Profesionales de hoy en la lucha contra la obsolencia
Redacción: Andres Felipe Pinto Rodriguez
Ilustración: Leonardo Gómez
A menudo nos impactan en diferentes escenarios o situaciones con una pregunta sumamente puntual, altamente filosófica y peligrosamente ambigua: ¿Qué somos?
Unos responden enumerando rasgos de su personalidad, otros mencionan su entorno familiar y quienes son aún más escuetos en su definición enlistan sus intereses o sus gustos de todo tipo y con ello aparentemente responden. Sin embargo, dentro de todo ese conjunto de definiciones particulares existe una que es sumamente común y es hablar de nuestra profesión y lo que desempeñamos haciendo uso de ella para responder a ese interrogante.
Lo anterior permite evidenciar que la profesión que escogemos, más allá de ser un slogan debajo de nuestro nombre para la firma de un documento o la escritura de un diploma enmarcado, define gran parte de nuestra esencia y de lo que tenemos para dar como miembros de la sociedad. Es algo que le da forma a nuestros intereses y los encausa permitiendo que sean pulidos por la academia y se conviertan en el escenario sobre el cual nuestra capacidad brilla por medio de una mezcla explosiva de talento y disciplina.
A pesar de que todo lo anterior aparentemente logra responder a cabalidad la pregunta inscrita en el primer párrafo, los cuestionamientos no finalizan cuando culminamos la etapa académica y no sólo porque la avalancha de retos que vienen con la práctica profesional trae consigo miles de interrogantes que nos retan a darle coherencia a lo que hacemos, sino porque el entorno metamórfico en el que vivimos cada día muda de conceptos y desplaza todo aquello que no “funciona” a la velocidad a la que va el mundo.
La automatización, en diferentes ámbitos de la ciencia, la economía y la vida en general, ha ido produciendo un fenómeno de obsolescencia que no sólo induce al consumo de objetos en obediencia a tendencias impuestas, sino también a la demanda de conocimientos que enriquezcan nuestro capital académico y que abran camino dentro de las nuevas dinámicas de consumo a las que el mundo le apunta. Y es que las profesiones también están obligadas a renovarse o a complementarse para evitar ser desplazadas y reemplazadas por nuevas propuestas que traigan consigo maneras distintas y más efectivas de hacer las cosas, así ello implique deshumanizarlas.
A pesar de ello, existen cosas que una máquina jamás podrá hacer en reemplazo de una persona, por más eficiente y bien programada que ésta última se encuentre. La ventaja que tendrán por siempre las personas sobre las máquinas radica en esa sensibilidad orgánica que les hace conectar ideas y armar un concepto que mezcle conocimiento, emoción e intuición, y que acaba convirtiéndose en un proyecto con el cuál se puede apostar por un cambio, sin importar el ámbito en el que se den; lograr conectar pensamientos, sentimientos, modos de percibir el entorno y conocimiento es una potestad que sólo tenemos las personas y es una cuestión que, sin importar lo que digan los escépticos partidarios de la “exactitud” de las máquinas, enriquece una propuesta y la logran llevar al punto de convertirla en una revolución.
La misión entonces es humanizar nuestra vocación. No importa si se es diseñador o economista, lo que importa es conectar nuestro conocimiento académico con disciplinas que complementen nuestro saber y permitan involucrar esa sensibilidad que nos hace humanos y que, sumada a nuestro conocimiento, nos hace irreemplazables. Por ejemplo, si eres economista y aparte sientes que te comunicas fácilmente y te gusta investigar plantéate ser una promesa del periodismo económico; si eres médico y te apasiona descubrir procedimientos o compuestos que curan, dedícate a ser investigador científico y enfócate en un tema que no se haya tratado ¿Por qué no?
El objetivo no es detener el rumbo acelerado que el mundo lleva, es lograr embarcarnos en él y ser un engranaje más en la maquinaria que lo mueve, porque el destino podrá apuntar a que todo sea nuevo y automático, pero hasta en el proyecto más ambicioso para homogeneizar la vida siempre se va a necesitar poner algo que sólo nosotros tenemos por naturaleza, que nos hace diferentes y que mantiene viva la esperanza de un futuro mejor: el alma.