Por: Massiel de los Ángeles García Lugo
Ilustración: Sofia Camero Cartagena
El pasado 27 de marzo se celebraba el día internacional del teatro, ¿y qué mejor manera de recordarlo que hablando del gran Shakespeare?
Por si no lo sabían, Shakespeare nació en Inglaterra el año 1564, fue bautizado el 26 de abril como Guilielmus Johannes Shakespeare, pero se dice que su madre lo había dado a luz 3 días antes; sin embargo, esta información es un enigma para muchos. Provenía de una familia de bajos recursos y fue el tercero de ocho hijos.
Antes de dramaturgo y poeta, Shakespeare fue actor, incursionando en este mundo teatral, se dio cuenta de lo mucho que le gustaba y comenzó a escribir obras de teatro, fue de esta manera en la que comenzó a escalar dentro de la alta sociedad.
A tan solo sus 18 años se casó con Anne Hathaway, quien era 8 años mayor que él; con ella tuvo 3 hijos, entre ellos el menor, llamado Hamnet —¿les suena?—, a la corta edad de once años, falleció. Shakespeare, hundido en su tristeza, escribió Hamlet. Después de esto, en su núcleo familiar solo habían figuras femeninas, sus dos hijas y su esposa; las tres eran iletradas (en esta época las mujeres tenían un papel secundario dentro del círculo familiar y en la sociedad en general, tanto así, que aún las mujeres no podían actuar en el teatro, por ende, todos los papeles femeninos en las obras de Shakespeare eran interpretados por hombres) y él era el único ‘ilustre’ de su familia.
En toda su vida escribió aproximadamente 155 sonetos y 38 obras de teatro, algunas románticas, como Romeo y Julieta; comedias, como El Mercader de Venecia; tragedias, como Macbeth; tragicomedias, como La tempestad; y dramas históricos, como Ricardo III. Colaboró en otras obras de otros dramaturgos, así como muchos colaboraron en las de él, ya que no todas fueron escritas al 100% por él.
Curiosamente falleció el mismo día en el que presuntamente nació, el 23 de abril de 1616. Su muerte se asocia con los altos niveles de alcohol que solía consumir, y se dice que padecía de cáncer por la misma razón. Sus restos fueron enterrados en la misma iglesia donde lo bautizaron, la Iglesia de la Santísima Trinidad, situada en Stratford-upon-Avon.
Shakespeare compuso su propio epitafio, dejando a su vez una maldición a todo aquel que osara profanar su tumba.
‘‘Buen amigo, por Jesús, abstente
de cavar el polvo aquí encerrado.
Bendito sea el hombre que respete estas piedras,
y maldito el que remueva mis huesos.’’
Muchos afirman que dentro de su tumba reposan las obras inéditas que nunca salieron a la luz; sin embargo, nadie ha osado comprobar la veracidad de dicha información —¿Quizás por miedo a la maldición del epitafio?—.
En fin, Shakespeare es considerado el mejor dramaturgo de toda la historia y se comenta que lo seguirá siendo por muchos años más.
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