Un sutil olor a panela, una casa y diez niños en el seno de una familia pueblerina forman parte de esta historia que se desenvuelve en el municipio de Villeta. Día a día, Hernando Barahona, por ese entonces un niño de seis años, se levanta y corre a saludar a su mamá con la ilusión de encontrar sobre su mesa un plato de comida antes de irse para el colegio. La familia Barahona era la típica familia villetana, acompañada del clima cálido, los paisajes encantadores y la caña de azúcar. Generación tras generación, la dulzura panelera había sido su mayor herencia.
Según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación en Colombia, publicado en 2018, la producción de panela constituye una de las principales actividades generadoras de ingresos para más de 70.000 familias. Involucra directa e indirectamente 350.000 personas entre productores, trabajadores y comerciantes. Genera el equivalente a 120.000 empleos permanentes, ocupa 226.000 hectáreas en el cultivo de la caña y contribuye con el 6.7% a la formación del producto interno bruto agrícola. Villeta hace parte de esta producción.
Los padres de Hernando, a diferencia de sus abuelos, no eran productores de panela. En días buenos, el estómago de su abundante familia podía sentirse satisfecho, pero según relata Mireya, hermana de Hernando, en ocasiones debían escoger cuándo comer: en la mañana, en la tarde o en la noche.
Con un extraordinario talento que fue perfeccionando con el paso del tiempo, avanzó en sus estudios y en el colegio. Para nadie era un secreto que con sus manos convertía en magia cada uno de sus trazos. Amaba pintar figuras representativas de su pueblo natal, era su legado, su forma de expresar el amor hacia sus abuelos, campesinos paneleros, y demostrar el orgullo de esta labor. Pintaba trapiches, moliendas, matas de caña y familias campesinas.
Con la muerte de su padre la familia decidió que cada miembro debía conseguir una parte del sustento para que así la carga económica no cayera sobre la madre. Hernando, con siete años, hizo de su mayor pasión una oportunidad de ayuda. Todos los días llegaba al salón de clases con infinidad de dibujos, mapas, esqueletos para biología y pinturas que él mismo había inventado con la ilusión de volver a casa sin ninguno de ellos, pero sí con el bolsillo lleno. Con los años, Hernando continuó pintando y vendiendo aquellas obras de arte por el pueblo.
Al terminar sus estudios, decidió dedicarse completamente a la pintura. Creía que era para lo que había nacido. Cuando cogía su pincel se transportaba de lugar, recorría sitios en los cuales siempre había soñado estar.
Rut Góngora, una amiga cercana que desde el principio confió en él, le ayudaba consiguiendo clientes para que él los enamorara con sus obras. No obstante, el dinero que conseguía a través de su arte no era suficiente. Decidió entonces trabajar como maestro de construcción, un arte diferente en el que tuvo que confiar mientras recaudaba dinero para volver a hacer lo que amaba. Se dedicó varios años a esta labor, eso sí, sin descuidar nunca su pasión.
Un día cogió su pincel y en un lienzo deslizó delicados trazos con tonos azules, verdes y amarillos. Los tonos empezaban a tomar forma de un lugar soñado, un río interminable, según él. Aquel sitio, que solo había visto a blanco y negro por estampillas y periódicos, en sus sueños lo veía radiante y lleno color.
Primeras esculturas en el parque principal de Villeta y mayor atractivo para nativos y turistas. Foto: Diana Beltrán.
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En enero de 1979, junto con sus amigos, decidieron emprender hacia algún lugar del mundo caminando. Hernando, con esas dos armas que la vida le había regalado, un pincel y unas cuantas pinturas, salió en busca de una travesía, de algo para explorar y poder retratar. Junto con sus amigos caminaron durante dos meses, acampando donde les diera la noche. Muchos desistieron, pero él estaba decidido a cumplir uno de sus mayores sueños: conocer el mar. Faltaban unos días para llegar como caminante, pero un par de horas más adelante, sin pensarlo, cuando nadie estaba atento, se subió a la parte de atrás de una volqueta que iba pasando y cayó en un sueño profundo.
Luego de varias horas despertó en Barranquilla, Atlántico. Corrió hacia la playa, y sin importar que no llevase un traje de baño puesto, saltó y por fin pudo sentir cómo era estar en agua salada. Cansado de un largo viaje, se acostó debajo de un chinchorro y ahí pasó la noche. Cuando despertó eran las cuatro de la mañana.
Llegó justo para la celebración más esperada de la ciudad: el Carnaval de Barranquilla, que se celebra todos los años durante el mes de febrero. Con solo un pincel y un tarro de pintura negra, plasmó en camisetas figuras representativas de esta celebración. Tuvieron gran acogida, cada persona que las veía se enamoraba y decidía llevarse un hermoso recuerdo de aquellas fiestas.
Mientras tanto en Villeta, su mamá y hermanos no recibían noticias de aquel joven que se había ido desde hacía más de un mes sin decir ni una palabra. Moisés Cifuentes, un amigo de la familia, cuenta que los vecinos murmuraban entre ellos “como que está en la Costa; debe estar en la ciudad pintando”, pero nadie sabía con certeza qué había sucedido.
Al amanecer del día sesenta y tres, Hernando decidió volver a su pueblo de la manera en la que se fue: sin avisar. Fueron otros dos meses caminando. Cuando regresó a su casa, como digno hijo pródigo, su familia lo recibió con los brazos abiertos y con agua de panela propia de la región que lo vio crecer.
Después de la gran travesía, Hernando estaba listo para crear nuevas y mejores obras. Villeta, la panela y los campesinos estaban preparados para ser la musa de aquel hombre que deseaba mostrarle a Colombia lo bonito de su cultura. En ese mismo año, la entonces directora de oficina de Turismo Recreación y Deportes lo llamó para trabajar en la publicidad del Reinado de la Panela, una celebración típica del pueblo. Sin dudarlo, Hernando aceptó la propuesta.
Manos Villetanas. Representan a cada persona del pueblo. Personas que cada día se esfuerzan para que los visitantes o turistas se sientan como en casa. Foto: Diana Beltrán.
El Reinado Nacional de la Panela hace parte de las fiestas populares que se realizan, en casi todos los departamentos de Colombia, el primer mes de cada año. Este festival turístico es celebrado desde 1977 como homenaje a la labor ardua y artesanal con que los campesinos de la región elaboran panela. Colombia es el segundo productor de panela en el mundo después de la India. No por nada, este alimento cuenta con su propio festival; de hecho, como en este país se le ha dado gran importancia al certamen de belleza, este es uno de los cuales se crea con sentido de integración regional y nacional, compartiendo un vínculo común, el de la panela.
El maestro Barahona ha creado los afiches publicitarios e invitaciones del Reinado de la Panela. También ha estado a cargo de la publicidad del Festival Departamental de Bandas, fiesta que reúne a 1.154 músicos del departamento de Cundinamarca.
En 1999, el alcalde de Villeta, Fernando Montoya Ortega, junto con el Instituto de Cultura y Turismo, realizaron una serie de actividades orientadas a exponer cuadros hechos en óleo sobre temas relacionados a los paisajes y personajes emblemáticos del municipio. Todo esto en el parque La Molienda, en Villeta. El alcalde llamó a Hernando y le ofreció ser parte de la exposición. El artista llevó unas cuantas pinturas que había hecho inspiradas en la molienda, la familia y el trapiche.
La dirección de Cultura y Turismo le propuso a Hernando esculpir el arte plasmado en sus pinturas. No había hecho esculturas de gran magnitud, sin embargo, aceptó la propuesta, pensando que, tal vez, gracias a que trabajó en construcción, no se le dificultaría.
Luego de varios intentos fallidos y muchos moldes hechos en cartón y barro, aquel pintor y publicista se convirtió en escultor empírico. Sus esculturas, compuestas por cinco piezas que muestran la evolución de las herramientas para la fabricación de panela, tuvieron una gran acogida: las pusieron en el parque principal del municipio. Plasman la fuerza del trabajo que caracteriza a los campesinos. Un año después, estuvo encargado de hacer las esculturas para el desfile de carrozas en el Festival Nacional de la Panela. Sus cuadros, por otro lado, adornan las paredes de las oficinas de la Alcaldía.
Barco de los sueños. Además de tener el autógrafo del maestro Escalona, este barco representa la amistad que tenían los maestros Hernando Barahona y Rafael Escalona. Foto: Diana Beltrán.
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El 9 de abril de 2003 la Secretaría de Cultura de Cundinamarca inauguró una exposición de obras de arte de Hernando. Las obras, exhibidas en Bogotá por diez días, estaban compuestas por dibujos coloridos, colores expresivos y escenarios naturales.
Cuatro años después, en enero del 2007, la Alcaldía Municipal de Sasaima se comunicó con el maestro Barahona para hacerle una propuesta. Hoy en día aún se exhiben sus esculturas de manos con frutas y herramientas, personas cuidando animales y trabajando por su tierra. Todo esto alusivo a campesinos que aran la tierra a diario.
En ese mismo año, en la 28ª versión del Festival de la Panela en Villeta, el pueblo le hizo un homenaje al maestro Rafael Escalona, una de las grandes figuras vallenatas. El maestro recorrió lugares turísticos de Villeta y probó la comida típica de esta zona: la panela, la melcocha, el melao y otros productos derivados del azúcar.
En esa ocasión se conocieron los dos artistas: el compositor y el escultor y pintor. Hernando le mostró cuadros que había hecho recientemente y donde estaba plasmada la historia de muchos villetanos. Escalona le dijo a Hernando que amaba su trabajo y que estaba decidido a ayudarle, que lo iba a apoyar. Intercambiaron números y le compró cuatro cuadros. Escalona le obsequió a Hernando un barco de madera autografiado por él, para que recordara siempre que tenía un amigo y un apoyo.
Pasaba el tiempo y Hernando seguía llenando cada rincón de Villeta de amor por el arte, la pintura y la escultura. La dirección de Cultura y Turismo le ofreció ser el profesor de la escuela de Arte y Pintura del municipio. Él accedió, y desde entonces, los sábados y domingos está en la famosa Concha Acústica Villetana, lugar donde los jóvenes y niños artistas se reúnen para aprender del arte.
El maestro Hernando ama enseñar y ver cómo los niños se apasionan por aprender, por ejemplo, técnicas en óleo. July Galarza dice que sus hijos esperan con ansias cada fin de año, cuando Hernando, junto a sus estudiantes, hace exposiciones de arte con más de 170 obras. Los padres de los niños que asisten a la escuela de artes dicen que se sienten orgullosos del alcance que han tenido. Creen que Hernando es un excelente profesor y que, gracias a este espacio que él ofrece, niños, jóvenes y adultos amantes del lienzo pueden mostrarle a propios y turistas el talento villetano.
Cada semestre, Hernando recibe en su taller jóvenes estudiantes de Bellas Artes, (casi siempre de la Universidad Nacional), para orientarlos en su proceso de aprendizaje y ayudarlos a explotar su talento.
En este taller Hernando pasa la mayoría de su tiempo. Días enteros entregados a la pintura y a la escultura. Foto: Diana Beltrán.
Hoy en día, debido a la pandemia por la Covid-19, Hernando se familiariza un poco más con las redes sociales: creó su propio canal de YouTube para estar cerca a sus alumnos y, por qué no, a más personas que desean aprender mientras están refugiadas en casa. Allí sigue dictando sus clases de dibujo y pintura. Cada semana sube un video nuevo con el deseo de llevar a cada hogar un poco de color y felicidad junto a sus obras.
Luego de ver su pasado y presente, de mirar a su alrededor y ver algunas de sus pinturas y esculturas en el taller de su casa, Hernando sonríe, en su cara resplandece un brillo diferente, como si de un amanecer se tratase. Este pintor, escultor y publicista está muy orgulloso de lo que ha logrado y siente una gran satisfacción al ver cómo sus obras cobran vida con cada pincelada. Sonríe y termina “No estoy lleno de plata, pero de satisfacciones y felicidad, sí me he llenado mucho”.