Redacción: Lular Pantoja
No puedo pensar en otra cosa. Todo está oscuro, yo sé que tú lo ves. Apenas logro ver a lo lejos el par de faroles que aún funcionan en la cuadra del circo, la neblina no me deja mirar si tengo algo o a alguien al frente, pero voy a paso rápido por si aparece en la oscuridad algún pensamiento macabro de alguien persiguiéndome. No lo sé, pero siempre me sucede eso cuando camino en algún callejón oscuro, tal vez son las almas que quedaron allá pasmadas de algún fuerte invierno o alguna tremenda peste. Rápido, pienso y saco del bolsillo del gabán el hermoso reloj dorado que alguna vez mi bisabuela me regaló, aún funciona perfectamente. Faltan unos cuantos minutos para la función y ya veo las luces de la carpa que en la noche resaltan; la gente elegante entra; las mujeres de gancho de los brazos de sus parejas amarradas como garrapata burguesa hambrienta de espectáculo.
Entro por la parte de atrás pues es por ahí por donde debo hacerlo. Nadie puede verme cuando no hay aspecto más tentador de observar que el mío, cojeando porque solo tengo tres dedos en cada pie y por algún motivo me desequilibrio, o seguramente es por la falta de una oreja, aunque escucho por la boca a la perfección y miro de reojo con mis ojos azules la entrada en donde todos me esperan.
Voy vestido de rojo, me encanta, pues disimula bien la mancha que siempre traigo desde el burdel.
-Apúrate idiota- me grita Dorothea golpeándome con su largo cabello blanco, y al girar observo de nuevo como cada noche, su media cara quemada y su ojo vacío, se lo quitó su padre al nacer antes de su irremediable suicidio.
Estoy apresurado y de repente el silencio abarca todo, desde el camerino hasta la gran arenera que nos espera. En la entrada está Donato quien cuida de intrusos y a la vez es parte fundamental del espectáculo, una noche mató a un elegante burgués porque se burló de su amada Dolores, tal vez por sus hermosas tres piernas, aunque siempre he creído que la del medio es una cola larga como la de un mono.
La música empieza, el bandoneón solloza por su melodía trágica y el violín de Mario lo acompaña mientras lo hace sonar; su boca canta tonadas de silencios, nació sin lengua y cuando estamos en la mesa todos reunidos preferimos que él se siente en la cabecera porque al intentar comer escupe y a veces vomita todo a su lado.
Sale Virginia tan elegante y con su cabello trenzado negro, todos sabemos que es una bruja, pero nadie se puede enterar, si la queman a ella, también nos queman a nosotros. Dicen que hace cientos de años lo intentaron y una niña en la mitad de la plaza lloraba y hacía retumbar el mortífero gentío que alrededor de la bruja reía; cayó un rayo en su rostro y desapareció sin dejar rastros, solo una pequeña niña muerta en su remplazo quemada y ahogada en llanto.
-Bienvenidos sean todos al espectáculo más auténtico de Rusia entera- Gritó Virginia.
Al instante salí yo, y por supuesto atónitos quedaron todos. Irremediablemente nunca habían visto algo como yo, una bestia como yo, lo peor caído cual ángel del cielo negro de la noche. Mi cuello es tan largo como mi antebrazo y mi cara llena de pelo, donde lo que resplandece bajo el farol es mi mirada azul penetrante; mi cuerpo de medio metro y mi voz de mujer. Agarro de mis bolsillos las manos recién amputadas de aquella prostituta de la noche, eran lo más hermoso que había visto y tenía que utilizarlo para mi acto. Malabares por aquí y malabares por allá, la gente me grita, me ama y se burla y yo solo lloro. Como todos en las noches en el circo oyen el murmullo de un gemido infernal de una violación y de una tristeza profunda por el destino.
Todos hacen sus trabajos anteriormente ensayados, y sale ella, sale ella y la sala entera llora, preciosa payasa que hipnotiza, sus ojos son cual perlas amarillas, grandes y delineadas de negro; su mirada es como la de un gato; su nariz es naturalmente roja como una cereza, y su boca es rosa. Su cara tremendamente pálida y su cabello corto negro; ella cierra los ojos y empieza a cantar. Debajo de su falda hay dos palos de madera, sus muñones sangran y gota a gota dibujan un rostro en el escenario, sus manos no tienen uñas y su canto se vuelve un grito de angustia. Inesperadamente, como en cada acto, empieza a ascender, mientras Giorgio y yo vamos esforzándonos en las poleas para verla volar. Vuela y el público la aclama cerca, tiene un perfume a Jazmín y sus ojitos empapados de dolor me miran pidiendo ya bajarla del cielo.
Estoy profundamente enamorado de Magda, ojalá me perdone por lo que hice anoche, la violamos con Donato, pero ahorita me dispondré a lavarle sus muñones de piel suave y preciosa, sangrienta pero mojada, así me puedo acercar a su entrepierna y Virginia no se dará cuenta, la última vez que sucedió, me vio mirando a Magda y me amarró a un poste que ella misma construyó con ramas de ortiga.
Lo tenemos todo preparado para hoy, esta noche será la noche.
Las luces se apagan y los arrogantes del público claman más espectáculo; niños gritando y tirando toda clase de comida a nosotros, nos gritan como cada noche y nos recalcan nuestra postura infernal en el mundo y nuestro aspecto desagradable.
-Malditos- me digo en voz baja a mí mismo, mientras me escurre una gota de sangre de la boca.
Empieza a sonar cada vez más alto la música cirquera de mi corazón, y es el momento de los payasos, esos enanos sucios que pasan su vida borrachos y llorando, hacen reír a la gente asquerosa que los mira y se apaga la luz completamente.
En el centro de la carpa resplandece un foco de luz blanco, es la negra Catarina, su sola presencia da terror, y el silencio inunda la plaza del inconsciente que nos inventamos todos y cada uno de los fenómenos, el público siente el desespero, pues ni una risa se escucha, mientras Donato cierra todas las puertas del circo.
Entra Magna la payasa y empieza a cantar mientras la negra Catarina reza a quien sabe que santo, seguramente al diablo pues es quien nos abraza en las noches en el profundo negro de nuestras vidas nocturnas y asquerosas.
Aquí es donde ustedes giran sus cabezas y tensionan el cuello por si ella les besa la nuca de su cuerpo, y sienten el fuerte y frío aliento de la negra Catarina, todos nosotros, incluida Virginia, formamos una media luna en torno a Magna y entra el profundo llanto y terror del público.
- ¡Auxilio! - grita la rubia de la fila tres, mientras Dolores la abraza con su cola larga y le muerde los brazos.
Hay algo que no les permite correr o moverse y entonces incontrolablemente yo empiezo a reír a carcajadas mientras todos lloran. Atacamos a todos y a cada uno de los sesenta y seis personajes burgueses que nos veían, a los niños los desmembramos y a los viejos les quitamos la nariz y los pies, a las mujeres jóvenes las violamos y las dejamos sin un solo cabello, pues se los quemamos y dejamos recorrer sus lenguas sobre nosotros. Magda canta, mientras sus muñones ya no dan más, y la hemorragia riega las bocas de los de la primera fila. Yo le corto las manos a todas las señoras mayores de sesenta años y les tatúo los senos con tinta sangre.
-A todos aquellos que nos llaman fenómenos
más tristes serán sus vidas desde ahora.
Muchos morirán, otros sobrevivirán.
Se quedan los vivos y pedirán de comer,
rogarán de limosna y serán parte de aquellos desmembrados.
Que tenga Dios piedad de ustedes.
Y que Nicolás II les dote de dinero heredado
Por asco y por desprecio.
Se quedarán acá junto a nosotros
y así morirán entre el pantano de sangre
verde oscuro de nuestra alma. – les grito con todas las fuerzas que mi garganta atrofiada puede sacar.
Obviamente a un par de ellos los torturamos como hicieron con Laura, una niña de doce años, la más joven del circo quien murió en un manicomio del centro de San Petersburgo.
Regamos agua helada en la cabeza de todos, y mientras todo esto sucedía empezamos de nuevo el espectáculo, todos empapados de sangre y riendo fuerte; Donato bailó la balada para un loco con Dolores; Mario ayudaba en el violín mientras Virginia le cosía una nueva lengua que acababa de amputar a la hija del zar; Magda se curaba las heridas y dejaba resplandecer sus senos que yo tanto deseaba comer; Dorothea ahorcaba a los niños con su cabello largo y cantaba Yo sé que estoy piantao.
Aquí se registró una masacre, la masacre más hermosa y cirquera de la historia de San Petersburgo, al fin y al cabo, en este circo todos estamos locos, bajo el subsuelo.
Así me encuentro yo, sentado en mi cama de tablas, escribiendo este sueño que se realizará si todo sale bien mañana, a mi lado está Magda limpiando los rastros de sangre de su entrepierna pues acabo de violarla, Donato ya se fue y yo agarro con fuerza mi revólver, del gatillo se desprende un coágulo de sangre, quizá de Magna o quizá de otra, aprieto fuerte mi cabeza contra este, se escuchan aplausos y enseguida, yo realizo mi último acto.
Después de todo, esto pasa siempre, a veces de forma distinta, pero la mayoría de las veces así tal cual.