Por: Antonia Gómez Almarales
Ilustración: Alexander Escobar Arzayus
Antes de empezar quiero dejar por escrito que no me gustan las películas de terror y solo las veo cuando me las dejan de tarea.
En ese orden de ideas, vi El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) de tarea hace un tiempo y en su momento hice un análisis que hoy me gustaría compartir con ustedes con motivo de estas fechas tan especiales. La cuestión es: ¿alguna vez han reparado en los espacios donde ocurren las acciones de las películas? Y no me refiero en el sentido de que Titanic (James Cameron, 1997) transcurre en un barco, sino lo que significa que una acción tome lugar en un lugar determinado y no en otro distinto.
A falta de una mejor metáfora, voy a decir que los espacios en El resplandor son ‘otro protagonista más’ y esto se debe en gran medida al peso narrativo que tienen y el tiempo que el director les otorga. Los primeros 3 minutos de la cinta —o 2:47 si restamos el tiempo del logo de Warner— son planos de establecimiento, es decir, son planos encargados de presentarnos el lugar donde va a suceder la escena; pero ese no es su único propósito. Estos planos dentro de esta película en particular buscan recalcarnos lo lejos y apartado que está el hotel para que cuando la distancia con respecto a la civilización sea un factor crucial dentro de la historia, ya hayamos experimentado el largo recorrido y tengamos en mente la magnitud que representa un problema como que las líneas de comunicación estén caídas.
Los espacios a menudo se nos muestran desde la perspectiva del protagonista. Una vez visto el exterior del hotel, Kubric nos deja pasar al mismo tiempo que a Jack, quien en este momento solo tiene una cosa en mente: ir a su entrevista y conseguir el trabajo, no tiene tiempo para reparar en el lugar por lo que la cámara tampoco. Caso distinto a cuando Wendy y Danny llegan al hotel Overlook: Wendy refleja el asombro que genera estar en un lugar tan grande y bello y no es sino hasta este momento cuando Kubric nos permite apreciarlo adecuadamente con planos más abiertos y movimientos de cámara. Esta fascinación que causa el hotel, y la curiosidad de conocer un espacio nuevo, la sentimos también como espectadores y al ser Wendy quien canaliza esta emoción dentro de la película, empatizamos con ella, cosa que es crucial para el desarrollo que tendrá la historia más adelante.
Dependiendo del espacio donde se nos presenta a un personaje, podemos hacernos una idea sobre quién es y qué problemas tiene o tendrá en el futuro. Esto aplica para la mayoría de las películas, por ejemplo, la primera escena de La la land (Damien Chazelle, 2016) nos presenta a Mia atrapada en el tráfico preparando una audición, atascada porque todos van en la misma dirección. Situación que refleja el conflicto interno de Mia: quiere ser actriz, pero muchas más personas buscan el mismo camino. Kubric, con un pensamiento similar, nos presenta al resto de nuestros protagonistas (Wendy y Danny) en la comodidad del comedor de su casa, en medio de su cotidianidad. Donde no solo están en control del espacio —al punto de que Wendy tiene las piernas recogidas sobre la silla—, sino que el dejar ese lugar les traerá problemas en el futuro, problemas que se plantean mediante las acciones de los personajes y sus diálogos, en este caso son dos verbos: comer y jugar. Wendy se enfrentará a la otra cara de Jack cuando intente llevarle algo de comer y Danny pasará por lo mismo cuando se vea obligado a volver a la habitación que comparten en el hotel para buscar un juguete. Ambas desencadenarán en conflicto y son el producto de que los personajes se encuentran en un lugar ajeno: el fantasma de sus problemas futuros se establece en el espacio donde se supone deben sentirse seguros porque no volverán a sentirse seguros estando en otro lugar.
Los espacios en las películas usualmente nos están dando más información sobre la misma, siempre traen algo detrás, narran más allá de los diálogos y en ocasiones exteriorizan aquello que los personajes no pueden decir.
