Por: Sofia Figallo
Ilustrado por: Laura Betancourt
— ¡Hécate! —una bola de pelos la perseguía por toda la casa— Tenemos que seguir con la lección, recuerda que te voy a hacer un examen el lunes. —La voz de Arlo sonaba agotada por tanto correr—. Ya los trescientos años me están pegando en la espalda —tomó con su patita su pecho respirando profundamente.
— ¡Es Halloween! —La pequeña chillaba de la emoción—. Es la mejor fiesta del año, después del solsticio de invierno y mi cumpleaños.
La niña corría por todo su cuarto, buscando cosas por debajo de su cama y tirando ropa por los aires. Hécate trataba de hacer un disfraz de último minuto, ya que con tanto estudio se le había olvidado que era Halloween, era ya tradición que su papá la llevase al pueblo a pedir dulces. Ya había pasado seis meses desde que Arlo le dijo que era la heredera de los poderes de su tatarabuela. Arlo le había enseñado poco a poco, tanto a leer como a escribir mejor de lo que ella sabía, no sabía que un gato podía sostener un lápiz o una tiza, pero Arlo tenía una mejor letra y ortografía que su papá, y eso que Isaac era un profesor universitario.
Hécate se encontraba al borde de la emoción. Había algo en Halloween que hacía cada fibra de su ser vibrar, no sabía si era una de las pocas fechas del año en las que podía ir al pueblo sin que fuera un problema, sin que la miraran raro, o simplemente era una niña que amaba los dulces, especialmente los M&M’s.
Oh, cómo amaba los M&M’s.
—Con más razón debes quedarte en casa, Hécate —la niña seguía con la cabeza metida en el closet—. Hécate —el felino la volvió a llamar—, Hécate, es de mala educación no contestar cuando te llaman.
—Perdón, Arlo —sacó su cabecita del closet, vistiendo un sombrero puntiagudo llamativamente morado, con unas arañas de plástico pegadas a él—, ¡pero mira qué bonito sombrero!
—Hécate, quítate eso.
—¡Pero es muy bonito! —caminó hacia al espejo colgado en la pared— Puedo ponérmelo con el tutú verde y una camisa morada, le puedo decir a Lala que me preste su boa verde —se volteó a ver a Arlo—, ya que soy una bruja, es hora que me vista como una.
Antes de que Arlo pudiese decir algo Laurel tocó la puerta suavemente.
—Knock Knock —dijo—. ¡Oh, pero, qué bonita estás, pecosa! —Hécate sonrió— ¿No lo crees, Arlo?
—¡Es ofensivo!
—Te recuerdo que tiene siete años —Laurel levantó la ceja derecha, Arlo rodó los ojos, Laurel se puso por detrás de su nieta, mirándose las dos al espejo—. Yo opino que te ves muy bien, pecosa —pegaron sus dos cachetes juntos, la pequeña carcajeó—, pero tengo un disfraz mucho mejor para esta noche, te lo hice yo misma.
—¿De verdad! —Hécate gritó con emoción.
—Claro que sí —la mujer le acarició la nariz—. Anda, está en mi estudio —y como si la pequeña ya hubiese aprendido a volar, desapareció del cuarto. Laurel vio a sus pies, encontrándose con dos zapatillas rosadas, levantó el dedo índice—Síganla, y que no pise el césped —y con el comando de su voz y un movimiento de su dedo, las zapatillas salieron corriendo, casi a la misma velocidad de Hécate. Laurel volteó a ver al gato sentado en la cama.
—Tú sabes muy bien que no es propio que vaya al pueblo, ¡y mucho menos hoy! —El gato le habló a la anciana, ella volteó los ojos—. No me importa que sea una niña, por ser más joven, sus poderes son más inestables.
—Hécate solo quiere divertirse —suspiró—. Arlo, tienes que dejar de ser tan duro con ella, y hacer que disfrute su niñez tanto como sus lecciones.
—Yo soy responsable del entrenamiento de esa niña, necesito tenerla cerca — repuso Arlo.
—Y yo soy su abuela —dijo, seca—. Sé que quieres que sea tan poderosa y haga el bien en esta tierra como lo hizo mi abuela, pero son tiempos distintos, ahora hay más distracciones.
—Ni me lo digas —suspiró—, me quedé viendo ese espejo luminoso que tienen en la sala por horas.
—Se llama televisor.
—Como sea —tomó su pata y la puso en su pequeña frente—. Hoy es un día muy intenso para nosotros, y tú lo sabes muy bien.
Laurel abrió su mano con su palma mirando arriba, una bola de luz roja apareció flotando encima, haciéndose cada vez más grande, ella podía sentir la energía en el ambiente. Laurel tenía años entrenando junto a su madre, leyendo los libros de su abuela, sabía que Halloween era un día poderoso para las brujas.
—Por esa misma razón pensé algo —Arlo frunció el ceño—, y no te va a gustar.
—¡AHHHH! —Un grito de Hécate resonó por todo el segundo piso de la casa— ¡ES UN TRAJE DE FLORES!
—¿La querías tener vigilada? —Laurel dijo con una media sonrisa. Arlo la miró espantado.
—No…
—¡Y UNA ABEJITA!
—Nunca, en mis trescientos años de vida —dijo Arlo rascándose por debajo del disfraz que le había hecho Laurel—, me había sentido tan humillado.
—Yo opino que te ves muy lindo, Arlo —dijo la pequeña a su lado.
Isaac estaba manejando hacia el pueblo, con Hécate y Arlo en los asientos de atrás. Él era el único que no podía entender a Arlo, lo único que escuchaba salir de su hocico eran maullidos. Él era humano, un hombre bastante tranquilo, amante de los libros y del piano; amaba a su hija más que nada en el mundo y no soportaba tener que verla tan sola. Muchas veces le había propuesto a su esposa mudarse a la ciudad, ella y su suegra se negaban.
—¿A Arlo no le gusta su disfraz? —preguntó el hombre mirando por el retrovisor.
—Lo odio.
—Sí, papi, solo que le pica.
—Me alegro de que te guste, Arlo.
— Esto es indignante —lloriqueó el pequeño, vestido de abeja
Al legar al pueblo, Isaac bajó del auto para abrir las puertas traseras y poder cargar a Hécate y bajarla, Arlo saltó de la camioneta.
—Ya sabes las reglas, florecita —la niña asintió—, ¿y cuáles son?
—No tomar dulces de hombres raros en la calle, no hablar con nadie adulto si no estás conmigo —tomó su labio, pensando— ¡Ah!, y si me pierdo, verte en la mitad de la plaza.
—Esa es mi niña. Vamos —tomó a la pequeña de la mano—, llenemos estas bolsas de dulces.
—¡Sí! ¡Dulces! —Exclamó la niña con emoción—. Vamos, Arlo, sé que te van a encantar los snickers.
—Lo dudo mucho —dijo, serio. La niña estalló en carcajadas.
Al ir mucha gente disfrazada no muchos notaban a Hécate y a su papá, todos los confundía con alguien más en el pueblo. Eso era lo bueno de Halloween: Hécate podía ser una niña normal por un día.
—¡Ya casi lleno mi bolsa! —Hécate miró a su padre con una sonrisa— ¿Podemos ir a buscar la otra en el carro?
—Claro —Isaac acarició la cabeza de su hija—, déjame ir yo, tú quédate en ese banco, ¿no te muevas, okay? —Isaac miró a Arlo, dándole a entender que la vigilara. Él, en su traje de abeja, asintió.
—¿Te estás divirtiendo, Hécate? —Arlo subió al banco, sentándose al lado de ella.
—Sip —dijo la niña acentuando la p.
—¿No te sientes diferente? ¿Pesada? ¿Con sueño? ¿Con mucha energía? —preguntó el gato, intrigado, preocupado.
—Nop.
—Pero cómo… — algo pegó al frío metal del banco, los dos voltearon a ver qué podría ser.
—¡Lo siento! —Una pequeña niña, vestida de princesa, se disculpó mirando a un lado opuesto de donde estaban. —Pusieron este banco en un lugar nuevo —Hécate carcajeó.
—No lo sé, tal vez.
—¡Oh, eres una niña! —la del vestido de princesa se rio, le faltaban dos dientes frontales, un pequeño destello blanco salía de una de las encías—. Pensé que era una de esas señoras.
—Nop, soy yo —miró a Arlo— y Arlo, mi gato profesor —la otra niña rio.
—Me llamo Golondrina —con su mano buscó el asiento del banco.
—Yo me llamo Hécate —extendió su mano hacia el frente, Golondrina no la tomó, Hécate la bajó triste.
Arlo miró a Golondrina, y como sus ojos viajaban de un lado al otro, abrió los ojos, tomó la mano de Hécate con su pata y la llevó a la mano de Golondrina.
—¡Oh! Me estabas dando la mano —rio—, no lo noté.
—Hécate —Arlo llamó su atención—. ¿Te acuerdas de que te conté una vez que muchas personas y gatos, como tú y yo, vienen a la tierra sin sus ojitos, sus oídos, y sin su voz? —Hécate asintió—. Golondrina vino sin ojos, no puede verte.
—¡Tu gato está aquí! —Golondrina sonrió— ¿Puedo acariciarlo? —Golondrina extendió su mano, Arlo se posicionó por debajo de ella, cediendo a los mimos de la pequeña.
—No puedes ver —dijo Hécate sin pensar.
—¡Hécate! —la regañó Arlo.
—Oh, sí, no puedo ver —dijo la niña como si fuera algo sin importancia—. Nunca he visto nada desde que soy chiquita, pero puedo oler las galletas de mi mamá desde el patio de la casa —las dos explotaron en carcajadas.
—Yo nunca había conocido a alguien que no pudiese ver.
—Y yo nunca había acariciado un gato.
—Lo hace muy bien —Arlo ronroneaba con las caricias de Golondrina.
—¿Tu mamá te deja hablar conmigo? —Preguntó Hécate con un eje de tristeza en su voz.
—¿Por qué no me dejaría? —Golondrina frunció el ceño.
—A no muchas mamás les agrado.
—A mí me pareces una buena persona.
—Tú también.
—Algunas mamás del pueblo, desde que llegamos, no han sido muy amables —bajó la cabeza—. Muchas dicen que algo tuvo que pasar conmigo para que no pudiese ver.
—Ellas dicen que mi familia es mala.
—No creo que sea cierto.
—Sí, yo tampoco.
Una mujer venía corriendo desde la otra esquina de la plaza, con una gran cara de preocupación, Isaac estaba justo llegando en ese momento.
—¡Golondrina! —La niña se volteó al sonido de la voz de su madre— ¡No te me vuelvas a perder así!
—Perdóname, mami —extendió su mano para poder tocar el rostro de su madre—. ¡Pero hice una nueva amiga! —La madre sonrió.
—Qué bueno, hija —Hécate levantó su mano, saludando.
—Hola, señora —sonrió—. Me llamo Hécate.
—¡Hermoso nombre! —la sonrisa de Hécate se agrandó— Un placer conocerte, Hécate, me llamo Flor.
—¡Hécate! —Se escuchó una voz masculina por detrás— ¿No recuerdas las reglas?
—No son malas, papi —sonrió—. Ella es Golondrina, mi nueva amiga, y su mami —Isaac las vio con un poco de recelo, él sabía cómo podían ser en este pueblo, pero luego de darle la mano a la madre y saludar a la pequeña bajó la guardia.
— Nueva amiga, ¿eh? Me alegra mucho, pecosa —dijo Isaac, sonriéndole a su pequeña—. Ya traje la bolsa, ¿seguimos pidiendo dulces? —La de piel moteada negó con su cabeza.
—Quiero ir a jugar con Golondrina al parque —miró a su padre por aprobación, este miró a la madre de la otra niña.
—Por mí no hay ningún problema —dijo Flor.
—Si la mamá de Golondrina no tiene problema, no veo por qué yo deba tenerlo — Las dos niñas celebraron.
Las dos, a paso lento, llegaron por detrás de un viejo árbol de sauce. Arlo las acompañó, ayudando a Golondrina a que no se desviara del camino, llevándose unos golpes, para nada dolorosos, de parte del bastón de la niña.
Al sentarse en el pasto, Hécate sintió un gran paso de energía en su cuerpo, pequeñas flores silvestres brotaron, rodeándola en un círculo.
—¿Por qué dicen que tu familia es mala? Tu papá se ve muy amigable —preguntó Golondrina, curiosa.
—Mi familia es muy diferente, a la gente de acá no le gusta lo diferente.
—Lo puedo notar.
—Vivimos a veinte minutos del pueblo, mamá tiene una tienda, ¡vende los mejores postres del mundo!
—¿Tu mamá es la que hace la torta de vainilla y arándanos? —Golondrina sonaba sorprendida— ¡Es mi preferida!
—¡La mía también! —las dos rieron—. Hay cosas que hace mi familia que al pueblo no le gusta, cosas que puedo hacer yo.
—Tu mamá cocina muy rico, es imposible que ella pueda hacer algo malo.
—Es que nosotras…
—Hécate, no —la detuvo Arlo—. Sabes lo que te dije, nadie puede saber.
—¡Pero es mi amiga!
—¿Con quién hablas? —Preguntó Golondrina.
—Con Arlo, mi gato.
—¡Qué genial! —Abrió la boca con asombro—. ¿Le puedes decir que es muy suave?
—Golondrina dice que eres muy suave, Arlo —le comunicó.
—Yo la escuché muy claro. Dile que gracias.
—Arlo dice que gracias —Golondrina rio.
Arlo miró a Golondrina, con su cabeza apuntando al cielo estrellado de esta noche de Halloween, analizando su aura, buscando qué podría ser lo perjudicial en esa pequeña niña ciega, pero no encontró nada, sus ojos se cerraron sintiendo la brisa en sus brazos expuestos, el vestido de princesa ya se encontraba sucio. Esa aura era azul, aún más claro que el del cielo, nada podía ser más puro, y ahí lo supo.
—Hécate, hazlo, no hay problema —le dijo con un sentimiento de alivio, Hécate sonrió.
—Golondrina, la razón de que no les agrademos al pueblo —tomó un respiro— es que somos brujas.
—Espera —Golondrina bajó su rostro del cielo—. ¿Brujas de verdad?
—Sip.
—¿Entonces significan que comen niños? —Hécate, e incluso Arlo, estallaron en risas.
—¡No! ¡Guácala! —Las dos niñas y el gato siguieron riendo—. Somos vegetarianos.
—¡Genial! —el rostro de Golondrina se puso triste— Ojalá pudiese ver lo que haces…
—Creo que puedo mostrarte —Hécate miró a Arlo, este asintió—. Pon tus manos en el pasto, voy a poner las mías sobre las tuyas —Golondrina le hizo caso—, tal vez no puedas verlo, pero estoy segura de que puedes sentir la magia.
—Está bien.
Las manos de Hécate tocaron las de su amiga, con delicadeza y, cerrando los ojos, hizo unos de los hechizos que Arlo le había enseñado, a sentir la vida de lo que le rodea, las palpitaciones de cada planta en el área, trazándose unas líneas imaginarias en la mente, formas de árboles, flores y arbustos. El suelo que rodeaba las manos de las niñas deslumbraba un color amarillo.
—¡Puedo sentirlo, Hécate! ¡Puedo hablar con un árbol! ¡Puedo ver un árbol!
Hécate quitó sus manitos manchadas de las de su nueva amiga, las dos no paraban de sonreír, Golondrina no lo podía creer.
—De verdad eres una bruja, ¡pero una bruja buena! ¡Mi amiga es una bruja!
Halloween es una fecha importante para las brujas, saca sus mejores poderes a flote, las hace más fuertes, pero eso a Hécate no le importaba, porque en su corazón no cabía la alegría de, por fin, tener a alguien a quien llamar amigo.