Durante el último año, según cálculos de Agronet del Ministerio de Agricultura, se estima que en Colombia se produjeron cerca de 184.000 toneladas de tomate, en un área de producción aproximada a las 7.800 hectáreas, lo cual equivale a un rendimiento cercano al 25,18%. Sin duda alguna, esta hortaliza es una de las que mayor presencia tiene en la mesa de los colombianos; está en los tradicionales guisos, en salsas e innumerables platos de nuestra gastronomía. Sin embargo, ¿sabe qué tan sanos son los tomates que consume?
Desde el 2010, Luis Alejandro Arias, director de los programas de Ciencias Marinas y Ambientales de Utadeo, ha estudiado de cerca la presencia de rastros de plaguicidas en los cultivos de tomate, incluyendo su fruto y hojas, pero también el suelo, agua y sedimentos que tienen contacto con estos cultivos.
En un primer momento, como parte de su trabajo de grado en la Maestría en Ciencias Ambientales de Utadeo, Arias tomó más de 400 muestras de tomate que estaban disponibles en tiendas y supermercados de 187 barrios de Bogotá, distribuidos en 19 localidades y cubriendo todos los estratos socioeconómicos. Allí encontró que el 70% del producto analizado estaba contaminado por residuos de plaguicidas y que el 25% de las muestras superaban los límites máximos permitidos por los organismos internacionales, entre ellos la Unión Europea. Aunque a nivel de estratos no se halló diferencia en la presencia de contaminantes, se evidenció que en las tiendas de barrio se registraron muestras con menor contaminación, mientras que en algunos mercados de gran formato se encontró mayor cantidad de residuos.
Se detectó que el riesgo de consumo de tomate es alto bajo los estándares de la Unión Europea.
Estos resultados motivaron a Arias a continuar, a través de un ambicioso estudio comparativo, llegando directamente a los productores y sus cultivos mediante investigación participativa con encuestas y seguimientos a las labores de uso de agroquímicos, tomando como modelo dos regiones del país con dinámicas de producción contrastantes: cinco municipios de Santander (San Gil, Curití, Páramo, Valle de San José y Pinchote) y cinco de Boyacá (Villa de Leyva, Sáchica, Santa Sofía, Sutamarchán y Ráquira), departamentos que tienen una participación del 30% en la producción nacional.
A nivel general, Santander presenta, en su mayoría, cultivos de tomate a campo abierto. Allí, el investigador evidenció una menor capacitación en el uso de plaguicidas, al igual que poco uso de ropa de protección en los cultivos. En este departamento se detectó una mayor presencia de plaguicidas en suelo, en parte, dice el investigador, por las características de los suelos y la rotación de los cultivos, pues además del tomate, en estos campos se siembran granos como el maíz y el frijol.
Boyacá, por otra parte, tiene las áreas de cultivo bajo invernadero más extensas del país. Existe un mayor control de las plagas a partir de productos de biocontroladores, que consisten en el uso de organismos benéficos, como algunas especies de avispas, para contrarrestar la problemática.
Entre el 2013 y el 2014, en un trabajo conjunto con las estudiantes de Biología Ambiental Alejandra Garzón, Alejandra Ayarza y Ángela Bito, se indagó en torno a la presencia de plaguicidas en los frutos, suelos y hojas, a partir de un análisis de destino ambiental que dio cuenta de la afectación que estos químicos podrían traer a los ecosistemas y al ser humano. Las encuestas hechas desde un principio a los agricultores arrojaron que, en total, se aplican más de 100 plaguicidas diferentes en los cultivos de las dos regiones, pero en el análisis de frutos, hojas y suelos se encontraron residuos de aproximadamente treinta ingredientes activos diferentes. Uno de los aspectos que más preocupó a los investigadores fue que, en varios casos, las muestras superaban, en la detección para algunos productos químicos, hasta veinte veces los límites establecidos por las reglamentaciones internacionales.
Una de las posibles soluciones agroecológicas para evitar los plaguicidas es a través de ambientes controlados bajo invernaderos inteligentes como el del Horticentro de Utadeo.
“Encontramos plaguicidas que están prohibidos por legislaciones europeas e incluso colombianas como el carbofuran, de categoría toxicológica 1 o muy tóxica. Esta sustancia en humanos puede ocasionar cáncer, problemas dermatológicos, de esterilidad, en el desarrollo embrional de los bebés y son neurotóxicos”, destaca Arias, quien insiste en que, de acuerdo con la normatividad internacional, especialmente la de la Unión Europea y de Estados Unidos, estos tomates no podrían ser comercializados.
De igual modo, en las hojas se hallaron plaguicidas que causan irritación dermal, entre ellas la dermatitis de contacto y decoloración de la piel, lo cual lleva a pensar en mejorar las prácticas de protección laboral, como el uso de guantes. Al interior del tomate, en su pulpa, las condiciones tampoco parecen mejorar, pues allí se encontró, en igual proporción que en su cáscara, trazas de ingredientes activos de plaguicidas, entre ellas Tiociclam, aplicada ampliamente en la mitigación de la Mosca Blanca, una de las principales plagas que afectan los cultivos de tomate bajo invernadero.
“Ningún plaguicida de los evaluados se quita con el lavado, pues estos se adhieren a tejidos constitutivos del tomate. La única manera en la podrían cambiar de estado o degradarse es a través de la cocción o congelando la pulpa. Este último método, según lo indican investigaciones en China, llegaría a eliminar el 99,9% de los químicos”, precisa Arias.
Posteriormente, con los estudiantes de Biología Ambiental Fabián Rodríguez y de la Maestría en Ciencias Ambientales, Yasmín Sáenz y Marisol Roso, se trabajó en torno al efecto que causan los plaguicidas hallados en los agro ecosistemas de tomate. Para ello tomaron dos especies indicadoras que están presentes en los entornos del cultivo de tomate: las abejas (Apis mellifera), encargadas de la polinización de las plantas, y el trébol rojo (Trifolium pratense), cuya función se centra en la fijación de nitrógeno de la atmósfera en el suelo para dejarlo disponible en las plantas como nutriente para su crecimiento.
Tras la exposición de estas especies a los plaguicidas, mediante bioensayos en el Centro de Bio-Sistemas de Utadeo, se demostró que algunas sustancias, entre ellas el metomilo, afectan a las abejas, causando incluso su muerte, mientras que los residuos de este mismo químico que quedan en el suelo afectan la formación de nódulos en las raíces del trébol.
Agua y sedimentos sin contaminación, pero suelos muy contaminados
Entre el 2015 y 2016, Arias, en conjunto con Sandra Aux y Sandra Hermosilla, estudiantes de la Maestría en Ciencias Ambientales de Utadeo, analizaron la presencia de plaguicidas en agua, sedimentos y suelos. En los primeros componentes no se detectaron rastros, pues todo parece indicar que quedan en el suelo. Adicionalmente, la literatura en Limnología indica que algunos ecosistemas de ríos y quebradas son más resilientes ante estos contaminantes, al tiempo que la corriente del agua puede disminuir el impacto que tienen las moléculas. En todo caso, relata Arias, estudios similares en otras regiones del país han encontrado concentración de plaguicidas en cuerpos de agua y sedimentos.
Sin embargo, las concentraciones más altas de plaguicidas se dieron en el suelo, debido a que en estas regiones del país las tierras se caracterizan por ser más arcillosas y tener valores de pH más ácidos, atributos que permiten retener las partículas, lo cual en últimas afecta a los organismos que allí habitan.
Estos trabajos fueron complementados en conjunto con el análisis de riesgo ecológico desarrollado por el estudiante de la Maestría en Ciencias Ambientales Alejandro Serrato, donde se determinó que existe riesgo para los agroecosistemas estudiados en las dos regiones por el uso de plaguicidas.
Para el experto es clave que desde el cultivo, la regulación y el consumo se lleve a cabo una transición agroecológica, en la que, por un lado, se sustituyan los plaguicidas tradicionales por biocontroladores de plagas, como los que se han desarrollado en el Centro de Bio-sistemas de Utadeo, o bien, el uso de plaguicidas de última generación que se degradan en cuestión de horas. Pero, por el otro, insiste, se requiere de medidas mucho más drásticas para hacer control a los cultivos.
Luis Alejandro Arias, director de los programas de Biología Marina y Biología Ambiental de Utadeo.
“El Gobierno es consciente de la problemática, pero se necesitan más profesionales agrícolas y recursos económicos, para que puedan llevar a cabo estos controles. Un gran problema es que los plaguicidas pueden adquirirse de manera libre y no hay control estricto, siendo los más preocupantes los insecticidas y fungicidas”. A ello se suman dificultades en la precosecha e incumplimiento de buenas prácticas agrícolas, como, por ejemplo, no respetar el periodo de carencia que consiste en dejar que las partículas de plaguicidas se degraden para luego cosechar.
Por lo pronto, los resultados de estas pesquisas se publicarán en la tesis del Doctorado en Agroecología que Arias adelanta en la Universidad Nacional de Colombia. Las próximas etapas del estudio se centran en la evaluación e implementación de alternativas sostenibles para el manejo fitosanitario de los cultivos, así como continuar con el abordaje de la problemática junto con los agricultores y entidades de regulación nacional y regional. También se busca aplicar este modelo de evaluación agroecológica a otros productos agrícolas, a partir de estudios de riesgo que adelantan otras universidades y centros de investigación del país.