Pese a las dificultades de índole social, económico y de abastecimiento de agua que sufren algunos municipios de La Guajira y del Magdalena, ambos departamentos tienen algo en común: un enorme potencial agrícola y energético que, en el caso del primero, se manifiesta en más de 312.000 hectáreas de tierras aptas para la agricultura, de acuerdo con Proexport, y respecto al segundo, se da por su alta participación en cultivos extensivos de banano, yuca, palma de aceite y maíz, según estimaciones del Ministerio de Comercio.
Conscientes de ello, sumado a la experiencia en investigación y desarrollo agrícola que el Centro de Biosistemas de Utadeo ha desarrollado durante casi treinta años en el altiplano cundiboyacense, especialmente con horticultores y floricultores, los investigadores tadeístas Carlos Bojacá, Rodrigo Gil y Luz Stella Fuentes, del Área Académica de Ciencias Biológicas y Ambientales, en conjunto con el equipo interdisciplinar de Penn State, liderado por Rachel Brennan y Paige Castellanos, trabajan en torno a brindarles soluciones sostenibles a estas comunidades del Caribe colombiano, basadas en el nexo existente entre Agua, energía y Alimento (WEF Nexus), metodología que está siendo implementada en nuestro país, gracias al proyecto de cooperación internacional que ambas instituciones llevan a cabo, que comenzó a forjarse desde 2019 y que hoy cuenta con un capital semilla para investigación entregado por Penn State, Icetex y la Embajada de Estados Unidos en Colombia.
“Tenemos la experiencia de haber desarrollado diferentes proyectos de investigación y en transferir tecnologías a sistemas productivos, así que uno de los retos del Centro de Biosistemas en estos proyectos es salir del centro del país y ampliar el campo de acción, pero también aplicarlas en estas comunidades”, relata Fuentes, directora del Centro de Biosistemas.
Otro de los retos, indica Bojacá, tiene que ver con que la metodología WEF Nexus es nueva para los investigadores en Colombia y que, por efectos de la pandemia, se ha limitado la posibilidad de interactuar en campo con los investigadores de Penn State. Sin embargo, la virtualidad ha permitido que, en términos de pares, este diálogo interdisciplinar sea fluido, constructivo y de aprendizajes en ambas vías. Por ejemplo, Fuentes destaca que el trabajo con el equipo de Sociología de la Universidad estadounidense ha sido grato.
“El grupo vinculado a los dos proyectos es amplio, tienen formación en diferentes áreas académicas, siendo esta una situación nueva para nosotros, por lo que implica ponerse de acuerdo en el lenguaje común y reconocer las necesidades e intereses de cada parte; se ha dado la mejor disposición de ambas partes por avanzar en el proceso y conocerse”, estima Bojacá.
Frente a ello, Gil es contundente al afirmar que una de las principales ganancias de estas iniciativas es la articulación con socios internacionales con Penn State, pero también que la información que se obtendrá servirá como base para poder presentar proyectos de investigación más robustos y enfocados en las regiones, que den cuenta de las realidades de los territorios y que posibiliten, a futuro, la presentación a nuevas convocatorias de financiación, especialmente del Fondo de Regalías.
En el caso de La Guajira, el proyecto busca impactar a las comunidades indígenas Tomarrosira y Pitshushamana, ubicadas en Manaure y pertenecientes al pueblo Wayúu. De acuerdo con Bojacá, quien lidera este proyecto, en los primeros acercamientos con las comunidades se ha evidenciado un alto grado de vulnerabilidad de sus habitantes, especialmente en las condiciones de vida y acceso a los servicios públicos, lo que se traduce en pobreza extrema y desnutrición.
“Ellos viven en una pandemia permanente desde hace muchas décadas, a raíz de las necesidades, así que este proyecto es apenas un acercamiento inicial, con el propósito de que, a futuro, se puedan conseguir más recursos que lleven a hacer más intervenciones en el territorio”.
La solución que se espera, a corto y mediano plazo, es poder desarrollar y pilotear un modelo sostenible basado en WEF que mejore los medios de vida y fortalezca la seguridad alimentaria de sus habitantes. Para ello, los investigadores pretenden evaluar las condiciones de las comunidades, dando prioridad a mujeres jóvenes, así como la puesta en marcha de una evaluación participativa con perspectiva de género que permita aclarar las necesidades y expectativas de las comunidades. Asimismo, se pretende buscar financiación y alianzas con entes territoriales, entre ellos la Gobernación de La Guajira, con el fin de optimizar estos procesos, y que, a futuro, puedan ser replicados en otras latitudes del país.
En últimas, según relata Bojacá, se trata de que, desde los modelos de investigación inclusiva y local, se pueda sensibilizar a los miembros de estas comunidades sobre las oportunidades de mejorar sus modos de vida actual, a través de la interacción existente entre el agua, la energía y el alimento.
Por el otro lado, desde el Magdalena, Gil, quien lidera el proyecto en este departamento, destaca que, durante más de tres décadas, Utadeo Santa Marta ha tenido un liderazgo en la región, especialmente con los pescadores y los habitantes de las zonas marítimas y costeras, impacto que ahora se busca propagar hacia los municipios del interior del departamento, con comunidades de agricultores de pequeña escala y de subsistencia, especialmente con algunas que ya se han visitado en Pivijay y Guamal.
Para el tadeísta, lo primero que se está trabajando con las comunidades es en tener los primeros contactos presenciales, los cuales, al igual que en La Guajira, han sido muy limitados, a causa de la pandemia.
“En el Magdalena vemos comunidades que están interesadas en sobreponerse de su situación, muestran el interés de participar en estas iniciativas, al tiempo que se sorprenden con que investigadores de una universidad bogotana estén allá, pues no hay entidades que promuevan estas actividades de investigación de manera conjunta con las universidades”, agrega Gil.
En ese sentido, lo que se ha evidenciado de estas comunidades es que, si bien las condiciones climáticas del trópico posibilitan que se dé una producción de alimentos durante todo el año, hay una escasa infraestructura tecnológica, se da una mala gestión de los procesos y el acceso a los servicios de extensión y financieros es limitado.
Para ello, los investigadores pretenden, en un primer lugar, evaluar las condiciones socioeconómicas, la identidad cultural, la educación y la salud de estas comunidades locales, así como evaluar el acceso y uso de los recursos hídricos, energéticos y alimentarios, para que, en un tercer término, se pueda llevar a cabo un diagnóstico participativo con perspectiva de género para priorizar las necesidades de WEF.
Tras la indagación, puntualiza Gil, se espera poder hacer un diseño conjunto de una zona de producción agrícola (huerta) que ponga a prueba el enfoque WEF, mejorando con ello la salud humana y el bienestar económico de sus habitantes, al tiempo que se piensa en la sostenibilidad ambiental para la resiliencia, ante el clima cambiante.
Actualmente, en ambos proyectos, se están diseñando los instrumentos de recolección de información y ya se tienen identificadas las comunidades, por lo que se espera que, a partir del segundo semestre del 2021, y teniendo en cuenta las condiciones de reapertura económica, se puedan desarrollar a un mayor ritmo estas pesquisas, al tiempo que suman actores regionales de la academia.