“Keep Calm And Jarte Chicha”

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“Keep Calm And Jarte Chicha”
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Lunes, Noviembre 18, 2019
https://bogota.gov.co/mi-ciudad/la-chicha-la-bebida-de-los-dioses-se-traslado-la-cultura-bogotana

Redacción: Daneisi Julied Rubio Rosero

En el centro de la cancha del Parque Jorge Nova en el barrio La Perseverancia hay una pareja que baila. La lluvia torrencial que cae desde los cerros bogotanos no los ha detenido y siguen dando brinquitos frente al escenario, mientras ella sostiene la chicha en la mano izquierda y él sujeta una sombrilla con la mano derecha. La bebida está tan buena y la carranga tan alegre que las inclemencias del tiempo son apenas un detalle del ambiente. “Quédese que esto se compone”, dice uno de los animadores del Festival de la Chicha, la Vida y la Dicha, seguido de los gritos de aprobación de un público resguardado debajo de carpas y paraguas que sigue danzando.

Esta es la versión número 23 de una tradición que lleva más de treinta años. “Al principio se hacía cada dos años y comenzó como un bazar del grupo Los Vikingos, pero tuvo tanta dimensión que la Alcaldía se dio cuenta de la proyección que tenía. Por eso la tomaron como patrimonio cultural”, relata Carolina Briceño, una de las ‘Chicheras’ del festival.

En los alrededores de la cancha hay cientos de personas buscando el preciado líquido. “Lleve la pruebita”, me dice Luis Álvarez, uno de los jóvenes emprendedores que le ha apostado al negocio de sus padres. Las chicherías en ‘La Perse’, como le dicen al barrio sus habitantes, son un asunto de tradición generacional que tiene su origen en los rituales ancestrales muiscas, donde el maíz era mascado y escupido en comunión por todos los presentes hasta formar el líquido, que luego servía de bebida. Ahora es diferente. Por temas de salubridad se tritura el maíz, se endulza con miel y se deja fermentar entre 15 a 18 días, no más, porque se pierde.

Las personas se amontonan al frente de las carpas y compran los botellones, las almojábanas, la fritanga y el masato. En el camino me encuentro con Omar López, un hombre que nunca ha probado la chicha y decidió venir al festival para eso. Cuando le sirven el primer vaso lo lleva a la boca sin pensarlo y se emociona. “Que lastima la lluvia, pero bueno, se viene es a disfrutar un rato”, dice y recibe el segundo vaso, entonces suelta una risotada y comenta: “Está como buena, ojalá no me haga daño”. Cuando lo dejo, se queda riendo y bailando con su familia.

Unas carpas más hacia el sur está Ángela Alarcón, productora de la chicha más famosa del festival: La Chicha de Doña Leo. “Participamos desde el primer festival de la chicha. Soy portadora de una corona internacional”, dice orgullosamente mientras recuerda los innumerables premios y asistencias a festivales a nivel nacional en los que ha participado. “Lleva el nombre de mi madre porque somos herederos de una tradición que viene desde mi bisabuela. Ella tenía chichería en Anolaima y se la dejó a mi abuela, quien le pasó la tradición a mi madre, Doña Leo. Después la recibí yo y el grupo de trabajo con el que estoy ahora son mis hijos”.

Mientras me comenta esto, los sucesores de Ángela reparten botellas a diestra y siniestra. La lluvia no se ha detenido y los compradores tampoco. En el fondo de la carpa hay un letrero que dice “Keep Calm And Jarte Chicha” y eso es lo que estamos haciendo todos, esperando pacientemente a que se calmen el temporal con un buen vaso de chicha en la mano. En carpas contiguas está Cesar Francisco Alonso Parraga, un productor de almojábanas y garullas que vino desde Soacha como invitado al festival.

- ¿Cómo ve el festival? – Le pregunto.

  • -  En lo poquito que he podido ver me ha parecido delicioso.

  • -  ¿Por qué?

  • -  He visto a la gente tomando chicha, una cosa que yo no veía hace por lo menos unos

    cuarenta años.

  • -  ¿Antes se tomaba más chicha que ahora?

  • -  Claro, en mi pueblo. Allá se dice “Tome chicha que es de Soacha”.

    Don cesar me cuenta que el municipio vecino era uno de los más grandes productores de chicha, pero la situación cambió debido a las exigencias del mercado. Por eso le sorprende ver tanta gente junta tomando la bebida ancestral y disfrutando, como si los años en que la chicha era satanizada como un producto embrutecedor y salvaje hubiesen quedado en el pasado. A su lado, los Carrangueros de Centro Oriente comienzan a tocar para exorcizar la lluvia. Son un grupo de hombres con sombrero que cantan con sus voces roncas: “Vamos torito viejo que tienes alma de acero y llevas en el hocico el alma del torero ¡Que vivía el festival de la Chicha!”, los presentes aplaudimos y respondemos al unísono: “¡Que viva!”.                       

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