Redacción: Sofía Acero
Ilustración: Carmen Paola Garzon Cristancho
Existen cosas mucho más peligrosas que los terremotos, los tsunamis y los incendios; incluso hay actitudes mucho más letales que los virus y las enfermedades. Si no me crees, solo echa un vistazo a tu alrededor y fíjate en la destrucción que causan las palabras llenas de amargura e ingratitud, como una lengua llena de veneno es capaz de incendiar bosques, devastar sueños, aniquilar relaciones y quitar las ganas de vivir.
El verdadero reto es buscar el agua en medio del desierto, mantener la esperanza de hallar el bien donde parece que la maldad ha cimentado su reinado. Es demasiado sencillo dejarse llevar por el pesimismo, sobre todo si miramos a nuestro alrededor y todo parece muerto, si nos asomamos por la ventana sucia y vemos las calles desoladas, si prendemos el televisor o iniciamos sesión en alguna red social y son las malas noticias las que lo invaden todo, cuando nos damos cuenta de que nadie está a salvo y podríamos ser la próxima víctima en un mundo cada vez más roto, cada vez más deprimido, cada vez más resentido.
Es por esto que necesitamos de una fuente inagotable de humanidad, que produzca gotas frescas de solidaridad, amor y compasión, que ahogue todo incendio de juicio, queja y egoísmo. Es una meta que solo los más valientes pueden lograr, claramente creer en el bien sin pasar por ingenuo es todo un desafío, este implica buscar en lo más profundo del corazón de otras personas la bondad que seguramente tienen detrás de muros de dolor, requiere apagar todo el ruido que hacen aquellos que se encuentran en su propia misión de destrucción, con el fin de escuchar algo diferente a lo que todo el mundo está escuchando, y por lo tanto hacer algo diferente a lo que todo el mundo está haciendo. ¿Qué tal si nos convertimos en regaderas capaces de erradicar todo desierto de empatía?