El ser humano de a pie se define como un individuo delimitado por una única orientación sexual y una única identidad de género. La teoría queer o la exploración del género como un abanico de posibilidades, se abre en una sociedad cada vez más incluyente y menos conservadora. Aunque algunos espacios de esta sociedad se empeñan en decir que pertenecemos a una única categoría, y que esta debería ser respetada, personajes que desafían tales preceptos encuentran un lugar en la cultura que los observa con sorpresa. Esta es la historia de un hombre que en el camino hacia su cambio físico y psicológico se ha visto permeado por ambas visiones de mundo.
En un apartamento en el centro de Bogotá, entre los edificios y el ajetreo del diario vivir, vive David López, un joven estudiante de diseño industrial pronto a graduarse. Tiene 23 años y parece ser la encarnación de un sin fin de nuevas posibilidades físicas y psicológicas que no eran permisibles hace 30 años.
Su cuarto es pequeño, son cuatro paredes que albergan distintos espacios para su hacer académico y laboral. En una de las paredes está su armario, donde el cuero y el jean predominan en el vestuario que lo identifica a diario. En otra pared está ubicado su estudio, un improvisado set de mesa y computador con dos cámaras web de alta definición. A uno de los costados tiene una jaula, dos ratas viven dentro de ella, se llaman Puki y Rayo. Dos mascotas que según él avivan la compañía que no le proveen otros individuos. Las otras dos paredes están cubiertas por una ventana que da justo a la calle 31 con carrera 13, una maravillosa vista del centro de negocios de la ciudad. Junto a la ventana tiene ubicada una cama sencilla. Tiene pegados a ella afiches que denotan un gusto hacia la música hardcore, el punk y otros géneros musicales que a veces decidimos llamar oscuros.
A David lo conozco desde los 14 años. Ahora, en nuestros encuentros recordamos el colegio, nuestras salidas de fin de semana a centros comerciales e idas a bares donde como menores de edad éramos ilegales, pero aun así nos dejaban entrar. David me enseñó a fumar, me enseñó a tener carácter fuerte y a no ser inmaduro, dentro de lo que coloquialmente llamamos madurez. Su anterior casa queda en el barrio Ciudad Montes, donde pasamos la mayor parte de nuestra adolescencia. Allí él era un niño como cualquier otro, su cabello era normal de acuerdo a lo que la moda y el canon establecía, su rostro no tenía imperfectos, su piel blanca y tersa lo hacían destacarse como un sujeto atractivo e interesante.
A los 23 años ya no queda rastro del David que conocí. Ahora es un hombre que está a punto de terminar su carrera y que además tiene otros intereses musicales, artísticos y laborales. Su piel sigue siendo blanca, pero ahora está cubierta por tinta negra y otros colores: los tatuajes que se ha hecho a lo largo de dos años ahora demuestran la nueva identidad que David abraza en todo su ser. Una telaraña, una boca con una lengua bífida, una calavera, la muerte, la mariposa de la recordada película El Silencio de los Corderos (1991), rosas y ratas, un compendio de ilustraciones que marcan la superficie de la piel que ya no reconozco, pero que admiro por completo.
A pesar de su paso por la universidad y de estar pronto a recibir su título de diseñador industrial, David está viviendo un momento de su vida en donde su carrera no se entrelaza en lo absoluto con su actual entorno laboral. David es Dinamita, una mujer queer que trabaja como webcamer desde la comodidad de su alcoba. De ahí la necesidad de dos cámaras web ultra HD y una particular indumentaria que la hace lucir como una mujer atractiva, sexual, erótica y juguetona. El látex es el material textil que predomina en su guardarropa webcam, está presente en sus máscaras, sus guantes y otras piezas que usa para atraer clientela a través del chat. Los hombres más deseosos de encontrar en Dinamita el placer generado por su físico y su puesta en escena, son sujetos que van desde los 30 hasta los 50 años, extranjeros que desconocen por completo la identidad real de la mujer que ven a través de la cámara. Saben que es un hombre, buscan en Dinamita el juego y la interacción del género como el abanico de posibilidades del que hablaba anteriormente.
Dinamita trabaja en el horario de su escogencia y no está regulada por algún jefe o compañía. Usualmente son más de ocho horas en las que está montada, como dice ella, satisfaciendo las necesidades placenteras de sus clientes. El dinero le llega desde afuera: se lo consignan las páginas a las que está inscrita y, gracias al sueldo que ha hecho por medio del modelaje webcam, se pudo ir de su casa, de esa casa que recordamos con alegría, de la casa que queda ubicada en Ciudad Montes y donde ahora solo viven su madre y su hermana. Ambas mujeres han visto el cambio de un hijo y un hermano que no imaginaban que algún día estaría circundando el universo que ahora recorre. Su madre, una mujer conservadora, recatada y más bien seria, fue una mujer que en su momento le prohibió a David teñirse el cabello, hacerse perforaciones o tatuarse. Ahora es testigo de ese hijo que tanto restringió. Por otro lado, su hermana, que es la mayor de tres hermanos, es una mujer de 32 años que ahora respeta y acoge a su hermano como alguien que entiende y que quiere por encima de todo lo que él denota en su actividad física, laboral y psicológica.
Acordamos un encuentro para que fuera posible la vivencia de uno de sus shows webcam. Debía llegar a las cuatro de la tarde a su apartamento, habíamos concretado hacer una sesión de fotos durante su show. A las tres y media llegué a la estación del Museo Nacional. Compré dos cigarrillos esperando a poder fumarme uno con él. Cuando sentí que ya estaba lo suficiente cerca lo llamé. David me contestó luego de algunas siete timbradas, cuando por fin pude escuchar su voz la escuché algo lejana y un poco silenciosa. Lo único que logré entender de su respuesta fue que estaba ocupado y que lo esperara unos minutos. Yo lo había llamado en pleno show, sus privados, como los llaman usualmente los trabajadores webcam, son espacios en donde se encuentra por cámara con un cliente en particular. Dinamita se entrega por completo a los shows que hace, por eso yo tenía que esperar mientras ella terminaba de complacer al hombre con quien estaba chateando.
Más tarde, sin llamar de nuevo a David, me anuncié. Uno de sus compañeros de apartamento me hizo pasar. El hombre me saludó, era un sujeto de unos 27 años que se presentó como Green, yo le dije que me llamaba Sebastián. Sin alargar la conversación me dirigí al cuarto de David, estaba cerrado, yo sabía que él seguía allí, trabajando. La sala estaba pintada de negro, dos bicicletas estaban colgadas a la pared, algunos posters con ilustraciones punk decoraban el lugar, un gran neumático improvisaba una mesa de estar y una hamaca colgaba de dos paredes paralelas. Mi permanencia en la sala duró alrededor de unos quince minutos, un gato negro y uno blanco me hicieron compañía mientras David terminaba el turno que llevaba haciendo más de media hora.
Cuando David salió de su cuarto no era David, era Dinamita, me saludó con un gran abrazo y sonrió. Se disculpó por el tiempo que tuve que esperar y me explicó que llevaba cincuenta minutos hablando con un hombre del cual desconocía su identidad. El hombre le pagó unos sesenta dólares por el show que había hecho. Me hizo seguir al cuarto y descargué mi maleta, en ella llevaba mi cámara y una libreta de notas que decidí no usar durante todo el encuentro. El registro fue absolutamente audiovisual.
El cuarto de Dinamita ya lo conocía y me senté como en casa. Me dijo que tuviera sumo cuidado porque no podía salir en cámara, así que tuve que estar arrinconado hacia las esquinas del lugar, tirándome al piso y arrastrándome para que la audiencia de Dinamita no me viera. Durante todo el show vieron únicamente a Dinamita, pero yo estuve todo el rato observando desde los rincones, registrando los movimientos y las provocaciones que la atrevida joven elaboraba en un intento por llamar la atención de sus espectadores.
El comienzo del show fue sobrio, nada extrovertido. Lo llamativo de un personaje como Dinamita puede ser su indumentaria: su corpiño de cuero con arreglos de encaje y accesorios metálicos, la tanga que solo cubre la parte delantera de sus genitales, el maquillaje de colores anaranjados y verdosos, el cabello amarillo neón intenso y las medias veladas que le llegan hasta cierta parte de la ingle.
Me senté esperando que algo ocurriese, saqué la cámara y comencé a hacer mi trabajo. La fotografié chateando, sentada esperando por algún cliente, atenta y concentrada en sus tácticas de seducción. En esas un sujeto le habló, era el primer privado que iba a presenciar, eso no garantizaba que la viera desnuda o que hiciese cosas extravagantes. Dinamita hace lo que sus clientes le piden que haga, después de todo ellos son los que pagan. Me sentía como un espía con una cámara y al tiempo que ella modelaba para sus webcams ultra HD, también me modelaba a mí. En ese momento Dinamita se sentía como una estrella. Cuando el show terminó noté el cansancio de Dinamita, ella también lo expresó. Satisfacer a personas que exigen lo mejor de uno en situaciones de índole sexual es un trabajo de consideraciones físicas y emocionales.
La tarde llegaba y con eso el cansancio. Después de fumar algunos cigarrillos charlados, Dinamita me dijo alegremente que si la quería ver en látex. Yo asentí, era el momento que esperaba. Se alejó de las cámaras, se acercó a su armario y de allí sacó una bolsa transparente donde guarda el atuendo de látex que se compone de dos pares de medias largas, dos guantes que justamente le llegan hasta un poco más abajo de los hombros y una máscara con una cola de caballo larga de un color rojo sanguíneo. La máscara tiene tres agujeros grandes, dos para los ojos y uno para la boca. Además, dos pequeñísimos huecos permiten que Dinamite respire. Yo seguía tomando fotos, no quería perder la experiencia de verla montándose en otro de sus personajes, porque yo sentía que, aunque seguía siendo Dinamita, esta Dinamita era más salvaje y más oscura. Ella me dijo sutilmente que esperara a que estuviera lavada, eso significaba que quería que la viera brillante cuando le aplicara una sustancia aceitosa al látex para que este no se viera opaco. Sin embargo, yo seguí documentando.
Las mejores semanas de Dinamita son en las que logra hacerse 600 o 700 dólares, ha llegado incluso a los 1.200. Ella me comentó que le va tan bien porque trabaja en tres páginas al mismo tiempo, por eso tiene las dos cámaras, para poder moverlas y mostrarles a sus espectadores diferentes ángulos de visión. De las tres horas que llevaba en el lugar Dinamita había pasado de los 18 visitantes en una página a 38, ella me dijo que lo máximo que ha tenido son 70. Considerando eso poco cuando otras grandes estrellas de estas páginas logran acumular en sus visitas más de 600 personas. De su necesidad para hacer el trabajo no hay razones grandilocuentes o nostálgicas, hay más gusto y placer de trasfondo.
Dinamita se divierte haciendo lo que hace y eso es algo que otros espacios no le podrían haber brindado. Comenzó trabajando en un estudio del cual no mencionó el nombre ni tampoco la ubicación, entre otras razones porque había problemas legales que le preocupaban. Duró un año siendo empleada del lugar, tenía que cumplir un horario y una cuota. Por esas razones Dinamita decidió armar un pequeño estudio en su cuarto y trabajar por sus propios méritos, razones y delimitaciones.
De nuestros varios encuentros el espacio laboral no es el único que predomina, la fiesta y el plan de tarde relajado también son destacables. De la música que David prefiere se encuentran géneros musicales como el hardcore, el punk, el post-punk, el hard-techno y el techno. Durante todo el show que presencié escuchamos música industrial, techno y reguetón, el añadido para hacer soltar algunas carcajadas o para seducir eróticamente a sus visitantes.
Cuando llegué hice una pregunta directa, pero sin intención cortante, quería saber su horario de trabajo del día. Me había dicho que iba a trabajar hasta las ocho de la noche. Luego de sobrepasar la meta del día, que eran 100 dólares, Dinamita se veía cansada y concentrada en otras cosas, con el dinero que había conseguido ya se había comprado una chaqueta que esperaba le llegara hacia el final de la semana. Consideré el proponer que, si podía parar, que comiéramos algo. Ella accedió, el día lo terminamos con pizza y gaseosa.
David existe en la calle, Dinamita existe en el interior. Para avivar uno de los muchos espacios musicales de David fuimos a OCTAVA, un bar que queda ubicado en la localidad de Chapinero. Es un espacio de dos pisos y una terraza donde se escucha techno y donde cada noche de fin de semana se encuentran personas de todas las categorías sociales para bailar al ritmo de los sonidos electrónicos. David no farrea como Dinamita, no sale montada ni se presenta ante la noche como tal. En la fiesta es David, sin embargo, esto no deja de ser sutil o simplón, su cabello llama la atención, sus tatuajes también lo hacen, sus perforaciones no dejan de hacerlo igualmente y otra de las características singulares de David es su lengua, una lengua bífida que, al igual que su distanciamiento con su antiguo yo, parte en dos lo que solía conocer o reconocer de él.
David ya no es un hombre cotidiano, ya no es un hombre del canon, es un hombre al que le urge la necesidad de un nuevo reconocimiento del género sexual pero que además desafía a regañadientes lo que la cultura espera de un hombre. A David aún le queda un semestre de diseño industrial. Entre su carrera y su vida social, Dinamita se abre paso para romper con todo lo que alguna vez le enseñaron como correcto e incorrecto.