Redacción: Mariana Cortés-Salgado
Ilustración: Camila Barbosa
De repente empecé a sentir más brazos rozando los míos, muchas respiraciones a la vez, y los pies se me entorpecían al querer moverlos y bailar al son del tap tap tap que antecede a la única frase de toda la canción: lluvia con nieve. Aunque suene patético, los tres minutos que dura los bailo completos como si se tratase de la mejor canción de salsa, por encima de Blades o Lavoe, trombones y una clave que hace que las caderas se muevan por sí solas.
—¿Qué más, morena? ¿Con ganas de azotar baldosa? —Me dijo el man que estaba en la silla de al lado que no hacía sino hacerme ojitos desde hace tres canciones.
—No, gracias, ya me siento cansada —dije, realmente fatigada, intentando mostrarle que había bailado de principio a fin Mi Desengaño y no podía quedarme de pie un segundo más. Aunque debió sentirse decepcionado porque,cuando apenas se dio la vuelta, tomé mi botella de guaro y empecé a repartirla a todas las parejas bailando, intentando colarme en algún pasito de baile.
A punto de irme y con los tacones en las manos, estaba ya en la puerta cuando al fondo del bar escucho un piano, tan tarararán tan tan. Imposible, no podía irme sin bailar el himno de los Latin Brothers. Después de esto no podría salir en mucho tiempo, mamá iba a matarme, así que si todos vamos para el mismo lado, una canción más no le haría daño a nadie.
Al compás de la canción mis pies se fueron moviendo solos hacia el frente, punta, talón, adelante, atrás. Las manos en el cielo, iluminada por luces moradas y un aroma de cigarrillo que me entraba hasta los pulmones mientras me daba cuenta de que, sin duda, sería la última canción porque ya estaba más lleno el baño que las mesas, así que simplemente seríamos mis tacones y yo. Nada más le puedo pedir a la vida, esto era lo que me llenaba de felicidad, simplemente bailar salsa, no sentir los pies y volver a casa para revivir en mi mente una y otra vez estos recuerdos hasta que tenga que regresar por unos nuevos. Estaba en un momento de tanto éxtasis que no me di cuenta de quién estaba detrás mío y, por lo que veo, me estaba llamando desde hace rato. Era un man alto, moreno, con barba y cabello crespo, debió llegar hace poquito al bar porque no tenía ni una gota de sudor.
—No pensé que a alguien más le gustara esta canción —me dijo entre risas.
—Pues debería ser un crimen que tremenda canción no le guste a todo el mundo, es de mis favoritas, con eso te digo todo —dije muy a la ligera, simplemente estaba metida en mi rollo.
—Bueno, pues parece que vos sos la mujer para mí.
No le presté tanta atención a esta última frase hasta que sus manos rodearon mi cintura, me acercó hacia él para disfrutar los últimos treinta segundos de la canción. Nunca me esperé que bailara tan bien, pasos sutiles pero con mucha fuerza, sin esforzarse; conectamos desde el primer segundo y ya sabía por qué no sudaba ni un poco, no hacía falta, el baile le recorría las venas, florecía en él de manera natural, como quien nace con un don, el mejor de todos.
Se acabó la canción y lo único que me dijo fue:
—Soy Manuel, ¿venís mañana?
Mi mamá esta vez sí iba a echarme de la casa:
—Claro, a las 08:00 nos vemos aquí —dije exhausta y con tantos nervios que me fui corriendo sin ni siquiera decirle mi nombre.no sabía nada de él y él tampoco sabía nada de mí, la única chance que teníamos de vernos de nuevo era si cumplía con nuestra cita...
La calle lucía igual que siempre, aunque fuera de madrugada, las ventanas permanecían siempre abiertas por si había algún chisme ser el primero en salir a averiguar. La policía salía en su moto a hacer vigilancia por si en alguna esquina se estaban peleando dos borrachos, insultándose sin entenderse ni una sola palabra, mientras que el ladrón aprovecha para sacarles a ambos la billetera y dejarlos ni para el bus. Pero para quienes caminamos, toca soportar las curvas que tiene la ciudad, calles vacías y mojadas, que a veces parecen un laberinto que por más que se dé vueltas no se llega a nada, todas las casas parecen iguales, aunque ya había aprendido a descifrar cómo llegar a la mía sin tanta vuelta, solo es seguir las montañas.
Desde que llegamos aquí siempre me despierto de la misma forma: sudando hasta los tobillos y siempre con un vaso de agua al lado para intentar dormir más, pero desde las 05:00 de la mañana me era imposible volver a la cama. El amanecer dorado que podía ver aquí era de las cosas que más adoraba, cómo el sol iba coloreando las montañas de a pocos hasta que las cubría completamente haciendo el anuncio de que iniciaba otro día de 30 °C, si teníamos suerte.
Esta vez lograba contemplar este amanecer desde cerca, no estaba en la ventana de mi pequeño cuarto, sino que tenía las montañas al frente, era parte de ellas, el sol también empezaba a inundarme desde la cabeza hasta la punta de los pies y de repente la brisa de la madrugada se convirtió en el insoportable bochorno que va hasta el mediodía, pero me esperaba algo más insoportable en mi casa.
—¿Y usted cree que esto es un hotel, o qué piensa de la vida, Sara? —Me dijo mi mamá con la vena de su frente más afuera que adentro—. De esta casa no vuelve a salir hasta que no tenga 30, ¿me entendió? Y agradezca que no le saco todas sus cosas a la calle, porque es que debería, mejor dicho...
—¿Hay algo de comer? —Dije, interrumpiéndola, asumiendo completamente mi muerte, pero sin poder evitar el hecho de que eran las 06:00 de la mañana y desde las 02:00 no había comido nada.
—Mire a ver, ¿o es que a la señorita también tocaba tenerle desayuno listo? Olvídese porque esto no es Bogotá, las cosas cambiaron y aquí no se hace lo que a usted se le dé la gana.
Lo único que me quedaba era subir al cuarto, bañarme porque me olía a aguardiente hasta las uñas, y ver la forma de salir en la noche, decirle a mi mamá no era una opción, claramente me tocaba escaparme, y Lorena era mi vía de escape perfecta. De repente algo interrumpió mi concentración en idear un plan, ya la ciudad empezaba a despertarse y a lo lejos escuché “Señoras y señores, tengo el gusto de presentarles, de la capital de la república, para Colombia y el mundo entero, ¡La 33!”, esto fue lo más cercano que había estado de mi ciudad en mucho tiempo, con La 33 empezó todo mi amor a la música, pero ahora que vivo en la capital mundial de la salsa no siento sus canciones igual, parecen como la última opción para poner en una fiesta, van primero las de personas de aquí, que de verdad respiran salsa, y justo así me sentía yo, como la pieza que no encaja, completamente fuera de lugar siendo la rola que baila salsa en una discoteca llena de gente que no nació llorando sino cantando al Grupo Niche.
Pero bueno, tenía que seguir pensando en el plan: mi mamá adora a Lorena, fue la primera persona que conocí cuando llegué y siempre ha sido considerada como una buena muchacha, pero es una borracha igual a mí; lo bueno, es que mi mamá no sabe eso. El plan es sencillo y práctico. Ambas tenemos cuerpos igualitos, altos, delgados, con muchos crespos, fácilmente confundibles, lo cual era perfecto. Ella llegaba a eso de las 05:00 de la tarde, saludaba a mi mamá, tomábamos onces y todo bien hasta las 07:00 cuando todo iniciaba: Lorena se despide y hace como si fuera a irse, la puerta suena pero ella se queda de este lado, despacio vamos al cuarto, le presto mi pijama y, así como duermo yo, se tapa hasta la cabeza con las sábanas. Mi madre entraría a eso de las 10:00 a verificar si estoy, ve mi silueta y se tranquiliza, yo llego antes de las 03:00 de la mañana y Lorena se va cuando me manden a traer las naranjas para el jugo del desayuno.
Todo estaba preparado: Lorena ya sabía lo que tenía que hacer, me había despedido de mi mamá como si ya me fuera a dormir y en mi cuarto me puse el vestido amarillo que combinaba tan bien con mi color de piel, perfume hasta en las nalgas, tacones en mano y a salir por la ventana.
La calle de noche permanece más viva que nunca, todas las personas se convierten en seres nocturnos que aparecen en cada esquina, no había necesidad de un bar, el andén era la pista de baile, todo lleno de luces, de vida, olía a alcohol, sudor y pura salsa. Por un lado salsa cubana, todo el mundo gritando ¡Ave María, morena!, o para quienes quieren conquistar, la salsa puertorriqueña de Joe Cuba, Mujer divina, cómo me fascinas y me dominas el corazón. Cada esquina tenía su propia temática, ninguna era igual a la otra, tanta es la salsa que daba para 15 cuadras con diferentes canciones.
Pero la discoteca a la que iba era sin duda la que tenía más fuerza, las luces que decían La Gozadera tenían el color más fuerte, el edificio más grande; desde la primera vez que lo vi, supe que iba a estar más aquí que en mi casa. Para terminar de darle luz al sitio, en la entrada estaba Manuel, no sabía si había acabado de llegar y fue pura casualidad o si de verdad me estaba esperando, volteó como si lo estuviera llamando con mi mente, sonrió y levantó la mano en tono de saludo, yo le correspondí con otra sonrisa mientras me acercaba cada vez más la entrada y se alcanzaba a escuchar que adentro estaban gozando con Richie Ray y Bobby Cruz, ¡qué salgan las bestias!, qué mejor canción para dar inicio a la noche más espectacular de todas... estaba sonando mi celular, ¿quién me llamaba a esta hora?
—¿Lorena?
—¿Por qué no me dijiste que vos en las noches ibas siempre por un vaso de agua? Mirá, tu mamá subió a mirar el cuarto y cuando no vio el vaso se las olió todas, no sé cómo vas a hacer, pero de aquí me voy ya mismo.
El verdadero sonido bestial me esperaba en la casa.