Eran gente como nosotros

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“En esa época y a esa edad, de 17 años, usted tenía que pedirle permiso al papá y a la mamá si iba a salir del pueblo, si iba para algún lado. Nosotros nos fuimos a dar una vuelta. Uno piensa que lo van a matar, sentí mucho miedo. Después nos bajaron y nos empezaron a preguntar '¿quién es su papá?, ¿qué hace su papá?', y mi papá, en ese tiempo, era concejal en Samaná”.

Clemencia Díaz fue una de las primeras personas que cayó en la oleada de secuestros que desató el frente 47 de las antiguas Farc en el oriente de Caldas. Lo que era un tranquilo paseo en moto se convirtió en una pesadilla para ella, sus primos, amigos y familia. Un suceso del que no tenía certeza de salir viva.

 

Clemencia Díaz durante la entrevista en una cafetería en Bogotá. (Foto: Jairo Andrés Vargas)

Clemencia fue secuestrada el 6 de junio del 2000 entre Rancho Largo y el casco urbano de Samaná, (en un sector conocido como El Codo). Según el informe Una Sociedad Secuestrada de la firma Cifras y Conceptos y el Centro Nacional de Memoria Histórica, aquel se conoce como el periodo de “masificación” de secuestros de la guerrilla de las Farc: se reportaron 13.548 secuestros.

“Esa tarde ella estaba en la moto y yo estaba en la ventana con mi mamá, ella le dijo: 'Cuidadito se va para Rancho Largo, no se vaya a ir por allá.' Llegaron las siete de la noche y mi hermana no aparecía; las ocho y las nueve y mi hermana no aparecía. La buscamos desesperados preguntando dónde la habían visto. Como a las diez de la noche subieron dos primos súper asustados y nos cuentan que los pararon. Iban en una moto y se pincharon, y llamaron a otro primo para que les ayudara, y llegando a El Codo se los llevaron. ‘¡Tío, tío, no pude hacer nada, se la llevaron, se la llevaron!’ Gritaba mi primo”, cuenta Carolina Díaz, hermana de Clemencia.

Clemencia fue secuestrada con otras personas, entre esos sus primos, a quienes empiezan a separar en grupos pequeños de acuerdo a las instrucciones que recibían los guerrilleros por radioteléfono. Algunos fueron liberados en las primeras horas, pero Clemencia y otros fueron montados en la camioneta de un primo, y sobre las 5:30 de la tarde, trasladados cada vez más lejos de Samaná. Dice que al principio eran pocos los guerrilleros, pero al llegar a la plaza principal de Florencia, donde fue mantenida en un bus escalera, los hombres armados de las Farc eran más de 500.

La primera noche de cautiverio la mantuvieron en absoluta oscuridad en una casa abandonada en el sector de La Palma. “Me dieron ganas de ir al baño, me levanté y pregunté si podía ir. Me dijeron que sí, pero solo si iba con uno de ellos. Era un niño de 11 años y tenía un fusil colgado y que casi llegaba el piso, y también le quedaban grandes las botas. La verdad, a pesar de que fuera tan pequeño, sentí temor de él”, relata Clemencia.

En la otra habitación podía escuchar ruidos de personas, luego entendería que era un secuestro masivo.

Sector El Codo en la vía Rancho Largo – Samaná. Allí fue retenida Clemencia Díaz. (Foto: Jairo Andrés Vargas)

“Recuerdo hubo una reunión de la gobernación. Me pidieron que desmintiera todo el trabajo que había hecho en la serie Guerrilla con piel de oveja. Afortunadamente todos los alcaldes estaban presentes en la reunión y me apoyaron, porque ellos también vivieron la guerra”, cuenta Fernando Alonso Ramírez, editor del periódico La Patria, al hacer un balance sobre las épocas más fuertes del conflicto en el departamento.

En el recorrido desde su captura, Clemencia vio a lo lejos a su abuelo en la mitad de la carretera, pero para evitar una confrontación y por miedo a que la mataran, decide esconderse y esconder a su primo. Luego es llevaba a la escuela de Tarro Pintado, donde permanece todo el día, y se encuentra con el administrador de la finca de su papá. Finalmente, su primo es liberado, lo que la deja aún más sola. Luego es obligada a caminar por una montaña, y toman, en algunas camionetas, por otra vía.

“En la camioneta yo iba al lado de un guerrillero que era como un comandante. A mitad de camino le dijeron que una de las camionetas no funcionaba, a lo que respondió: 'lo que no sirve que no estorbe'. Acto seguido, se bajaron de la camioneta defectuosa y le prendieron fuego”, cuenta Clemencia, en uno de los episodios que más la impactaron de su secuestro.

Llegaron a Florencia en las horas de la madrugada. Allí, según el sacerdote Néstor Danilo Noreña, el frente 47 de las Farc tenía uno de sus campamentos más grandes llamado “Cristales”: les permitía desplazarse a San Diego, Argelia, Nariño. A partir de allí se dirigieron a Puerto Venus, y en la madrugada, el avión fantasma (la aeronave desde la cual la Fuerza Aérea realizaba bombardeos y seguimientos) inicia los sobrevuelos, lo que los obliga a detener la marcha, bajar de los buses escaleras y resguardarse en la vegetación totalmente quietos. No obstante, eso daba esperanza a Clemencia, pues sentía que la estaban buscando.

Información en portada de La Patria sobre el secuestro en el sector de El Codo. (Imagen:  Hemeroteca biblioteca Luis Ángel Arango)

“Cuatro años antes de que pasara lo de mi hermana se nos acercaron unos guerrilleros a hablarnos de su filosofía. Teníamos 13 o 14 años y nos decían que tranquilos, que no nos iba a pasar nada, que ellos iban a trabajar por el país. Nos tuvieron como una hora hablando y, aunque éramos pequeñas, ya sabíamos que era la guerrilla. Más tarde mi papá nos advirtió que teníamos que estar tranquilos, que era una realidad a la que nos enfrentábamos, y que más adelante iban a estar en todas partes. Que nos tranquilizáramos, que ellos eran gente como nosotros”, detalla Carolina, hermana de Clemencia.

Seguía el cautiverio. Sentaban a cada secuestrado frente a uno de los cabecillas para informar, en una estrategia de presión psicológica, que la familia los tenía completamente abandonados y no se interesaban por su libertad. También los amenazaban con el reclutamiento forzado.

 “El Paisa, que fue uno de los fuertes guerrilleros, fue nuestro conductor. Teníamos contacto con él, fue una persona muy allegada a la familia. Empezamos a saber que estaba en malos pasos, pero a mi papá le tocaba dar sus vacunas y era llamado a reuniones. El Paisa le decía que estuviera tranquilo, que con nosotros no se iba a meter”, relata Carolina.

La desolación de Clemencia aumentó cuando los guerrilleros entregaron a cada retenido un morral con una dotación de ropa y útiles de aseo. Las noches las pasaba en medio del frío, hojas de helecho hacían las veces de sábanas o cobertores, y en completa oscuridad, pues cualquier tipo de luz podía ser una señal para ser descubiertos. Pasaba los días hablando con los otros secuestrados, entre esos Elí, un amigo de la familia que duraría mucho tiempo más secuestrado y posteriormente sería alcalde de Samaná.

Alcaldía de Samaná, Caldas. (Foto: Jairo Andrés Vargas)

“Después llaman a mi amigo y me llaman a mí, y con un guerrillero nos dicen que nos fuéramos con él. Yo le decía al gordo que nos iban a matar.  Nos despedimos de don Elí y el guerrillero me dijo que tenía que ponerme las botas porque íbamos a caminar mucho. Yo les decía que no me las iba a poner y nunca lo hice, siempre estuve con mis zapatos, aunque me había puesto una sudadera que me dieron ellos”, dice Clemencia.

En Puerto Venus es entrevistada nuevamente por el cabecilla guerrillero de la zona, que le informa que a partir de ese momento la iba a dejar ir junto con el gordo, que por ser de la misma edad se convirtió en su amigo incondicional. Durante el secuestro es montada en un carpati, con dos desconocidos que emprendieron el regreso por un camino que no habían transitado antes y cruzaron el río Samaná.

Durante las tres primeras horas de ese recorrido, el miedo y la desconfianza reinaron y ninguno de los ocupantes del carro cruzó palabra. En alguno de los caseríos que atravesaron pudieron encontrar una cabina telefónica desde la cual llamaron a sus familias para avisar que ya estaban en libertad. Clemencia y su amigo son dejados en una de las entradas del municipio de Pensilvania, con solo unos cuantos billetes de dos mil que les habían entregado sus captores antes de dejarlos ir y con la amenaza de no poder decirle nada a nadie, pues los “sapos morían aplastados”, como les habían dicho los guerrilleros. Clemencia logra ver en Pensilvania un amigo de su papá, al cual se le presenta, les da algo de comida y logra que un carro los lleve hacia Samaná.

“Así usted sepa que va para su casa, sigue con ese miedo. A Samaná llegamos en la tarde y recuerdo que había mucha gente esperándonos”, Clemencia interrumpe la conversación y las lágrimas aparecen en sus ojos, es la primera vez en casi diez y nueve años que cuenta esta historia con detalles. “Mi papá casi se muere, cuando llegué vi fue un viejito barbado, mi mamá decía que él no comía, no quería ni bañarse, entonces, a pesar de ser un momento de tanta alegría, a uno se le hace muy duro”.

Clemencia fue liberada ocho días después de su captura gracias a un pago que realizó su familia a los captores. Estas escenas se hicieron habituales en Samaná, que llegó a estar prácticamente sitiado por la acción de los grupos armados en los primeros años de este siglo, Fernando Ramírez, editor de La Patria de Manizales, anota que por el Oriente de Caldas y el sureste antioqueño inició Álvaro Uribe Vélez su política de Seguridad Democrática, en la que declaró una guerra frontal a las FARC y al ELN que se movían en la región.

 

Noticia de la liberación de Clemencia Díaz en el periódico La Patria. (Hemeroteca biblioteca Luis Ángel Arango)

“En el territorio, por organización militar, la Cuarta Brigada llegaba hasta Nariño Antioquia, en límites entre Samaná y ese departamento, algo de la jurisdicción de Florencia y el área del Oriente de Caldas le correspondía a la Sexta Brigada con sede en Honda, entonces cuando la Cuarta Brigada apretaba hacia el lado de allá, estos grupos corrían hacia el lado de Samaná, y viceversa”, comenta Fabio Arias, alcalde de Samaná entre 1999 y 2001.

La guerra que Uribe Vélez declaró en micrófonos contra Karina, Kadafy y otros cabecillas dejó miles de desplazados, abandono de tierras y existen denuncias de casos de ejecuciones extrajudiciales. Finalmente, el frente 47 de las Farc es desarticulado hacia el año 2010, y los pocos efectivos que quedaban de esta agrupación fueron absorbidos por el frente 9, de donde se había desprendido décadas atrás.

Parecer ser que en Colombia todos tuvieran por lo menos un conocido que estuvo secuestrado o retenido, un drama del que muchos no regresaron. Una realidad que retuvo más que cuerpos y dejó encerrados sentimientos de dolor que apenas empiezan a salir a la luz.

 

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Esta historia hace parte del especial "Cuando en los tiempos de la violencia: historias de guerra , vida y resistencia en el oriente de Caldas" producido por el CrossmediaLab

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