado 9 de octubre, Giovanny Rivera Triana, de 36 años, le roció thinner y le prendió fuego sin piedad alguna a Laura Rincón, una joven de 21 años que aún sigue en cuidados intensivos con quemaduras en más del 40% de su cuerpo, y que batalla en el hospital para que sus órganos no se deterioren día tras día.
Lo que más le indigna tanto a su familia como al país entero es la “justicia” del caso: minutos después de que Rivera le prendiera fuego al cuerpo de Laura, decidió meterla a la ducha y apagar las llamas. Al parecer este acto fue motivo de peso para el juez, quien decidió darle casa por cárcel a Rivera, alegando que no era un peligro para la sociedad ya que “le salvó la vida”. La verdadera pregunta es: ¿Acaso nos sorprende la justicia en Colombia? No, definitivamente no.
Lamentablemente, esto es más común de lo que parece, y no me refiero a la justicia colombiana, sino a los altos índices de violencia hacia la mujer. Pero como se necesita ver para creer, las cifras son las siguientes (Según Medicina Legal, Defensoría del Pueblo y la Misión de Observación Electoral (MOE)): entre enero y julio del presente año 535 mujeres fueron asesinadas en Colombia, 18,1% más que en 2020; mientras que 9.899 fueron violadas, 11,1% más que el año pasado. Así mismo, 15.239 resultaron golpeadas por su pareja, 10.392 fueron víctimas de violencia intrapersonal y 5.620 denunciaron agresiones en su propio hogar.
Y hoy escribo por las que no son solo un número en unas estadísticas, por las que ya no viven para contarlo, por aquellas que no vivieron su noche de terror el 31 de octubre, sino por aquellas que lo vivieron en un callejón sin salida, en un taxi, o por aquellas que lo siguen viviendo diariamente. Por Laura Rincón, por las que no pueden hablar y por las que nunca más podrán hablar. Por todas ellas escribo hoy.