Redacción: Sofia Acero
Ilustración: Karen Sofía Camacho Gutiérrez
- Pide permiso para ir al baño y no regreses, tu me caes bien.
Al principio pensé que me había imaginado esas palabras en mi cabeza, así que la sacudí y me dispuse a continuar prestando atención al pizarrón donde habían varios ejercicios matemáticos que requerían de toda mi concentración para lograr resolverlos. Sin embargo, se sentía tal tensión en el ambiente que empecé a creer que no eran solo ideas mías, era consciente más que nunca de su presencia detrás de mí, la de aquel chico que no hablaba con nadie, que se la pasaba solo en su mundo lleno de negro y punk, y que personalmente nunca me había interesado demasiado. Decidí voltear para confirmar que era él quien me había susurrado aquellas palabras, y lo encontré mirándome fijamente con algo extraño en los ojos, una felicidad que desentonaba con su tristeza constante; movió los ojos hacía abajo y decidí seguir su mirada, tenía un arma.
Al principio mi mente se quedó en blanco, no lograba atinar la razón por la que traía eso al instituto, hasta que llegaron a mi todos los titulares de noticias que hablaban de masacres escolares en manos de adolescentes incomprendidos. Pero ese no podía ser el caso, ¿o sí?. Confirmé que esto no era ninguna broma cuando sus labios pronunciaron “Corre”. Regresé mi mirada al frente y temblando levanté mi mano, la maestra seguramente notó algo extraño en mi y me dejó salir sin rechistar. Necesitaba avisar a alguien, tenía que hacer algo. Salí rápidamente del salón y comencé a correr, pero no había llegado ni al final del pasillo cuando escuche el sonido de un disparo. Me detuve cuando todos empezaron a salir de los salones murmurando entre ellos, y yo no podía, era incapaz de separar mis labios para advertirles que se quedaran adentro, que se resguardaran. Pensé en que los profesores ya estaban avisados por aquel atronador sonido, así que decidí ir más allá y avisar a la policía, sin embargo, no eran solo disparos lo que tenía preparado aquel asesino. Cuando ya me encontraba alejado del colegio, pude escuchar lo que sería el inicio del fin: Una explosión, miles de muertos, solo un sobreviviente.
No, no, no, no. No podía ser, era imposible que solo yo me hubiese salvado de ese fatídico destino, debí haber sido más rápido al pensar y actuar. Los gritos a mi alrededor quedan en un segundo plano, no puedo pensar en nada más que en todas las víctimas que se llevó la locura de ese maldito chico. Cenizas caían frente a mi, el aire se sentía pesado, pero yo era incapaz de moverme, logré reaccionar cuando sentí las lágrimas cayendo a borbotones por mi rostro y a alguien que me agitaba con fuerza, preguntándome si estaba bien. No, no, no, no, no estaba bien, ¿cómo iba a estar bien si por mi culpa tantas vidas se perdieron?
Han pasado cinco años desde ese día en que todo cambió para mí, no puedo evitar hablar de él sin que el nudo en la garganta aparezca y regrese a mi la imagen de ese joven confundido y culpable que lloraba frente a los restos de lo que en algún momento fue su lugar seguro. Continúo yendo a terapia con el fin de afrontar la idea de que cualquier cosa que hiciese, como haber reaccionado inmediatamente o corrido más rápido, posiblemente no habría cambiado el resultado final. Era un plan que llevaba años siendo cultivado en la soledad e inconformidad de la cabeza de aquel joven, que gobernado por la locura, decidió arrasar todo a su alrededor, creyéndose con el derecho de llevarnos consigo a la oscuridad.
Una mente sin control puede ser muy peligrosa, no solo se lleva vidas de esta tierra, también deja marcadas para siempre a las que se quedan.
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