Redacción: Diego Quijano
-¡Mamá!
Me quedé sentado en la cama. Nunca había amanecido tan sudado, tenía mucho calor. Me paré de la cama, fui a la cocina.
-¿Mamá?¿Nani?
los platos estaban sucios, el uniforme de mi hermana estaba sobre un sillón de la sala. La vela de la mesa de estar de la sala estaba encendida. Salí de la casa y fui a buscar a mi hermana en la cancha de fútbol que queda al frente. Había un balón en una de las canchas.
Mi mamá siempre va al taller de mi tío Moisés. Mi prima está recién nacida, y mi mamá va ayudar a la esposa a cuidar a la bebé. Llegando a la esquina del taller, me invadió un sentimiento de ansiedad. -Yo me voy a llevar a su mamá a Caracas- Recordaba las amenazas de mi padrastro, pues hace dos años él me secuestró para que mi mamá se quedara con él.
Llegué al taller, me limpié el sudor de la frente y me asomé por la ventana. Miré hacia la reja y vi que tenía candado. -¡Claro!- me dije, mi mamá está donde doña Lucy cotizando los muebles que le dije, porque no tenemos comedor. Llegué al parque Santander; doña Lucy ni siquiera estaba sentada en el banquito donde acostumbra recibir a los clientes. Crucé el parque y vi el televisor de la tienda de doña Rosalba, donde mi nano va a ver los partidos del Cúcuta. El televisor estaba prendido, pero las mesas estaban vacías. Me resigné, seguí caminando hasta llegar al río Pamplona. Me asomé al puente y vi el reflejo de las nubes sobre el agua; el cielo estaba totalmente nublado, pero yo sentía mucho calor, un calor asfixiante. De pronto, escuché las campanas de una iglesia. -Hoy no es domingo- pensé. Sin embargo, seguí las campanadas.
Casi al final de la empinada calle vi a un puñado de gente caminando. Me acerqué para distinguir a las personas.
-¡Mamita! ¡Mamita!
Estaba mi nano Alberto, mi tío Moises y Nani. Le decía nani porque cuando era más pequeña no podía decir Mariani. Me paré junto a mi mamá.
-Mamita ya llegué, acá estoy. ¿Por qué tienes ese cofre pequeño en las manos? ¡Mamá! ¿Por qué no me oyes?
Me detuve, miré hacia atrás y vi a mi nano que hablaba con doña Rosalba.
-El gringo...El gringo se los llevó
-¿A toda la gente?
-Si, a todos los que estaban ahí, pensaron que eran elenos.
-Pero… y el niño
-Nadie quedó en el bar. Se los llevaron a Juan Frio, los mataron y los metieron al horno. A mi nieto lo quemaron.
Volví a darme vuelta y corrí hacia delante.
-¡Mamita!, mamita no llores, ya estoy acá, no me iré. ¿recuerdas ese vallenato del binomio de oro? Fuiste mi luz, fuiste mi estrella. Iluminaste mi camino. Fuiste la luna que acompañó cada amanecer y fuiste mi sol que iluminaba mi día. Ahora déjame ser tu luz. ¿Recuerdas la planta la calatea que te regalé hace tres días? Haz que viva muchos años, como el amor que siempre me diste. Te amaré por siempre mamá, seré tu sombra en el día y te regocijaré en la noche. Déjame ir mamita, me sentirás en tus sueños, no olvides mi voz, pues mi partida quedará en el peso del dolor, pero tu recuerdo quedará siempre en la memoria de tus caricias, de tus besos y de tu sonrisa.
Adiós mamita, mamita linda, mamita de mi vida y mis anhelos.
“Que no vendan las quimeras, ni quemen las utopías” - Antígona
Inspirado en “Lo invisible: Aleteo de cucarrón (Luis)” en el libro “Me hablarás del fuego, los hornos de la infamia” - Javier Osuna