Muchos de nosotros sentimos que algo no anda bien en nuestras vidas. La soledad se ha apoderado de nuestro diario vivir; tengamos o no una familia, tengamos o no una pareja, tengamos o no amigos y/o amigas. Nos comunicamos de manera más impersonal cada día.
Es un fenómeno que no se limita a la era digital, aunque tenga mucho que ver. Los estandartes y las expectativas sociales que se han creado a nuestro alrededor, alimentados por la urgencia de vivir todo de manera inmediata, se han vuelto una problemática profundamente ligada a nuestra realidad cotidiana, con todos los matices que cada individuo pueda tener.
Quiero desmitificar una creencia popular: que la gente que vive en el mundo de la moda son seres perfectos. La apariencia es inherente en el mundo de la seducción, cierto. Créanlo o no, los fashionistas también son de carne y hueso. Más perfeccionistas de lo normal, concedido; pero también son seres llenos de sueños, anhelos y para bien o para mal, de ilusiones.
¿Qué pasa en realidad? Somos individuos alienados por nuestra propia creación, en todos los ámbitos y en todas las disciplinas. Anhelamos más. Queremos más. Estamos deseosos de vivir, pero estamos experimentando la crisis de la postmodernidad. Es la crisis de la identidad del individuo, de la sociedad misma. Ya pasamos por una crisis de la espiritualidad al entrar a la modernidad.
¿Qué sucede entonces? Nuestra manera de experimentar la vida ya es no lineal. Una cantidad de eventos acumulados desfilan frente a nuestros ojos de manera tan rápida que no alcanzamos a saborearlos. Necesitamos expresar lo inexpresable.
Necesitamos entonces un lenguaje no codificado para lograrlo. Será entonces el arte, donde también está la moda, aquel recurso que retorne de nuevo a nuestras manos como la herramienta que resuelva nuestros problemas postmodernos, como ya ha sucedido numerosas veces en la historia de la humanidad.
Estas y más refleciones todos los jueves en Arquitectura de la Moda en Óyeme UJTL...