Redacción: Sofía Acero
Ilustración: Luisa Fernanda Mora Zapata
Había una vez una princesa que no quería ser princesa. Esa princesa era yo, y estaba realmente cansada de asistir a bailes reales y no poder pronunciar palabra alguna, porque si lo hacía con seguridad me mirarían con ternura y no me tomarían en serio, además, no había ningún joven en la corte que me llamara la atención, pero todos querían casarse conmigo, los corsé me estaban destrozando las costillas y aún no entendía para qué tantos cubiertos sobre la mesa. Me sentía como un florero en medio de un mundo sin flores.
Yo no quería zapatillas de cristal, no me interesaba tener el pelo largo para dejar entrar a algún descarado que pretendiera que me gozara en que me dejarán doliendo la cabeza después de tanta jaloneada, con seguridad no hablaba con animales, al menos que contemos a los invitados de mi padre, con los que, como les dije anteriormente, no podía mantener una conversación; ni siquiera me gustaba cantar, jamás besaría un sapo y aunque me gustara dormir bastante, que alguien se atreviera a despertarme con un beso (teniendo en cuenta el aliento mañanero y, bueno, el respeto), no me parece nada atractivo.
En esta cueva oscura intento recordar todo lo que me trajo aquí, después de haber aguantado hambre por días y dudado muchas veces si escaparme de mi confortable castillo fue una buena idea; todo parecía tan complicado, no habían hadas madrinas por ningún lado, pero yo misma era la que renegaba de ellas, así que solo quedo yo para defenderme a mi misma. Fue un camino arduo el que tuve que cruzar para conocer lo que realmente me apasionaba y es estar entre las olas, conocer las profundidades del mar y cada secreto que me es revelado por él. Descubrí que mi lugar estaba en medio de tormentas, truenos, lo inesperado y la adrenalina y en busca de un barco que me permitiera hacer todos mis sueños realidad conocí a Cristopher, un pirata que no tenía nada que ver con los príncipes que conocía y que me abrió las puertas a un mundo totalmente diferente. Pase de una vida donde era todo lo que otros querían pero donde me desconocía.
Mirar cara a cara a mi padre después de tantos años ha sido lo más difícil que he tenido que hacer. Con mi ropa sucia, muy diferente a los vestidos elegantes que podía elegir cada día en aquel lugar, convertida en su dolor de cabeza a causa de todas las revueltas que causabamos en las aldeas, y convencida de que nunca jamás lo volvería a ver, tuve que reunir todas mis fuerzas para mirarlo decidida, rogando al cielo que no notara mis piernas temblando y el latir frenético de mi corazón no logrará escucharse. Seguramente lo logré, porque volteó su rostro y todo indicio de reconocimiento fue borrado de él, entendí que no me perdonaría que me hubiese escapado. Pero en mi no había arrepentimiento, y después de lograr nuestra misión, partimos y no miré atrás.
Y espero que con este relato te des cuenta de que no todo es lo que parece, los cuentos de hadas terminan siendo prisiones de vidas que nadie quiere vivir y que lo muestran todo demasiado sencillo. Por fin había encontrado mi lugar en el mundo, en el que yo misma me había abierto paso y era capaz de defenderme, de ser quien era en realidad aún compartiendo mi vida con alguien más, donde la felicidad se construía día a día y no implicaba que todo fuera perfecto. Logré crear mi propia realidad y con total seguridad te puedo decir que los príncipes azules están bastante desteñidos y los cuentos de hadas, sobrevalorados.