"Brasil organizó una Copa Mundial de Fútbol y ahora unos Juegos Olímpicos, incurriendo en unos costos apreciables para un país en desarrollo".
De acuerdo con Kalmanovitz, en las ciudades en donde los contribuyentes son educados y conscientes del rumbo que puedan tomar sus impuestos, se niegan a llevar a cabo eventos de tal magnitud, sin embargo, lo mismo no pasa en la mayor parte de los países latinoamericanos, donde el clientelismo y la corrupción orientan el gasto público.
En el caso de Río de Janeiro el esfuerzo financiero fue emprendido en buena parte por el sector privado y aunque algunas obras, como la cuarta línea del metro y los corredores de buses, ayudarán a aliviar en gran medida los trancones, por el contrario, la Villa Olímpica y muchas de las instalaciones deportivas terminarán subutilizadas hacia el futuro, acusando el desperdicio de unos recursos fiscales escasos y disputados por la corrupción.
Además, insiste Kamlmanovitz, los Juegos se inauguraron en medio de una recesión que no experimentaba Brasil desde la Gran Depresión de los 30 y se proyecta una inflación que se verá incrementada en Río por la presencia de cientos de miles de visitantes durante estas tres semanas.
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