Redacción: Nelson José Álvarez De León
Ilustración: Leonardo Gomez
Recuerdo que de pequeño también los veía así, pero solo bastaba con frotarme los ojos y regresaban a la normalidad. Quizá desde hace unos dos o tres años se volvió algo definitivo. Recuerdo que muchos de mis profesores me decían: “deberías mirar a la gente al rostro”. Al principio no podía pasar de los zapatos, con el tiempo miraba el torso y antes de hace un par de días ya había dominado ver sus caras sin que me importara.
Ese día como de costumbre; con sus dientes puntiagudos que se balanceaban con cada palabra que decía, con huecos por los cuales algunos gusanos blancos y gordos jugaban a la lleva según yo, me dijo buenos días de la forma más amigable que la profesora pudo. Pero ese día no iba a ser “como de costumbre”, me lo prometí en el que fue durante mucho tiempo mi único consuelo después de todo un día de ver aspectos horrorosos en la calle, el espejo. Iba a irme del salón como alma que lleva el diablo, pero justo me lo encontré a él, con sus labios de un negro tan intenso que parecía labial con ojos exageradamente alargados pero con pupila de reptil, con sus brazos largos y deformes que daban el aspecto de no tener huesos en su interior, su cabello que parecía la peluca de un payaso tinturada de negro, por último su rostro tan pálido que me atrevería a decir que era carente de color.
-Estoy triste- musitó mientras sus brazos se movían como una bufanda con la brisa y seseaba con su lengua bífida.
Muchos dirán que soy un canalla porque lo ignoré, sin embargo, esas dos palabras el las repetía muy seguido, la ultima vez que se las escuché antes de ese día fue porque le llevó flores a una chica que conoció dos horas antes y se asustó.
Me fui por toda la séptima y ahí en frente del museo de la independencia fue que la vi. Las dos primeras cosas que noté fueron sus ojos café grandes y alargados pero logrando ser finos, su boca imperfecta con un adorno perfecto que son sus labios. Su cuerpo tiene una constitución robusta típica de los indígenas del país donde vivo y típico de las mujeres que son más atractivas de este a mi parecer; la combinación genética con ibéricos de nuestro lado del charco le da unas piernas y caderas voluptuosas que afortunadamente se da en nuestra tierrita, su rostro con detalles del país del que algunas vez fuimos Colonia como la nariz, rasgos en los maxilares cincelados entre indígenas y lo que se conoce como gitanos, por ultimo una piel cobriza con una muy ligera tizna morena. Definitivamente no me cansaré de asegurar que ella sino es el mejor es uno de los mejores ejemplos de la perfección del mestizaje, de la magia de la mezcla.
- No se ve como los demás – pensé mientras me acercaba a ella abriéndome paso entre sacos de huesos con piel colgante, y cuencas gigantes para ojos muy pequeño.
- No te ves como ellos- musitó ella mirándome con una extraña expresión en su rostro.
Es indescriptible el coctel de sensaciones que experimenté, así que lo explicaré con esta exclamación que casi se me escapa en voz alta ¡Me entiende! Fuimos a comer una empanada, hablamos, nos reímos y mirábamos nuestros rostros como lo que eran, algo que no habíamos visto jamás.
¿Es hermosa no? – Me preguntó maravillada por una chica sentada diagonal a nosotros.
No pude contenerme y eso que lo intenté mordiéndome los labios y todo, le terminé diciendo que la veía horrenda. Ella no mostró ninguna sorpresa en su rostro únicamente me dijo muy seria que tenía una nariz fileña, pómulos rosados proporcionales a su delgado rostro y ovalados bastante abiertos y brillantes, casi facciones de un ángel, de hecho, a todos ella podía verlos como ángeles o dioses. Me di cuenta porque salimos caminar y donde ella veía rostros bien definidos; pulidos, pulcros, cabellos perfectamente rizados o lisos en su totalidad yo veía caras hinchadas, casi deformes, llenas de salpullido y cabellos semejantes a un bombril.
- A ese hombre si tienes que verlo como es. Con su cabello sedoso, con un mentón que sobresale, perfectamente cuadrado y le da una presencia increíble - Me dijo de una forma muy enérgica
- Lo siento- Le respondí. Fijándome en que yo también podía ver ese mentón que tanto la deleitó, pero como si fuese una bolsa de paperas llena con pequeños huecos de color negro.
Nos vimos unas cuantas veces más en el centro, pero con el tiempo ella empezó a fastidiarse de como yo veía a las personas, pero no era mi culpa. Ofuscada me decía que era horrible que viera a las personas de semejante forma. La callé un día diciéndole: “Vete a la mierda” ¿En ese caso por qué insistes en salir conmigo? Con el mismo tono serio del día que la conocí ella me contestó: Ya te dije te luces distinto a todos ellos.
Entonces sentí un cosquilleo en mi cabeza y que el aire se me fue por unos segundos, le dije que tenía que ir a mi casa y me fui dejándola en medio de la plaza de Bolívar. Cuando me monté en un bus camino a mi casa el cosquilleo se volvió incesante. Se me vino a la mente una escena de cuando era niño, iba con mi mamá y me quedé petrificado porque vi a una mujer con pico de un gallo y una piel que parecía de goma, que le escurria por todo el rostro, un hombre con boca circular y los ojos totalmente en blanco y demás monstruosidades acostumbradas. Y lo que en ese entonces funcionaba para dejar de verlos muchos años después volvió a funcionar, frotarme los ojos. Las que tenían cabellos de serpiente no tenían más que pelo normal, los que tenían cráteres llenos de materia solo tenían granitos, los vi como lo que son, seres humanos con belleza e imperfecciones.
Llegué a casa, se me resbalaron dos veces las llaves de las manos del afán que tenía por entrar. Tenía miedo, pero tenía que hacerlo, tenía que asegurarme del que fue mi único consuelo en los últimos años, el espejo. Me hice en frente de él con los ojos cerrados, me empezó a arder todo el rostro, sentía que se me estaba cayendo a pedazos y aún no había sido capaz de abrir los ojos. Echarme agua en la cara solo lo empeoraba, me secaba la cara con una toalla tan fuerte que estaba irritando mi cara. Finalmente abrí mis ojos, bajé la toalla lentamente y alzando un poco mis ojos me fijé que ahora tenía chicones gigantescos que deformaban mi rostro algunos con tonos rojizos y otros con tonos morados y mis cejas pasaron a ser como las barbas de los adolecentes (de tres pelos). Entonces con resignación y con el tono mas irónico que he escuchado de mi propia voz me dije:
-Entonces es así como me veía ella.