Redacción: Sofía Acero
Ilustración: Salome Arteaga Herrera
Los gritos de fondo, de histeria y horror, no me distrajeron de mi misión de calentar mi almuerzo y disfrutar de la paz que me ofrecía la terraza; estaba realmente hambriento. Sin embargo, un sonido insistente y molesto atrajo mi curiosidad, parecía el timbre de un celular, pero no lograba conectar de dónde provenía; mis ojos se fijaron en una matera, y efectivamente había un celular allí con varias llamadas pérdidas. De repente empezó a sonar y la palabra “Papá” apareció en la pantalla. Dudé en contestar, pero al final lo hice, y del otro lado de la línea se encontraba una voz gruesa que denotaba preocupación y alivio, todo al mismo tiempo. Tuve que sacarlo de su error cuando empezó a decirme “mi hijo”, le contesté que me llamaba Sebastián y había encontrado el celular, pero el hombre continuaba repitiendo algo sobre un mensaje aterrador, pero no le entendía nada, estaba muy confundido, además de hambriento.
En ese momento, llegó un mensaje al aparato y me di cuenta de que habían un montón más del hombre con el que estaba hablando. Colgué la llamada y subí por toda la conversación hasta que dí con el mensaje que, creía, había empezado todo: una nota de voz. Después de escucharla, entendí los gritos que había evadido, y tuvieron mucho más sentido cuando me incliné hacía el vacío y vi la silueta de un cuerpo sin vida.